Un escenario nacional político que sólo ofrece incertidumbre. Una situación económica que merodea el abismo y una convulsión social que alarma. Bajo esas condiciones, que claramente no son las propicias, cada espacio político que pretenda discutir poder el próximo año deberá resolver sus candidaturas. Pero, ¿hay un deadline recomendado para eso? A juzgar por los cada vez más recurrentes movimientos, la fecha tope se acerca de manera acelerada.
Tanto el Frente de Todos como Juntos por el Cambio, desde sus conducciones, derraman anarquía. En la coalición de Gobierno la interna es, a estas alturas, insostenible. No existe respeto ni mucho menos una tregua para encauzar la gestión. Alberto Fernández ensaya cambios mentales en el gabinete y se mantiene en silencio, mientras Cristina Fernández de Kirchner habla poco pero, cuando lo hace, lo esmerila un poco más.
En el medio, gobernadores peronistas y referentes como Sergio Massa o Daniel Scioli imaginan fórmulas alternativas. Ansían con eludir la autodestrucción que gestan el Presidente y su vice y presentarse al menos competitivos en 2023. Saben, no obstante, que aun siendo optimistas hay un riesgo que no controlan. Ocurre que el kirchnerismo ya ha demostrado que es capaz de jugar a perder –Scioli puede dar fe de ello- para “regresar mejores”. A esa experiencia de 2015, además, se le suma el fiasco del experimento cristinista de poner al actual Presidente en 2019. ¿Se expondrá la vicepresidenta a un nuevo fracaso, como el que siente con Alberto Fernández? Hay quienes visitan el Instituto Patria que aseguran que no. “¿Para qué sirve ganar si no se gobierna con la creencia de quienes ponen el “cuero”?”, suele repetir un camporista de primera línea. La vergonzosa realidad de esta alianza parece darle la razón.
En Juntos por el Cambio no pueden jactarse de tener menos problemas para discutir postulaciones. Mauricio Macri, cada tanto, reaparece para recordar que está presente pero Patricia Bullrich advierte que el ex presidente no será candidato. Mientras, Horario Rodríguez Larreta se apoya en la gestión porteña para nacionalizar su imagen. Como un satélite que orbita alrededor de los tres, el peronista Miguel Pichetto empuja a su ex compañero de fórmula y vaticina que, si decide no postularse, será el gran elector de ese espacio.
La alianza que gobernó el país hace no mucho enfrenta otro dilema: la fuga de votos de centro derecha hacia emergentes como Javier Milei y José Luis Espert, que los puede afectar directamente en una primera vuelta presidencial el próximo año. No transmitir cohesión ni seguridad, frente a semejante dispersión, es lo más parecido a querer perder.
A los codazos
En Tucumán miran de reojo a Buenos Aires para definir cómo avanzar aquí. La primera muestra de ese miedo al futuro fue el acuerdo entre Juan Manzur y Osvaldo Jaldo para adelantar las elecciones provinciales. Es tal el temor que además de junio hay quienes hablan de abril como fecha para ir a votar. El problema es que ese mes está pegado a marzo, que suele ser el segundo mes más difícil –el primero es diciembre- en Argentina. Es el período en el que se deben cerrar paritarias y garantizar el inicio de clases. Con esta realidad, nadie imagina que marzo de 2023 vaya a ser, precisamente, llevadero.
Mientras esa discusión se mantiene abierta, el gobernador interino juega con el tiempo a su favor. Cuanto más avance el año con él en el cargo, menos tiempo tiene el manzurismo para armarle un candidato. Es su hipótesis y no se aparta de ella para delinear su gestión: consulta cada paso al jefe de Gabinete para evitar roces. Sólo hará pequeñas “travesuras” para contener a los suyos, como la designación de sopetón de Marcelo Caponio dentro del Ministerio de Obras Públicas. Una picardía que, en rigor, no supone un riesgo para la estabilidad de la sociedad con su compañero de fórmula.
Julio y agosto asoman como meses bisagra para las aspiraciones del tranqueño. Si hasta esa fecha el manzurismo no impulsa otro postulante y lo hace a un lado, el reloj será su mejor aliado. Sencillamente, porque si los comicios serán en junio de 2023, quedarían siete meses (sacando el Mundial de fútbol en Qatar de fin de año y el verano) para hacer política y acordar posiciones. Además, el jaldismo se ufana de una verdad empírica: ya demostró el año pasado que está dispuesto a pelear hasta el final con tal de que no le quiten la candidatura. ¿Estará dispuesto Manzur a perder la provincia por una interna desgastante? Los dos puntos que separaron al Frente de Todos de Juntos por el Cambio en las legislativas de 2021 son una advertencia. Otro factor, no menor, es que si el jefe de Gabinete pretende sentarse a hablar del reparto de poder nacional, no puede exhibir fisuras comarcanas.
Hay, indudablemente, una cuestión de conveniencia mutua que deberán sopesar antes de elegir qué camino seguir.
Enfrente, Juntos por el Cambio afronta mayores vacilaciones. Germán Alfaro buscó recuperar protagonismo tras el veranito de Roberto Sánchez generando hechos políticos. La reunión con Ricardo Bussi y la presencia de Miguel Pichetto le devolvieron bríos. Si a eso se suma el desgaste que viene sufriendo el concepcionense para hacerse cargo de la UCR local, el intendente capitalino comienza un segundo trimestre expectante.
Alfaro sabe que la degradación del oficialismo potencia al espacio opositor, pero también es consciente de que necesita mantener la convivencia interna de Juntos por el Cambio para sostener su estructura de poder más allá de 2023. Apostar a disputar la gobernación y ser competitivo implica negociar con radicales y otros sectores liberales o de centro derecha para retener su electorado. Esa fue la llave para hacerse de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán en 2015 y sostenerla en 2019. La pregunta es: si el radicalismo y CREO le ceden el primer lugar, ¿volverán a darle la candidatura a intendente? Solo un principiante podría negociar en tan malos términos un acuerdo electoral.
A esto se suma el malestar creciente del radicalismo que comandan Sánchez y Mariano Campero para con él: al ex piloto no le sacan de la cabeza que detrás de las renuncias a la lista de unidad partidaria y de la impugnación judicial están las manos de Alfaro. Un dato abona ese razonamiento: la mayoría de los portazos son de dirigentes ligados al jefe municipal. También exteriorizan su bronca desde CREO: el titular de la Sociedad Rural de Tucumán, Sebastián Murga, se despachó tras la misión de proclamación alfarista que encabezó Pichetto. Hay demasiada desconfianza por superar, muchos codazos por resistir y poco tiempo por delante para definir los roles de cada uno.
Perder, muchas veces, también es una definición política. Y eso los alcanza a todos.