“En mayo de 1810 los revolucionarios habían manifestado la voluntad de organizar un gobierno propio, pero esto todavía no significaba la ruptura plena con la Corona española. De hecho, tras la captura de Fernando VII en manos de las tropas napoleónicas, se crearon tanto en España como en el territorio americano distintas juntas que ejercían el autogobierno, pero que al mismo tiempo reafirmaban su lealtad al rey cautivo. En medio de esa situación se reunió, entonces, en San Miguel de Tucumán el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sudamérica. Las sesiones se iniciaron el 24 de marzo de 1816 con la presencia de 33 diputados provenientes de un territorio diferente de lo que hoy es la Argentina. Así, por ejemplo, Charcas (hoy parte de Bolivia) envió un representante. En cambio, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe no participaron porque, enfrentadas con Buenos Aires, integraban la Liga de los Pueblos Libres junto con la Banda Oriental”. La efeméride del Ministerio de Educación de la Nación explica algunas de las motivaciones que llevaron a los patriotas y próceres a consagrar la Independencia de la Argentina.
Parecen reminiscencias de tiempos pasados, de gestas históricas, de personajes extraordinarios. Pero en realidad son deseos y esfuerzos de personas comunes que buscaron la forma de luchar por una realidad mejor, por un país, por un lugar que les garantizara a ellos y a sus descendientes un futuro promisorio.
En este 9 de julio parecen utopías lejanas, de personalidades iluminadas por un ser superior. En realidad se trató de ciudadanos comprometidos y dedicados al objetivo de forjar una nación.
Sin conciliaciones en medio de la debacle social, económica, política e institucional, lograr ser independientes, o sea, forjar un futuro mejor, parece algo utópico en la Argentina. Hoy se celebra el 9 de julio en medio de incertidumbres en el partido gobernante a nivel nacional y provincial, y también entre el partido opositor mayoritario. En el horizonte se avizoran preocupación y temor ante lo que Argentina propone. Nos halla esta cara fecha patria en medio de desilusiones y miedos, más que en un momento de tranquilidad que permita disfrutar de la Argentina que supieron imaginar nuestros próceres.
Cuando el Presidente de la Nación pise hoy Tucumán las miradas de la estarán aquí, pero no por la expectavia de lo bueno que pueda suceder, sino con la ilusión de que Alberto Fernández ofrezca tranquilidad para un país que cruje y pide certezas.
Sin conciliaciones, como la de aquellos próceres de 1816, será difícil que el país pueda gritar en paz por independencia o celebrar aquella que logramos conseguir. Hablar de independencia hoy es una ilusión lejana, porque si el bienestar no acapara el sentimiento social es difícil soñar con objetivos superiores.
El deseo en esta, que debería ser una fiesta del 9 de julio, es que la dirigencia, en todas sus expresiones políticas, y la sociedad, en todos sus estratos, consigan dejar de lado las posiciones extremas que ponen a la Argentina en una situación de ruptura. Es la hora de bregar por una dirigencia que, de arriba hacia abajo, señale el camino de la independencia. Debería ser el ideal y apenas se reduce hoy a la posibilidad de comer, de educarse y de tener acceso a la salud.