Una crisis de refugiados se oculta tras los “brazos abiertos” para los ucranianos

Los países desarrollados occidentales relajaron de forma inédita sus controles fronterizos para acoger a los civiles víctimas de la invasión rusa.

CAMINO AL DESARRAIGO. Unos 6,4 millones de ucranianos -en su mayoría ancianos, mujeres y niños- dejaron el país desde que empezó la guerra. reuters CAMINO AL DESARRAIGO. Unos 6,4 millones de ucranianos -en su mayoría ancianos, mujeres y niños- dejaron el país desde que empezó la guerra. reuters

El éxodo ucraniano comenzó hace ocho años, cuando el autócrata Vladimir Putin anexionó la península de Crimea, y el este -la región del Donbás- se convirtió en un campo de batalla entre los separatistas prorrusos y las fuerzas armadas de Kiev. Estos enfrentamientos y la perspectiva de una guerra como la que está en marcha desde el 24 de febrero provocaron un desplazamiento masivo: millones de civiles dejaron las regiones más afectadas y se trasladaron a las áreas occidentales de Ucrania, o bien cruzaron las fronteras con la intención de establecerse en otros países. Paradójicamente, esos refugiados recién encontraron la contención y cooperación internacional que anhelaban cuando Rusia empezó a bombardearlos: antes eran tratados como el resto de los extranjeros que no encajaban en los esquemas de inmigración estrictos de las naciones desarrolladas.

La guerra modificó la actitud del llamado Primer Mundo, pero sólo respecto de los ucranianos. Pocas veces se vio un giro tan radical en tan poco tiempo. En 2021, los ciudadanos de Ucrania conformaban el grupo con mayor nivel de inadmisión en las fronteras de la Unión Europea (EU), según los datos de Eurostats. Una semana después del lanzamiento de la ofensiva militar que el Kremlin denomina “operación especial”, la UE desempolvó una directiva de 2001 y otorgó a quienes huyen de esa contienda una protección amplísima. Los civiles que escapan de los misiles de Putin desde marzo pueden permanecer en los Estados del bloque hasta tres años con un permiso de residencia; acceso al mercado laboral y a la vivienda, y asistencia médica y social. “La UE está unida para salvar vidas”, aseguró la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson, al anunciar la medida.

La política de “brazos abiertos” para los refugiados ucranianos tiene correlatos incluso en países extracomunitarios que en los últimos años endurecieron los controles para evitar el ingreso de migrantes procedentes de regiones asoladas por la violencia y la pobreza. En Reino Unido, por ejemplo, el Gobierno de Boris Johnson incrementó el número de visas para familiares de británicos e implementó un programa específico de casas de tránsito para acoger a los desplazados, quienes incluso podrían establecerse con sus mascotas. En Estados Unidos, país que levantó un muro para bloquear el ingreso de migrantes mexicanos y centroamericanos, rige el plan “Uniting for Ukraine” que habilita las entradas siempre que un residente legal se comprometa a costear la manutención.

ASÍ SE DISTRIBUYEN LOS MILLONES DE REFUGIADOS EN EL MUNDO

Efusión y crudeza

Los beneficios disponibles para los más de 6,4 millones de ucranianos que dejaron su patria siguen siendo inalcanzables para los 82,4 millones de personas que, por razones de fuerza, buscan refugio en el mundo, según los últimos cálculos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Esa desigualdad de condiciones en razón de la nacionalidad y de los intereses de política exterior involucrados no está pasando inadvertida para las organizaciones y especialistas que desde hace décadas denuncian la tragedia de quienes tratan de escapar de los Estados fallidos de África, América Latina y Asia.

Human Rights Watch (HRW) subrayó que la reacción a la invasión rusa había evidenciado la selectividad y el doble estándar imperante, y que los gobiernos podían ser muy abiertos cuando querían. “La efusión de solidaridad y empatía por las personas que huyen de la guerra en Ucrania es maravillosa. Los países fronterizos -en particular Polonia- han abierto sus fronteras, y los receptores se han apresurado por donar alimentos y abrir sus casas. La Unión Europea se movió rápidamente para otorgar protección temporal a todos los ucranianos a largo plazo: invocó por primera vez una directiva de 2001 que crea un mecanismo prescindente de los retrasos y la burocracia del procedimiento normal de asilo”, describió Judith Sunderland, directora asociada de HRW para Europa y Asia Central. Y añadió: “es difícil pasar por alto el marcado contraste con la respuesta dura de Europa a las personas que huyen de otras guerras y crisis. Esta zona se ha centrado obsesivamente en tratar de sellar sus fronteras exteriores externalizando la responsabilidad a países fuera de la UE, y mediante devoluciones ilegales y violentas. Un número asombroso de personas de Asia, África y Oriente Medio muere cada año debido a esta postura”.

