El bullying es hoy uno de los principales problemas en algunas aulas tucumanas. Con los confinamientos de 2020 y de 2021, el acoso escolar se trasladó a las redes sociales y a WhatsApp. Pero este año, tras la vuelta a la presencialidad, se manifiesta en ambos ámbitos: en vivo y desde el anonimato. ¿Acaso nos hemos acostumbrado a los desplantes? ¿Qué les pasa a nuestros chicos? ¿Son un reflejo de nosotros, los grandes? ¿Por qué aceptamos los gritos, los insultos y hasta los golpes? ¿Somos conscientes de que con el silencio emponderamos a aquellos que sienten la necesidad de humillar? ¿Por qué todavía se oyen justificativos como 'son cosas de chicos'? ¿Entendemos que las consecuencias son devastadoras? ¿Por qué no podemos ponerle freno? "En general, las campañas sistemáticas pueden generar un cambio positivo", dice a LA GACETA la psicopedagoga tucumana Silvia Bono, con amplia experiencia en esta temática. Pero enseguida hace la salvedad de que, con respecto al hostigamiento, es menester incrementar los esfuerzos.
"Las estadísticas nos están demostrando que los casos van en aumento. Actualmente, este problema aqueja a innumerables instituciones en esta provincia. Y no se vislumbran soluciones reales", añade. Incluso, destaca que en estas instancias las acciones masivas no resultan relevantes porque los protagonistas, especialmente las autoridades educativas y los docentes, no logran dimensionar la gravedad del punto alcanzado. Desde su mirada, urge implementar capacitaciones prácticas, donde se brinden estrategias para los directores y maestros.
Además, destaca otra arista: los padres. "¿Quién asume que tiene un hijo agresivo? Nadie. Eso no se da. Los adultos son reticentes a admitirlo", plasma. Para peor, cuando las mamás y papás de las víctimas llevan su reclamo a los directivos, también se topan con reticencia.
- ¿Piensa que los adultos no están actuando como modelos positivos?
- Los índices son alarmantes. En Yerba Buena, los datos de bullying son altísimos. Y la negación de los representantes legales, de los rectores y de los directores de las instituciones sólo empeora las cosas. No reconocen el problema. Esto es grave. Algunos establecimientos han estado experimentando con el método KiVa, por ejemplo. Pero la realidad se ha complejizado tanto, que muchos episodios llegan a discutirse en ámbitos legales.
En 2006, el Ministerio de Educación y Cultura de Finlandia le encargó a un grupo de investigadores que desarrollara un programa global contra el acoso, que involucrara tanto la prevención como la intervención. Y que pudiera implantarse en cada colegio entre los siete y los 15 años. Así nació KiVa, al que hace referencia Bono y que en finés significa en contra del bullying. Su particularidad es que, mientras hasta entonces la mayoría de las iniciativas se centraban en el agresor o en la víctima, había un elemento clave con el que apenas se trabajaba: el público. Por ello, esta herramienta ha cambiado el paradigma y se basa en dos tipos de acciones: generales y específicas. Las primeras están dirigidas a toda la clase, con lecciones mensuales y juegos. Las segundas se ponen en marcha cuando se detecta un caso puntual.
Otra técnica similar y exitosa es el Programa de Prevención del Acoso Olweus (Olweus Bullying Prevention Program). Fue desarrollado por el fallecido psicólogo sueco-noruego Dan Olweus. Parte de la premisa de que los casos individuales suelen ser producto de una cultura más amplia que los tolera. Como resultado, intenta abordar el ecosistema escolar.
1 - Así las cosas, se comienza con un reconocimiento del problema. Por este motivo, se insta a las escuelas y colegios a realizar encuestas para preguntarles a los alumnos sobre sus experiencias.
2 - En segundo lugar, el programa alienta a las autoridades a establecer expectativas claras sobre qué comportamientos son aceptables y sobre cuáles son las consecuencias si se infringen esas reglas.
3 - Tercero, se recomienda reconocer los lugares físicos donde es más probable que ocurran intimidaciones y supervisarlos regularmente.
4 - El cuarto punto indica que todos los adultos necesitan una formación básica, desde los directivos, los docentes, las personas que trabajan en los quioscos, los conserjes e incluso los transportistas escolares.
