Violencia, droga y corrupción en el fútbol tucumano

15 Septiembre 2022

Desde hace ya tiempo, se viene incrementando de un modo significativo y más que preocupante. Circula por todas partes con mayor o menor intensidad, en forma individual o colectiva, muchas veces al amparo del poder económico y político. Malestar, intolerancia, agresividad, insatisfacción, fanatismo, corrupción, delincuencia, droga, son algunos de sus ingredientes. La violencia es un reflejo del malestar de la sociedad, sacude a la ciudadanía a diario.

Este fin de semana que pasó, hizo su ronda por el fútbol tucumano. El domingo, en Aguilares, en la cancha de Jorge Newbery, un grupo de hinchas locales atacó a los jugadores, al cuerpo técnico de Sportivo Guzmán, hirió a un policía y provocó destrozos en el club. Entraron a los vestuarios y les robaron todas las pertenencias al árbitro y sus asistentes. El lunes, dos horas antes del partido de San Martín con Belgrano de Córdoba, fue asesinado un hincha, a poco más de una cuadra del estadio de Ciudadela. Pese a la tragedia, directivos de la institución “ciruja” decidieron que el partido se jugara.

Un legislador cuestionó la decisión. Sostuvo que se falló en la prevención y en el perímetro de seguridad que debe implementar la policía en eventos deportivos. “Nos acercamos a la violencia sin control que pone en jaque al gobierno provincial, que hace anuncios pero la violencia, las muertes, las drogas y las armas en poder de civiles evidencian la falta de conducción de la fuerza policial”, aseveró. El ministro provincial de Seguridad defendió la decisión de que el partido se jugara porque el hecho se produjo “fuera de los anillos de seguridad que marcan y controlan el ingreso de personas”. El funcionario agregó que dentro de la cancha, “todo se manejó con normalidad; hubo una reunión entre el árbitro, el encargado de seguridad deportiva, dirigentes y miembros de la AFA. Las garantías estaban dadas, por eso se jugó”. El crimen de Manuel “Berenjena” López es el tercer episodio de violencia protagonizado por la hinchada de San Martín en menos de tres meses; el primero fue la agresión que sufrieron simpatizantes, periodistas, partidarios y dirigentes de Atlanta, en julio pasado.

Desde hace varios lustros, los barras bravas son protagonistas en el fútbol nacional y local. Ellos se ocupan de vender entradas, bebidas alcohólicas y droga dentro del estadio, cobrar el estacionamiento; hacen de seguridad privada en los partidos y también custodian a los dirigentes en caso de que estos tengan problemas, por supuesto que sus acciones no son gratuitas. Sin duda, los barras bravas no actúan solos, sino bajo la protección de un sector poderoso, si no, cómo se explica que dispongan de entradas para la venta o reventa, viajen a cualquier parte con el equipo o gocen de otro tipo de prebendas. Esto se llama corrupción, que parece estar enquistada en el seno del poder.

Los barras bravas no existen por generación espontánea, sino porque un sector los apoya económicamente y los protege. De otra manera, no se entendería que estos delincuentes sigan provocando desmanes y hasta muertes, cuando seguramente sus caras son conocidas por dirigentes, policías y jueces. Si los violentos son alimentados desde un sector de poder, es porque existe un gran negocio, de otro modo no se explicaría que la violencia no haya sido erradicada hace tiempo de las canchas de fútbol. De poco o nada, servirán las medidas que puedan tomarse o el diseño de una política de Estado si no hunde el bisturí hasta el fondo para que salgan a la luz todos los corruptos. En todo negocio hay alguien que gana y otro que pierde. Los vencedores hasta ahora han sido los violentos y sus protectores, mientras el que siempre pierde es el verdadero hincha que paga una entrada para ver al equipo de sus amores y no sabe si regresará con vida a su hogar. Sin él, el fútbol no existiría.

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