Argentina no es un país federal. Nunca lo fue, más allá de la intencionalidad fundacional que jamás llegó a corporizarse. Incluso hay datos y hechos que ponen en duda si Argentina es en verdad un solo país o son varias regiones muy disímiles, ocultas bajo el manto de una misma bandera y de otros íconos nacionalistas postcoloniales.
Hace unos días se hizo pública una nueva confirmación oficial acerca de esta realidad paralela, y nada menos que en palabras de la vocera presidencial, Gabriela Cerruti. La portavoz de la máxima autoridad nacional de un país híperpresidencialista, es decir, de alguna forma, la palabra de Argentina.
Fue un incidente que tuvo profusa difusión pero bastante menos análisis del que ameritaba.
El miércoles 30 de junio el presidente Alberto Fernández realizó una sorpresiva visita a la dirigente de la organización Tupac Amaru, Milagro Sala, detenida en Jujuy, luego de que ésta sufriera una trombosis venosa profunda en una pierna.
Al día siguiente, en su habitual conferencia de prensa de los jueves en Casa Rosada, Cerruti fue consultada sobre este viaje relámpago de Fernández.
El periodista Bryan Mayer, corresponsal en Buenos Aires del diario El Litoral, le preguntó a la vocera: “Ayer llamó la atención y generó cuestionamientos del sector opositor que el Presidente suspenda su agenda para ir a abrazar a Milagro Sala. Usted muchas veces plantea dicotomías en sus respuestas. Entonces, le quiero preguntar si no siente que también hay una en la actitud del Presidente respecto con Milagro Sala y ningún gesto con personas que perdieron un ser querido en la pandemia. Por ejemplo, el caso de Solange y Abigaíl que se recordaron en las últimas horas”.
A lo que Cerruti respondió: “El Presidente no suspendió la agenda ayer, de hecho volvió al mediodía a la Argentina para encontrarse con el gobernador provincial de Santa Fe. Entender que alguien suspende la agenda cuando al mediodía está entre otras cosas firmando un convenio histórico con la provincia de Santa Fe, no sé que agenda tenía usted del Presidente que viera que se había suspendido a la mañana”.
Está claro que en lo profundo del subconsciente de Cerruti, Jujuy no forma parte de Argentina.
Luego podrá pedir disculpas -no lo hizo- y argumentar que se trató de un simple “acto fallido”, pero lo cierto es que fue un lapsus muy sintomático, no menor sobre todo de quien viene, que abre puertas hacia lo más hondo del hoy desintegrado pensamiento argentino.
Incluso nos atrevemos a interpretar, aunque no lo dijera, que el imaginario nacional de la vocera coincide con el de un importante porcentaje de porteños o, como lo define el politólogo Raúl Timerman, es producto de la ignorancia de base y muy arraigada en la cultura del “ambacentrismo”, en referencia al Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA).
Este imaginario considera que la Argentina termina en la avenida General Paz y alrededores (San Isidro, Pilar, Tigre, Avellaneda, etc) y que el resto del país es un vasto territorio agrícola ganadero, con gauchos a caballo y pueblitos sin internet.
Cerruti no es una oveja descarriada ni una funcionaria mal dormida a quien se le cruzan las palabras y dice cualquier barbaridad. Es la síntesis de lo que a diario piensa y expresa públicamente en las redes sociales un importante número de “ambacentristas”.
Y como vocera expresa fielmente el pensamiento más íntimo de su jefe, otro porteño de paladar negro nacido en el barrio Villa del Parque, quien el 7 de noviembre de 2021, durante una reunión con 150 dirigentes kirchneristas cordobeses, se sinceró frente a las cámaras: “Hacen falta muchos cordobeses y cordobesas como ustedes para que Córdoba de una vez por todas se integre al país, para que Córdoba de una vez y para siempre sea parte de la Argentina y no esta necesidad de siempre parecer algo distinto”.
¿Distinto para quién, distinto de qué? habría que preguntarle al “ambacentrista” Fernández.
Seguramente una amplia mayoría de cordobeses no piensa como él.
Consciencias ineficaces
El “acto fallido” fue un descubrimiento del creador del psicoanálisis Sigmund Freud, al que denominó Fehlleistung. Término alemán que también podría traducirse como “rendimiento fallido” o “fallo en la eficacia”.
Los fallidos se dividen en cuatro tipos: equivocaciones verbales (lapsus o lapsus linguae); errores en la escritura o en la gráfica (lapsus calami); tropiezos u omisiones en la lectura; y olvidos o extravíos inexplicables, como cuando olvidamos el nombre de una persona muy cercana o perdemos un objeto imprescindible y que muchas veces dejamos en lugares simbólicamente importantes (para nuestro inconsciente).
Entre los ejemplos cotidianos, el psicoanálisis considera que perder las llaves podría significar que no se desea regresar al hogar.
Nuestro subconsciente reprimido necesita salir y expresarse y para ello utiliza diferentes mecanismos, entre ellos los actos fallidos.
No es menor, es la base desordenada, u ordenada de forma distinta a nuestra consciencia, de lo que realmente somos o vamos siendo en capas, de lo que sentimos, pensamos, tememos o deseamos.
