Julio, ese mes tan celebrado por los memes, se está yendo en un clima de zozobra extremadamente inquietante. Bienvenido el humor de las redes sociales para contrarrestar el terremoto económico desencadenado durante las últimas semanas: una crisis que impide imaginar no ya el futuro, sino cómo llegará el país a fin de año. Es fácil caer en la desesperanza en una coyuntura tan difícil, donde tangiblemente cada día la población argentina es más pobre, y, con su moneda reducida a cenizas, ve cómo peligra el acceso a bienes y servicios elementales. Se trata de un colapso anunciado y dolorosísimo porque evidencia el fracaso sistemático del liderazgo político para cumplir la promesa de prosperidad en la antesala de la celebración de los 40 años ininterrumpidos de democracia. Son circunstancias que obligan a buscar refugio en las cabezas de los constructores de la patria. Aquí es donde cobran valor mayúsculo las palabras de ese tucumano lúcido e inteligente que fue Juan Heller.
En otro julio, pero de 1906, Heller pronunció un discurso para jóvenes universitarios que habían venido a Tucumán a festejar el aniversario número 90 de la Declaración de la Independencia. El pensamiento realista, luminoso y entusiasta de este jurista y célebre presidente de la Corte provincial, miembro destacado de la Generación del 80, llega al presente gracias a la compilación elaborada por el historiador y periodista de LA GACETA, Carlos Páez de la Torre (h), con el título “Juan Heller (1883-1950). Noticia biográfica y selección de textos”.
El escenario de estas reflexiones es una velada en la Sociedad Sarmiento, faro cultural de la época. El orador hace un repaso de los hechos de Mayo de 1810, del heroísmo revolucionario, de la caída en la lucha intestina y de la visión certera de Mariano Moreno. “Moreno comprendió el peligro de la demagogia. El galope del corcel bárbaro golpeó su oído y vislumbró la patria desgarrada por las facciones”, dice Heller a su audiencia.
El discurso recuerda que la Argentina es una invención para contrarrestar la iniquidad: una urgencia creada por la injusticia y la violencia de los conquistadores y colonizadores que habían sojuzgado a los criollos. Pero Heller advierte que esas marcas traumáticas no desaparecieron, sino que hicieron que un rey sea reemplazado por un caudillo igual o más autoritario que aquel, y llevaron a la anarquía. El caos y “la confusión de todos los principios” fueron siempre grandes provocadores y extintores de los impulsos civilizadores. Para el intelectual tucumano, esa tensión continuaba latente pese a la fase de paz inaugurada por la Constitución de 1853-60 y sólo el devenir del tiempo, quizá de los siglos, lograría aplacarla.
¿Qué mira Heller para pensar de ese modo? Una dirigencia adicta a la fragmentación y a la pelea autodestructiva, y heredera de la que antes ya había detectado Moreno. “Nuestros partidos políticos han tenido la debilidad de creerse poseedores exclusivos de la verdad y olvidaron que la verdad no es patrimonio de agrupación alguna porque nace precisamente del choque constante de las pasiones más opuestas y de los intereses más adversos”, dice. Su diagnóstico parece inspirado en el paisaje sombrío de la conducción actual del país, que se rindió ante el altar de la polarización y cayó una vez más en la trampa de creer que basta un grupo de iluminados para resolver problemas complejísimos y muy arraigados, como el gasto público desbordado y la inflación.
Los 116 años transcurridos desde aquella alocución ratificaron los temores de Heller. Y aunque él lucía seguro de que eso iba a pasar, también creía que tanto sufrimiento colectivo e individual iba en algún momento a deparar un “grandioso porvenir”. “Yo tengo esa esperanza bella porque es joven; optimista porque es de la patria; justa y legítima porque es merecida… Yo acaricio la ilusión de algo sublime y portentoso: millones de argentinos que viven felices en esta tierra prometida, con gobiernos democráticos, con libertades amplias, con parlamentos representativos, y el pueblo, ese soberano teórico siempre ensalzado y jamás satisfecho, siendo la causa poderosa y única de esa grande, hermosa y futura transformación”, dice a los jóvenes que lo escuchan. Es un mensaje que vale la pena recordar en este julio por su fuerza a prueba de decepciones y porque para Heller la lógica iba a terminar triunfando sobre la irracionalidad. Él lo pone en estos términos: “así como en las cumbres despunta el sol primero que en el valle, podemos decir también que para el hombre educado amanece más temprano”.