5 - Por último y con respecto a los niños y adolescentes, se sugiere que ellos mismos organicen actividades.
El objetivo de estos cinco puntos es conseguir que el mensaje anti intimidación quede arraigado en la cultura de la institución. A fines de abril y al ser consultado por este diario, el ministro de Educación de Tucumán, Juan Pablo Lichtmajer, había revelado que la pandemia influyó de una forma muy significativa en niñas, niños y adolescentes. "La presencia de los espacios digitales, que venía cambiando progresivamente los vínculos, se ha consolidado durante estos aislamientos. Eso nos ha llevado a nuevas situaciones problemáticas, como el ciberacoso", había afirmado.
En la línea de lo bosquejado por estos programas nórdicos, Bono enseña que los adultos deben intervenir con acciones concretas. Es decir, implementar estrategias para contener y frenar la escalada de conductas: después del hostigamiento se pasa a la violencia y si llega a la violencia ya es tarde, advierte. "Hay adolescentes que se han suicidado, porque empezaron siendo molestados y nadie hizo nada. Se termina matando por falta de intervención", lamenta.
Con respecto al hostigador, la especialista enseña que tiene un perfil determinado: persigue y no puede poner fin al proceso. Además, nota que la víctima está sola; apartada, describe. De hecho, no cualquiera es víctima, resalta. "Los lugares para hostigar son comúnmente los baños, la sala de música, los gimnasios. Se trata de espacios apartados del núcleo", agrega.
Desde la pedagogía sistémica, Pablo Pera -profesor de matemáticas y licenciado en gestión educativa- menciona asimismo la necesidad de implementar campañas preventivas debido a que la toma de consciencia contribuye a disminuir el fenómeno, opina. No obstante, al igual que Bono arroja la pelota hacia los colegios, a los que convoca a establecer cuáles son las conductas esperables. "Claramente deben estar pautados los límites y las sanciones para quiénes los transgredan".
- ¿Cómo se desbarata el triángulo del bullying (acosador, víctima y testigos)?
- La pertenencia a un sistema -ya sea familiar, vincular o escolar- constituye un factor clave para todos los seres humanos, especialmente durante la niñez. Pertenecer significa tener nuestro lugar. Esto no implica que se trate del mejor puesto; basta con ser parte. Entonces, aparecen los roles de víctima, de victimario y de testigo. Cuando se desencadena un conflicto, es necesario indagar en el sentido profundo de los puestos que ocupan los protagonistas. Y preguntarles qué les impide detener la agresión o salirse de ese lugar.
- ¿Qué hacemos con los pactos de silencio?
- Los pactos de silencio, en general, son funcionales a la persistencia de una dinámica grupal. Mantienen el estatuo quo y nos impiden encontrar vías de solución. Desgraciadamente, romperlos puede resultar difícil. Por detrás hay una idea cultural: la del 'buchón'. Entonces, la solución pasa por trabajar con estrategias para debilitar ese silencio. En ese camino, lo principal es fortalecer la autoestima de todos los chicos y generar vínculos de confianza con los adultos.
Finalmente, tanto los padres como los maestros deben hacer hincapié en la empatía, que es uno de los valores esenciales para plantarle cara al bullying, dice a LA GACETA la psicóloga especializada en crianza Maritchu Seitún. En consonancia con los programas nórdicos, otro aspecto que realza la especialista es la necesidad de girar el foco hacia el público ("ellos pueden hacer la diferencia"). Y por último asocia al acoso con deudas de la maternidad y paternidad. "La formación en la casa es imprescindible. El respeto, el buen trato y la ausencia de comparaciones y de burlas se aprenden en familia. Los chicos tienen que crecer desde chiquitos en ese clima de paz para que no empiecen ni toleren el bullying", concluye.
En definitiva, no es cosa de niños cuando una niña ridiculiza o descalifica a otra en las redes sociales. No es cosa de niños cuando se ofenden por su color de piel. No es cosa de niños cuando un niño le pega a otro. No es cosa de niños cuando un hijo no quiere ir al colegio porque tiene miedo, hartazgo o estrés. Es, más bien, cosa de grandes.