13 Agosto 2022

Carlos Fara

Analista político (www.politicsflix.net)

Mientras Sergio Massa va poniendo parches en la herencia recibida y digiere el índice de inflación récord de julio, la principal oposición se estaba cuidando de que el protagonismo sea solo del oficialismo… hasta que apareció Lilita Carrió y la puso otra vez en escena. ¿Por qué hizo es? Circulan varias hipótesis. Se dice que fue para…

1.marcarle la agenda al resto de la alianza respecto a posibles “desvíos” éticos;

2.hacerle el trabajo sucio a Mauricio Macri respecto a lo que quiere decir, pero no puede;

3.volver a poner a Juntos por el Cambio en la tapa de los diarios, ya que tanta ausencia de protagonismo no era lo adecuado; o

4.tapar el debate sobre el fiscal y el juez que juegan al fútbol en la quinta de Macri.

Puede ser cualquiera de estas 4, o una combinación de ellas para matar 2, 3 y hasta 4 pájaros de un tiro. Pero claro, ganar los titulares con semejante escándalo -que además tiene ribetes de culebrón- es como cuando Cristina pretende que la economía se arregle sin hacer algún ajuste. Daría la impresión que empezó el campeonato nacional de tirarse un tiro en el pie.

Porque muchos se preguntaban en estas últimas dos semanas “¿y la oposición? ¿gana o pierde con todo el lío oficialista? ¿qué debería hacer?”. Pues la respuesta como muchas veces la tiene el bueno de Napoleón: “Cuando tu enemigo esté ejecutando un movimiento en falso, nunca lo interrumpas”. Carrió quizá no haya leído a Bonaparte y se esmera en mostrar que no solo el Frente de Todos (FdT) tiene problemas.

¿Era correcto que la principal oposición se quedara bastante callada estos días? Sí. Paso a enumerar las razones:

1. La llegada de Massa puede ser un éxito o no, pero en todo caso demuestra lo complicado que estaba el oficialismo. Ergo, ¿para qué meterse, más allá de las críticas de ocasión?

2. No tiene mucho sentido convertirse en pájaro de mal agüero todo el tiempo. La prudencia es lo que manda es situaciones de alta incertidumbre.

3. ¿Y si a Massa le va razonablemente? El cuadro de competencia cambiaría hacia una disputa por el centro moderado, bajando la cotización de las alas radicalizadas en ambos bandos (y Javier Milei deberá pensar en otra estrategia de impacto).

Pero más allá de lo que haya disparado Lilita, el mar de fondo opositor es otro. Tal cual lo anticipamos a principios de mayo en la columna “Ni bomberos ni arquitectos”, dentro de Juntos por el Cambio (JxC) existe una grieta ideológica tan grande como la que existe en el oficialismo, y esa grieta no va a ser saldada hasta las primarias del año que viene (o sea, dentro de un año) porque:

a) no tiene sentido tratar de resolver algo irresoluble de corto plazo (¿exponer diferencias ideológicas ahora? para qué?;

b) ningún bando está seguro cuál va a ser el escenario en agosto de 2023 (¿se radicalizará o se moderará? Depende cómo la vaya a Massa y las ansias de control político por parte de Cristina Fernández); y

c) por ahora nadie se corta adelante solo como para zanjar la cuestión (por ejemplo, ¿Macri juega o no?).

JxC nunca hizo un balance unificado sobre el proceso 2015-2019, no definió si un próximo gobierno nacional suyo será de coalición o de un solo partido, y ergo tampoco está en condiciones de definir liderazgos ahora. Pero lo más importante es qué le dirá a la sociedad el año que viene en la campaña electoral: ¿hay que hacer lo mismo que Macri pero más rápido? ¿o hay que hacer algo distinto?

Teniendo en cuenta que el creador del PRO perdió su elección sobre todo por el balance de su gestión económica, no deja de ser un interrogante importante qué diría él en campaña, sino también que dirá otro/a candidato de ese espacio. Entre las cosas difíciles que tiene la política contemporánea está la de explicar que algo era bueno cuando ya salió mal (el electorado dixit). Nada es imposible pero no será sencillo, sobre todo para el votante independiente de centro que creyó en Macri en 2015 y en 2019 huyó a los Fernández pese a la presencia de CFK. Lo más aconsejable en estos casos es resetear el debate y cambiar el framing, no empecinarse en que la gente entienda algo complejo. Tampoco parece razonable apostar a que lo mal que le va a Alberto + Cristina servirá de lección a los votantes que volverán “rendidos a la casita de los viejos” (¿los atenderá el viejo criado?). Que el kirchnerismo post 2015 ya no volvía más al poder es una hipótesis que se demostró inválida, de modo que la lógica del miedo es un poco relativa.

Como si esto fuera poco, además esta semana ha sucedido otra cosa: la postura de Facundo Manes para ampliar la alianza y sumar a figuras como el cordobés Juan Schiaretti, quizá coqueteando con la idea de una posible fórmula presidencial. Más allá de los argumentos sobre la necesidad de conformar una fuerza política amplia que pueda hacer las reformas que necesita la Argentina, lo cierto es que esa jugada parte de la hipótesis que la crisis se profundiza, el escenario se radicaliza, se rompen las dos coaliciones mayoritarias, y surge la oportunidad de un centro moderado con un combinado de figuras de aquí y de allá. Sería muy largo de analizar si este escenario tiene visos de realidad. Lo cierto es que le genera internamente a JxC un debate adicional. Hasta acá era cómo nos llevamos entre nosotros, y la jugada mencionada complejiza aún más lo pre existente.

Es curioso que cuando la principal oposición estaba sentada cómodamente en la platea viendo cómo el oficialismo trataba de desactivar una bomba construida por sí mismo, y cuando la figura de Milei había empezado a desdibujarse por errores propios -haciendo que se diluya la amenaza por derecha- le aparecen dos conflictos inesperados internos de la mano de dos que no se quieren mucho entre sí: Carrió y Manes.

Diría el recordado Carlín Calvo, “es una lucha…!”

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