Nuestra consciencia procesa esa base, en apariencia caótica, la filtra, la edita y la edulcora, para que cuando emerja produzca menos daño, no tanto a terceros sino principalmente a nosotros mismos.
Nadie duda que nuestra Patria está en terapia y que ya son varios los dirigentes que perdieron las llaves de este hogar.
La abrumadora inequidad social que existe entre el AMBA y el resto de las provincias, la falta de oportunidades en el interior en comparación con Buenos Aires, la disparidad de accesos a bienes y servicios básicos, la muy injusta distribución de subsidios a los servicios públicos, o la híperconcentración de la economía en el puerto de Buenos Aires, en Aeroparque y en Ezeiza, no son producto del azar o del destino.
Estas profundas disparidades son la consecuencia de un Estado-ciudad que logró imponerse sobre los otros, casi siempre con la complicidad o en sociedad con la dirigencia político-empresaria de las provincias.
El declaracionismo
La creación de la Región Norte Grande Argentino es un síntoma terminal de la desigualdad nacional.
No tanto por su conformación en sí, sino porque desde su gestación (reforma constitucional del 95) no ha pasado de ser más que un sello burocrático sin ningún resultado en 27 años.
En rigor, el primer tratado de integración del Norte Grande se firmó en 1987 por nueve provincias -aún no figuraba La Rioja- y sólo sirvió como antecedente para incluirse en la reforma del 95.
El Norte Grande es un tratado que se contempló en la reforma menemista, pero no fue creado sino hasta el 9 de abril de 1999, cuando la alianza se suscribió en Salta.
Diez años después, en 2009, aún carecía de organicidad y no había sido puesto en funcionamiento, por lo que en la práctica empezó a sustituirse por el Parlamento del NOA y el Ente Norte Argentino.
Los principales objetivos de esta alianza fueron (o son) repensar el país, terminar con las asimetrías, romper con el centralismo porteño y comenzar a mirar al Pacífico como la verdadera (y geográfica) puerta de conexión del norte argentino con el mundo.
Además de un montón de artículos de relleno que postulan promover, incentivar, desarrollar, integrar, impulsar y bla bla bla…
Quizás en sus objetivos se encuentre la respuesta al fracaso de esta alianza, donde una vez más se impuso “Argentina” al resto de las provincias, siempre, reiteramos, con la complicidad y en sociedad con la dirigencia político-empresaria del interior.
Recién el 12 de mayo de este año, 35 años después de su incubación, el Senado aprobó el tratado interprovincial de creación de la Región Norte Grande Argentino y lo giró a Diputados, donde aún es sólo un proyecto de resolución.
A partir de ello resucitó el Consejo Regional que integran los gobernadores y el 22 de junio se creó el Parlamento del Norte Grande.
Esta alianza, que en su espíritu inicial procuraba una integración real de las provincias, quizás hasta la conformación de un mega Estado, está constituida por Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Misiones, Chaco, Corrientes y Formosa.
En total abarca una superficie de 850.000 kilómetros cuadrados, la segunda región en tamaño después de la Patagonia, y cuenta hoy con una población de 11 millones de habitantes.
Su ciudad más importante es el Gran Tucumán, con más de un millón de ciudadanos, y le sigue el Gran Salta, con 750.000 personas.
En este 9 de Julio, donde la capital del Norte Grande es además la capital argentina, la independencia es una gesta que está siendo interpelada desde varios frentes.
No es con declaracionismos ni con fotos de mandatarios sonrientes como se construye una nueva independencia, como quedó demostrado en estos últimos 35 años de naufragio oficinesco.
Tal vez sea con acciones concretas, como el corredor bioceánico que nunca se consumó (Atlántico/Brasil, Pacífico/Chile, pasando por el Norte Grande a través de cientos de kilómetros); con héroes que se atrevan a desafiar al statu quo que impone desigualdades; con caudillos federales que enfrenten al centralismo portuario y recuperen los trenes; con hombres y mujeres convencidos de que la libertad no se negocia, se impone. Como pensaban San Martín y Belgrano.
“Como te ven te tratan, y si te ven mal te maltratan”, repite la diva de los almuerzos televisivos.
Nuestro máximo museo histórico, y que también debiera serlo para toda esta Argentina rota, es “la casita de Tucumán”, según los “ambacentristas”.
Así nos ven, como una casita, sede accidental y fortuita de una independencia que les resulta lejana y pequeña, muy distinta de la poderosa Revolución de Mayo.
Esto quedó demostrado en 2010, cuando otra porteña adoptada por los recoletos, Cristina Fernández, organizó enormes, costosos y prolongados festejos para el Bicentenario de Mayo de 1810, además con numerosa visita internacional importante, mientras desde Buenos Aires se ninguneó bastante la celebración del Bicentenario de la Independencia, en 2016, encabezada por Mauricio Macri y Juan Manzur.
¿Qué diría el “ambacentrismo” si el resto dijera “placita de Mayo”, “obelisquito”, o “cabildito de Buenos Aires”, solar que por otro lado es menor en superficie y en metros construidos que la Casa Histórica de la Independencia.
Parecen detalles menores, pero con simbología y lenguaje se construyen las realidades, y sabemos bien cómo es la realidad de este Norte Grande pobre, frustrado y postergado, con su empequeñecida “casita de Tucumán”, tan lejos de “Argentina”.