Llegó la hora de combatir “la fatiga de Ucrania”

16 Abril 2022

El 24 de febrero, cuando el autócrata Vladimir Putin dio inicio a su “operación especial”, “Ucrania” alcanzó el 100% de popularidad en internet en todo el mundo, según la herramienta de medición de intereses de las audiencias Google Trends. Desde entonces, el pico ha ido en declive y ya está en el 6%, sólo un punto por encima del futbolista Lionel Messi en la comparación global. Este desinterés paulatino ha recibido un nombre tomado de otros eventos prolongados: “Ukraine fatigue” o “la fatiga de Ucrania”.

En tiempos de experiencias rápidas y fugaces, los temas, por más graves e importantes que sean, tienden a pasar velozmente a un segundo plano -o a desaparecer por completo de la agenda-. Es lo que está ocurriendo con la guerra que espabiló al planeta somnoliento por la covid-19. El conflicto empezó siendo algo muy cercano y de a poco se está convirtiendo en algo cada vez más lejano, que sucede en un rincón del oriente de Europa por motivos que no son fáciles de comprender -o no son evidentes- para la mayoría de los extranjeros.

Tras el sacudón inicial surgen síntomas de acostumbramiento o, peor aún, de agotamiento. La invasión rusa o la resistencia ucraniana se están percibiendo como parte del nuevo paisaje, algo que viene pasando con los últimos conflictos armados, como acreditan los casos de Israel y Palestina, y de Afganistán. El propio ejemplo de eso está en el territorio ucraniano, que soporta agresiones desde hace ocho años. Para ese pueblo, la guerra empezó en 2014, cuando Rusia anexionó la península de Crimea, según explicó a LA GACETA la diplomática tucumana que se desempeñó como embajadora argentina en Kiev, Lila Roldán Vázquez. Pese a tamaños antecedentes y a la advertencia de una intensificación de las hostilidades, la invasión rusa fue una sorpresa para el resto del planeta.

No es fácil entender por qué somos proclives a fatigarnos rápido de asuntos tan serios o con un trasfondo de sufrimiento tan grande. Por un lado incide el ritmo acelerado contemporáneo. Por el otro, la dificultad para lidiar con el dolor. La tendencia a despegarnos de la guerra también se advierte en asuntos que plantean interrogantes enormes respecto del futuro, como la pobreza y el cambio climático. Una fuerza interna poderosa nos lleva a no querer ver lo que pasa porque se trata de sucesos dolorosos que nos interpelan y que no sabemos cómo manejar. En esas circunstancias, el dicho popular “ojos que no ven, corazón que no siente” adquiere la categoría de axioma irrefutable.

Pero la atención decreciente no es inocua. Los autoritarismos aprovechan que el público está distraído con los escándalos de las redes sociales o mirando hacia otro lado para incrementar la violencia. La falta de interés se traduce, además, en un debilitamiento de la cobertura periodística que beneficia a quienes se mueven en las sombras y especulan con las ventajas de la manipulación de la verdad. El olvido alienta la impunidad de los criminales y aumenta la desprotección de las víctimas: el tiempo juega a favor de los opresores y, por eso, aquellos apuestan a estirarlo lo máximo posible con la expectativa de terminar venciendo, justamente, por cansancio.

El destino de los oprimidos -entre ellos millones de desplazados obligados a dejar su vida de un día para el otro- depende en gran medida de que el resto del mundo no banalice ni relativice su drama, máxime cuando las posibilidades de subsistencia están atadas a la cooperación y al financiamiento internacionales. En tiempos donde el entorno digital provee la estadística que define las decisiones de los Estados, mantener la atención en la guerra quizá sea la mejor ayuda que se pueda prestar a sus damnificados directos. Esta colaboración es también una forma humana de responder a los horrores ya documentados y a los que aguardan ser revelados. Se impone combatir “la fatiga de Ucrania” para dar sentido a la muerte de tantos inocentes y derrotar moralmente a quienes están propiciando la matanza.

============29d DEP Frase (15631866)============

Los autoritarismos aprovechan que el público se distrae con los escándalos y con las redes sociales para incrementar la violencia.


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