¿La tecnología nos hace perder la memoria?

Juan ha comenzado a olvidarse de los cumpleaños de sus amigos. Eso le preocupa, porque es joven y no debería tener problemas de memoria, pero en realidad ha descubierto que el problema lo tiene Facebook. Antes, entraba todos los días y la red social le recordaba quién cumplía ese día. Hoy Juan prefiere otras redes sociales, con más video y algoritmos que lo sorprendan todos los días, y como consecuencia tendrá que anotarse los cumpleaños en otro lado, sino quedará como un desconsiderado. Pero la confianza de Juan para depositar recuerdos en la tecnología es solo una parte de la relación que construimos cotidianamente entre ellas y nuestra memoria. ¿Quién no ha buscado en Google un dato que sí sabía y que solo bastaba un par de segundos para recordarlo? Todo se trata de esfuerzo, cuanto menos energía gastemos en obtener un dato, más rápido lo conseguiremos. La pregunta que surge es si esta dependencia en los dispositivos hace que nuestra memoria se vea perjudicada en detrimento por la tecnología.

Hace algunos años un artículo de la científica Betsy Sparrow popularizó el término “efecto Google” para denominar al fenómeno que ocurre cuando nuestra memoria no guarda información que podemos encontrar fácilmente en la web. La practicidad que ofrecen los buscadores para consultar cualquier dato impacta en nuestro esfuerzo cognitivo y por eso preferimos hacer una consulta en vez de recordar. Desde un cumpleaños, hasta una dirección, desde un hecho histórico hasta una fórmula matemática, hemos decidido no registrar cientos de datos para depositarlos en esa especie de memoria externa que tenemos en el celular. Desde la publicación de Sparrow, los científicos del cerebro debaten si este efecto es perjudicial para las personas o si en realidad ayuda a que puedan concentrarse en otro tipo de actividades neuronales gracias a que también hemos aprendido a enfocarnos en información más relevante. Es decir, priorizamos qué cosas debemos recordar para hacer un uso más reflexivo de dichos datos y qué cosas pueden ser olvidadas o depositadas en otras memorias para un uso más bien mecánico.

Especialistas asocian la relación que establecemos con la tecnología y los recuerdos con la forma en que construimos esa especie de memoria social. A veces tenemos parejas, compañeros de trabajos o familiares, que recuerdan datos mejor que nosotros y por eso decidimos confiar dichos datos en ellos de la misma forma en que ellos hacen con nosotros. Inconscientemente complementamos nuestros recuerdos con el apoyo de otro, porque también priorizamos intereses y esfuerzos en nuestra memoria. El psicólogo David Wegner definió a este proceso como “memoria transactiva” con el que explicó cómo hace un grupo de trabajo donde un experto en una materia se despreocupa de retener otro tipo de conocimientos que sabe posee otro miembro del equipo. Lo que hace Google con nuestro cerebro, entonces, no es más que una proyección de fenómenos a los que ya estábamos habituados. Algo similar hacemos con los libros, no necesitamos retener la información a la que tenemos acceso inmediato.

A pesar de las ventajas que nos ofrece la memoria externa, estaríamos perdiendo un ejercicio que fortalece nuestros procesos cognitivos. Uno de los experimentos que se realizaron para probar la existencia de la memoria transactiva consistió en dar determinadas informaciones a un grupo de personas. A una mitad de ellas les dijeron que los datos estarían respaldados en una computadora, a la otra mitad no tendría el mismo beneficio. El resultado fue que las personas que sabían que no necesitaban retener los datos tuvieron menos capacidad para recordarlos que quienes sabían que la información solo dependía de su memoria.

Hace pocos días, Bill Gates hizo otra predicción. Por suerte, el creador de Microsoft no vislumbró otra pandemia. Según el hombre que cambió el mundo con la tecnología de las computadoras, en algunos años dejaremos los teléfonos inteligentes y serán reemplazados por tatuajes electrónicos. Por más que parezca un buen tema para un capítulo de Black Mirror, esta tecnología ya existe en el campo de la biotecnología y la empresa Chaotic Moon está a la vanguardia. Son circuitos impresos con sensores que se aplican sobre la epidermis para recopilar información médica en tiempo real que puede ser usada para prevenir o monitorear enfermedades.

¿Qué haremos entonces cuando ese asistente de memoria ya esté incorporado en nuestra piel? ¿Podremos distinguir entre la memoria propia y la memoria del buscador? Al fin de cuentas, toda la información que hoy cuenta Google ha sido provista por nosotros y fueron ingenieros humanos quienes ordenaron una biblioteca de dimensiones inéditas. Por eso, concluir si la tecnología afecta o no a nuestra memoria es quizás apresurado. Por ahora, la mejor respuesta puede ofrecernos el neurocientífico Michael Merzenich, famoso por sus estudios y exposiciones en charlas TED, quien concluye: “nuestro cerebro está en un proceso de trabajo permanente, es plástico. Desde el día que nacemos hasta el día que morimos, se está revisando y remodelando continuamente, mejorando o decayendo lentamente, en función del uso que le demos”.

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