El Batallón Azov defiende e incomoda como nadie a Ucrania

¿Héroes o villanos? Los integrantes del regimiento incorporado a la Guardia Nacional custodian Mariúpol, una de las ciudades más agredidas por Rusia. Se trata de una unidad militar cuestionada por sus lazos con la identidad neonazi y el supremacismo blanco, cuyo perfil polémico ha sido explotado por Putin

EN MARCHA. Los miembros de Azov rechazan los conceptos que los ligan con el nazismo o con el racismo. EN MARCHA. Los miembros de Azov rechazan los conceptos que los ligan con el nazismo o con el racismo.

El Batallón Azov está al frente de una de las misiones más difíciles y peligrosas de la guerra en Ucrania: impedir que Mariúpol caiga en manos del Ejército ruso. Para algunos esta unidad integrada a la Guardia Nacional es sinónimo de máximo heroísmo en un pueblo que resiste con coraje la invasión de un enemigo militarmente superior. Otros ven en este regimiento un punto problemático para los ucranianos, quienes sostienen que su batalla es la batalla por la democracia, la igualdad y los derechos humanos. Ocurre que el Batallón Azov no consigue sacarse de encima un pasado de vinculaciones con militantes de la extrema derecha, el neonazismo y la supremacía blanca. Este origen polémico abona la teoría del autócrata Vladimir Putin de que Ucrania debe ser “desnazificada” para salvar a “los rusohablantes de un genocidio ultranacionalista”.

Las milicias de Azov entraron en acción hace ocho años al calor del conflicto en la región oriental de Ucrania que derivó en la invasión y anexión de la península de Crimea por parte del Kremlin, y, en febrero de 2022, en la autoproclamación de las repúblicas prorrusas de Donetsk y Lugansk. Antes de todo ello, una ola de protestas cívicas en favor de la occidentalización y europeización del país (conocidas como EuroMaidan) había volteado al entonces presidente aliado de Putin, Viktor Yanucovich. Primero con el formato de grupo paramilitar organizado a partir de convocatorias “boca a boca” en las redes sociales, con una penetración especial entre barrabravas de fútbol, y, luego, con la categoría de combatientes oficiales, los miembros de Azov se lanzaron a pelear. Como corolario de aquellas primeras luchas, el Batallón retuvo Mariúpol, ciudad desde entonces considerada su bastión.

El ascenso de los combatientes de Azov encontró un adversario total en Putin, quien les asigna toda clase de abusos y un papel central en la Ucrania de hoy, que está presidida por un político de origen judío, Volodimir Zelenski. En la propaganda del Kremlin, el Batallón representa al demonio que hay que vencer del mismo modo que, en la llamada Gran Guerra Patriótica -Segunda Guerra Mundial-, Rusia derrotó a las fuerzas alemanas de Adolf Hitler. El paralelismo se asienta en la práctica de rituales y la exhibición de imágenes con reminiscencias al Ejército nazi: el Batallón tiene como emblema el wolfsangel, un símbolo similar a la esvástica inspirado en una antigua trampa para lobos que en Alemania está prohibido por su conexión con la ideología de odio del führer.

No sólo Rusia levantó la voz contra Azov. También lo hicieron organizaciones judías y parlamentarios estadounidenses: hasta se llegó a debatir el ingreso de la organización al listado de entidades terroristas incluso después de que aquel accediera a la estructura orgánica de las fuerzas armadas de Ucrania. Más allá de comentarios xenófobos y ultranacionalistas, y de la veneración del wolfsangel, las atrocidades atribuidas a Azov no han sido verificadas y sus integrantes alegan que son objeto de una campaña de desprestigio funcional a los intereses de Putin.

“El compromiso de Azov con la justicia siempre ha enojado a Rusia. Por lo tanto, los ataques de desinformación contra el regimiento no han cesado desde 2014. El movimiento repetidamente negó las acusaciones de fascismo, nazismo y racismo. En sus filas hay ucranianos de diferentes orígenes, incluidos griegos, judíos, tártaros de Crimea y rusos. La mayoría de ellos hablan ruso y la mayoría son ortodoxos. Pero hay católicos y protestantes, paganos y los que profesan el islam y el judaísmo, y hay ateos”, afirmó el Batallón en un comunicado publicado el 30 de marzo por la CNN. Y agregó: “es absurdo que nos vinculen con el nazismo y el racismo”.

Mensaje para Grecia

Buena parte de las críticas se centran en la persona de uno de los cofundadores de este brazo armado, Andriy Biletsky, a quien se le asignan intenciones de “liderar una cruzada blanca”, propósito que Azov también ha desconocido. Este dirigente antisistema luego formó un partido político, Cuerpo Nacional, y llegó a ser legislador durante un período. Pero la popularidad militar de Azov no se traduce en éxito electoral: en los últimos comicios, el sector de Biletsky, hoy en el frente militar, obtuvo el 2,15% de los votos.

Otra es la consideración relativa a la labor que el Batallón lleva adelante en la asediada Mariúpol, enclave portuario del sureste de Ucrania con una influencia estratégica sobre el Mar de Azov: Zelenski y su aparato de comunicación oficial ensalzan este frente como una demostración de la gesta ucraniana. En la ciudad arruinada por los bombardeos del Kremlin, la unidad que comanda Denis Prokopenko permanece en pie de guerra y expuesta a un altísimo riesgo de muerte. Esta semana, la unidad alertó sobre el posible uso de armas químicas diseminadas con drones dirigidos por el Ejército ruso, una versión que, si es confirmada, podría recrudecer aún más los términos de la guerra.

Pero los esfuerzos por subrayar la valentía del Batallón no entusiasman tanto fuera de las fronteras de Ucrania y la aparición del movimiento causa una incomodidad indisimulable a los aliados. La semana pasada, en una exposición ante el Parlamento griego, Zelenski cedió la palabra a un soldado de Azov con lazos familiares con Atenas para que relatara su experiencia en la resistencia de Mariúpol. La intervención de Mikhail, como se identificó el combatiente, no cayó bien. Poco después del discurso, el líder del partido izquierdista Syriza, Alexis Tsipras, dijo que el testimonio fue una provocación. “La solidaridad con el pueblo ucraniano es un hecho. Pero los nazis no pueden opinar en el Parlamento”, tuiteó. Fuentes del Gobierno del primer ministro conservador Kyriakos Mitsotakis citadas por Reuters evaluaron que la intervención del miembro del Batallón Azov había sido una decisión “errónea e inapropiada”.

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