Los desafíos de la industria del libro

17 Mayo 2022

El reciente cierre de la Feria Internacional del Libro en la Capital Federal y la realización en simultáneo y el inicio de la instancia para adultos del Mayo de las Letras hasta fin de mes en Tucumán (ya pasó el Mayito, reservado a las infancias), ponen en primer plano una actividad esencial para el conocimiento, el entretenimiento y el pensamiento, que atraviesa una crisis severa. Nadie plantea que los libros dejarán de existir, pero sí que la industria que los produce está envuelta en un desafío sin precedentes ni respuestas.

La presencia tucumana (destacada, por cierto) en el megaevento de la Rural porteña estuvo situada en el pabellón Ocre, en una variopinta vecindad que compartió con otros stands provinciales e institucionales, como el del club Huracán y Narcóticos Anónimos. Era un sector reservado a emprendimientos no comerciales, al punto que para llegar al bloque de las editoriales y librerías había que caminar unos 50 metros. Esa distancia muestra a las claras dos proyectos distintos, que comparten desafíos.

La pandemia fue un golpe particular para el panorama industrial global de los libros, dentro de un espectro argentino que venía en una espiral descendente muy pronunciada; según cifras de la Cámara Argentina del Libro referidas a 2020, la caída respecto a los registros de 2015 es del 69% en impresos. La central empresarial determinó que, hace dos años, de los 5.035 libros en primera edición presentados en los canales de comercialización, 3.613 títulos lo hicieron con tiradas menores a 2.000 ejemplares, lo que es casi el 72%; sólo el resto salió al mercado con más de esa cantidad. A principios de siglo, lo habitual era que un estreno salga con un piso de 5.000 ejemplares; hoy, es la excepción. En 2020 se imprimieron ocho millones de ejemplares (0.24 libro por habitante, casi un tercio que en 2016). En sí mismo, un dato insoslayable que habla de un consumo en retroceso sostenido. Esto es independiente de la reconocida importancia de las compras institucionales para sostener al sector (principalmente en material didáctico con venta directa al Estado, por ejemplo).

La incertidumbre acerca del futuro sigue instalada, pese a que el libro digital no ha desplazado al físico impreso, como se temió en algún momento, sino que se llegó a una coexistencia bastante pacífica (en tiempos de cuarentena estricta, el libro electrónico duplicó su tiraje ante el cierre de imprentas y negocios). El campo de los cambios tecnológicos, si se consuma en algún momento, golpeará al sector de la actividad que más se lleva de los ingresos: la distribución económica del precio de tapa del libro hace que el 60% sea para la distribución y la librería de venta; el 30% para la editorial y (apenas) el 10% para el autor. Si el e-book crece y el ejemplar en papel declina, la primera franja de la industria perderá espacio en su representatividad.

Es deseable que la avalancha de compradores que se vivió en la feria de Buenos Aires, enmarcada como siempre por polémicas y debates sin conclusiones, se replique en los mesones de autores locales y regionales del Mayo de las Letras tucumano. Pero la expectativa es mucho más cauta en las editoriales de la provincia, que principalmente sienten a este evento como un espacio para lanzarse a la palestra y ganar visibilidad antes que para lograr ingresos. En todo caso, el Estado es motor fundamental para el sostenimiento de una actividad esencial para la construcción de la identidad, propia y colectiva.

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