Focos encendidos

La apertura ante los refugiados de la guerra en Europa del Este envió a un segundo plano a la debacle que originó la pandemia entre las poblaciones asoladas por catástrofes humanitarias. “La covid-19 fue más que un desastre de salud pública. Abrió una nueva dimensión de vulnerabilidad para las personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares al complicar la tarea de protegerlas, asistirlas y ayudarlas a volver a casa, o a empezar de nuevo”, relata el Informe Global de 2020 del Acnur. El reporte agrega que los ciudadanos de todo el mundo acudieron a sus gobiernos en busca de ayuda: “hubo un riesgo alto de que las 91,9 millones de personas de las que se ocupa Acnur quedaran en el olvido”.

AMÉRICA DEL SUR: EL CASO DE LOS VENEZOLANOS

En el año desesperante 2020 y siempre según Acnur, los refugiados de las zonas más inhóspitas del planeta dependieron en especial de la voluntad y de la generosidad de países en desarrollo: el 86% de las naciones que recibieron desplazados pertenecen a ese estamento con Turquía, Paquistán, Uganda y Colombia a la cabeza. Con 1,2 millón de ingresos, Alemania es la nación europea que más se destaca en este plano. En los primeros 12 meses de la pandemia, más de dos tercios (68%) de todas las personas refugiadas procedían de sólo cinco países: Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur y Birmania.

“La covid-19 detuvo muchas cosas, pero no detuvo el conflicto. Hubo un número récord de personas desplazadas, desarraigadas por desastres naturales y relacionados con el clima, y por conflictos antiguos y nuevos, a veces por segunda o tercera vez”, refiere el Informe Global. La propagación del coronavirus y el peligro de muerte reforzaron los incentivos estructurales preexistentes para migrar en aquellos lugares arrasados por regímenes autoritarios y la miseria. Los mismos motivos llevaron a los Estados a clausurar aún más sus bordes y a imponer nuevos requisitos de entrada.

Si bien el avance de la vacunación restó poder destructivo a la covid-19 y permitió regularizar actividades que habían quedado paralizadas, como el turismo internacional, la Acnur reiteró que el tránsito de refugiados y de solicitantes de asilo permanece vedado “de manera inconsistente y arbitraria” en al menos 20 países. “Me preocupa que las medidas promulgadas con el argumento de responder a la covid-19 se estén utilizando como pretexto para excluir y negar el asilo a las personas que huyen de la violencia y la persecución. El coronavirus no puede ser una excusa para ignorar las normativas y los derechos”, observó el alto comisionado Filippo Grandi.

Los focos tradicionales de desplazados siguen encendidos mientras la emergencia sanitaria global continúa activa y acechante, y la invasión rusa desestabiliza el orden político internacional con secuelas de escasez de comida y energía particularmente serias en África. En el presente, el Acnur identifica 29 situaciones críticas, incluida la ucraniana. Hay movimientos calientes y muy complejos en el Caribe y México; en Venezuela; en Somalía; en Mali; en Nigeria; en Siria; en Sudán del Sur; en la República Centroafricana; en el Mediterráneo; en Burundi; en la República Democrática del Congo; en Birmania; en Irak; en Yemen; en Afganistán; en Bangladesh; en Burkina Faso; en Etiopía; en Armenia; en Azerbaiyán; en Mozambique y en los Balcanes, entre otras regiones. También comienza a inquietar la salida de bielorrusos, rusos y de integrantes de otras comunidades sometidas al Kremlin.

El movimiento forzoso de personas siempre ha sido dramático. No sólo provoca estragos en las vidas individuales, sino que también entraña desafíos de integración en las sociedades receptoras. Aún con las ventajas que hoy gozan, los ucranianos enfrentan un ciclo de incertidumbre y adversidad puesto que no saben qué será de ellos ni qué les terminará deparando la guerra. También hay que ver cómo reaccionarán con el tiempo polacos, moldavos, rumanos, húngaros y eslovacos a la presencia de los vecinos con los que tendrán que compartir sus recursos.

Una serie de estudios de la compañía de sondeos Gallup sostiene que la hospitalidad existente respecto de los ucranianos incluso en países renuentes a aceptar extranjeros responde a afinidades culturales, étnicas y religiosas que se transforman en motivos de tensión con extranjeros de otras nacionalidades, pero que las coincidencias no eximen de retos para la hospitalidad. Es que, superada la urgencia de hallar un refugio, emerge algo más difícil todavía: encontrar una solución duradera para quienes han sido brutalmente expulsados de sus hogares.

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