Algunos se enojarán y dirán que en Argentina “siempre hay tiempo para la joda”. Otros se pondrán contentos y, por qué no, empezarán a planificar la juntada con amigos, una reunión familiar o una escapada. Habrá quienes deban sentarse a hacer números, porque si pierden un día de labor se les hará muy complicado cumplir con los pagos y con otras obligaciones. Y no faltarán aquellos que seguramente se pondrán en alerta, ya que sus actividades suelen ser altamente demandadas cuando gran parte de la comunidad descansa (gastronomía, hotelería, recreación). Los feriados parecen sumar una grieta más al enorme abanico de cuestiones que dividen a los tucumanos. Hace pocos días, un argentino que vive en Toronto tuiteó: “en Canadá solo tenemos seis feriados por año. En Argentina hay 19. Por eso el país está cómo está”. El calendario 2022 confirma el número, pero vale una aclaración: el tuitero expatriado se quedó corto, porque olvidó sumar los provinciales y los días no laborables.

¿Es mucho, es poco, está dentro del promedio? Una buena manera de averiguarlo es ver qué pasa en otros países. De acuerdo con un informe de la cadena CNN, Argentina es uno de los líderes del ranking en la región. Lo sigue de cerca Colombia, con 18 feriados. Chile tiene 16. Brasil cuenta con apenas 9 en su almanaque y México, con 10. Por encima de nuestro país solo está Venezuela. Todo un dato.

A aquel tuit se sumó un hecho de naturaleza política: diputados jujeños del Frente de Todos presentaron un proyecto para establecer por única vez un nuevo feriado nacional el 16 de junio ¿El motivo? Conmemorar los 200 años de la muerte de Manuel Eduardo Arias, un guerrero de la independencia muy poco conocido fuera de los límites de Jujuy -y posiblemente también adentro-, pero no por eso menos importante. La noticia generó una catarata de comentarios negativos en los foros. A veces el griterío en las redes aturde, anula el debate y reafirma prejuicios.

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Muchos se preguntarán quién fue Arias y por qué, según los parlamentarios jujeños, merece un feriado nacional (ojo: no es la primera iniciativa con este objetivo que llega al Congreso). Nació en Jujuy a mediados de la década de 1780 y se crió en el campo de su padre, en San Andrés (entre Humahuaca y Orán). Luchó contra los realistas a las órdenes de Martín Miguel de Güemes y, por sus méritos, el director supremo Juan Martín de Pueyrredón lo nombró teniente coronel. Bartolomé Mitre lo definió así: “era, sin dudas, el jefe divisionario con más cabeza del ejército de Salta” (vale recordar que en aquel entonces Jujuy formaba parte de esa provincia). Por diferencias con Güemes, se instaló en Tucumán bajo el mando de Bernabé Aráoz. Hay distintas versiones: el historiador salteño Atilio Cornejo dice que conspiró contra su jefe y el jujeño Joaquín Carrillo, que se rebeló a causa de los malos manejos. Posiblemente sean dos maneras distintas de decir lo mismo. Pero más allá del debate histórico (para nada sencillo, por cierto), lo concreto es que, en los albores de las luchas internas que ensangrentaron parte del siglo XIX, comandó las tropas tucumanas que vencieron a las salteñas en la batalla del Rincón de Marlopa (1821). Fue asesinado por enemigos políticos en su San Andrés natal el 16 de junio de 1822, casualmente un día antes de que se cumpliera el primer aniversario de la muerte de quien fuera su líder y más tarde rival.

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Más allá de la grieta feriado sí-feriado no, la discusión debería centrarse en cómo construimos nuestra identidad. Si bien en Argentina tenemos un concepto de patria más homogéneo que en otros lugares (pensemos en España y en el independentismo catalán o en el vasco, por ejemplo), el hecho de que se refuercen determinados valores no es un dato menor. Mucho más en un momento crítico como este, en el que tantos jóvenes ven en Ezeiza una esperanza para escapar de un país que tritura esperanzas. Pero debemos estar alerta: si estos debates quedan en manos de aficionados podemos terminar reduciendo procesos muy complejos a discusiones banales. Establecer una fecha conmemorativa implica instalar un tema en la currícula escolar con la que se educarán los chicos. Y eso no es poco.

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Estudiar el pasado es fundamental para poder entendernos, para identificarnos y para proyectar un futuro que abrace a la mayor cantidad posible de argentinos. Al respecto, tenemos algunas deudas. A 40 años de la guerra de Malvinas todavía padecemos los efectos del proceso de “desmalvinización”, término atribuido al sociólogo francés Alain Rouquié, que plantea una historia sesgada de la contienda ¿Con qué finalidad? Acá vale la pena repasar algunas líneas del texto que publicó el 2 de abril en Infobae el periodista Nicolás Kasanzew, quien cubrió el conflicto: “La tristemente célebre desmalvinización, que no es sino una forma de censura y un compendio de fake news sobre el conflicto austral ¿Por qué? ¿Por qué fueron ocultados los hechos heroicos? Pues porque los héroes obligan, elevan la vara, mientras que los cobardes adocenan. Y un pueblo sin héroes reales, sin arquetipos dignos de imitar, es infinitamente más fácil de manipular”. Para meditar.

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Entre 1812 y 1813 se produjeron tres hechos históricos fundamentales que salvaron la Revolución y que allanaron el camino a la independencia: el Éxodo Jujeño, la Batalla de Tucumán y la Batalla de Salta (en orden cronológico). Marcaron la línea de fuego para los ejércitos realistas y constituyeron algunas de las horas más gloriosas para Manuel Belgrano y las tropas argentinas. Hoy, su recuerdo se limita a celebraciones provinciales. La historia, a veces, es muy centralista.

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En un país con el 40% de su población en la pobreza, con una inflación mensual cercana al 7% y con un indice de informalidad cada vez más grande (se calcula que por cada empleo registrado en 2021 se crearon ocho en negro) es lógico que hablar de nuevos feriados pueda ser como mínimo, chocante. Por eso, no deberíamos descartar la propuesta que hizo un forista de LA GACETA: “en honor a nuestros próceres, en su día trabajemos una hora más”.

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