“Si bien no existe una definición jurídica internacional del discurso de odio y la descripción de lo que constituye “odio” resulta polémica y controvertida, las Naciones Unidas consideran que discurso de odio es cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”, sostiene la ONU en su documento “La estrategia y plan de acción de las Naciones Unidas para la lucha contra el discurso del odio”. El escrito data de 2019 y en su formulación invita a reflexionar.
El tema recobra actualidad en la Argentina de una grieta que devino en una dirigencia que exacerba los ánimos del resto de la sociedad. El intento de magnicidio contra la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, es quizás la expresión más triste y extrema de esa oposición extrema en lo ideológico que deviene en violencia física. Y pone sobre la escena frases sobre si lo que se dijo antes y después de ese atentado se configura o no como la consecuencia de esos supuestos “discursos de odio”.
En su documento, la ONU añade: “en muchos casos, el discurso de odio tiene raíces en la intolerancia y el odio, o los genera y, en ciertos contextos, puede ser degradante y divisivo. En lugar de prohibir el discurso de odio como tal, el derecho internacional prohíbe la incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia. La incitación es una forma de expresión muy peligrosa, ya que tiene por objeto explícito y deliberado dar lugar a discriminación, hostilidad y violencia, que también podrían provocar o incluir actos de terrorismo o crímenes atroces”. El organismo ayuda a echar un poco de luz sobre lo que nos debatimos los argentinos en estos días y trasciende las posturas respecto de si lo que acontece en nuestro país es precisa y académicamente o no un discurso tipificado como “de odio”.
La raíz quizás esté en tomar un poco de distancia respecto de esas contraposiciones dialécticas y tratar de hallar los motivos de una crispación social que emana intolerancia desde los estratos más elevados en cuanto a responsabilidades en nuestro Estado hasta el seno de nuestras familias.
Las palabras nunca son inocentes, supo decir el escritor José Saramago. Y en la Argentina agrietada e intolerante se explicita esa afirmación, con posiciones extremas y violentas hacia los líderes de las dos coaliciones políticas más importantes del país, representadas hoy en Juntos por el Cambio y en el Frente de Todos.
Es hora de apoyarse en la cordura de los hechos, la defensa de las instituciones, la importancia de las sanas discusiones, y la defensa respetuosa de las ideologías. Sería importante que la postura contestataria de nuestros líderes políticos deponga la búsqueda de imponer la razón a como dé lugar e incite a la tolerancia y la pacificación.