TESTIMONIO
ÁRBOL QUE TIEMBLA
DENISE LEÓN
(La ballesta magnífica - Tucumán)
Podríamos afirmar que, en su último libro, Árbol que tiembla, Denise León escribe con la sangre y desde la sangre que, como dice un conocido dicho inglés, “es más pesada que el agua”.
Se trata de un libro maravilloso -en donde un cuerpo puede y puede mucho tal como afirma Spinoza citado en el texto-, y de género plural porque la dimensión poética se articula con otras modulaciones al mismo tiempo autobiográficas, biográficas y ficcionales como las cartas, las conversaciones, los susurros, el diario terminal de la madre, espejado en el diario de la hija, la voz del padre, a quien está dedicado el libro, que acompaña, recuerda y se retrae cuando lo acosan sueños perturbadores. Aparecen voces fundamentales, huellas de abuelas, bisabuelos, tíos, primos, amigos, además del núcleo duro familiar de Alfredo León y sus hijos: “Alfredo, kualo es este nombre para un jidio?”, como pregunta la suegra.
Polifonía de voces que resuenan y se posicionan alternativamente en un espacio escrito (del que por momentos nos olvidamos por la fuerza coral) y lo perforan. Estrellas que se prenden y se apagan, palabras que cuentan destinos y “verdades” (versiones de verdades) personales porque, además, todo espacio familiar atesora mitologías incomprobables que se reiteran y relatan a través del hilo generacional en donde se suceden continuamente los relevamientos de los que mueren. Mitologías familiares que sobreviven y animan la vida cotidiana de las casas, las sobremesas y visitas, las celebraciones y tristezas que trae el tiempo.
Sin embargo, los aparatos burocráticos prescinden de relatos y mitologías, descreen de las estrategias para volver a unir los hilos sueltos y exigen comprobantes materiales, documentos, que dirigen la búsqueda de la autora hacia un tesoro de papeles viejos y largamente olvidados en roperos, cofres o valijitas de cartón que, por algún respeto ancestral, en general no se desechan ni se destruyen. Fragmentos diseminados en reservorios domésticos que este sujeto imaginario, Denise León que, en tanto poeta, une las piezas de un rompecabezas eternamente incompleto, sostiene a través de su escritura. Claro que siempre habrá piezas que faltan: las totalidades no pueden abarcarse. Y a estas pérdidas se suma la dificultad de la lengua hebrea y su alfabeto, las lagunas de la memoria y sus puntos ciegos, para leer las ketubot de corrido, la recurrencia a los amigos para contrarrestar esa dificultad y poder descifrar la mensajería de los tiempos pasados, a través de las nuevas formas de comunicación por e-mails, WhatsApp, imágenes digitales, entre otras, que unen papeles arrugados y amarillos con celulares de última generación.
Como ya dijimos, esta proliferación creciente de voces y de huellas de voces y de huellas de huellas de voces se fija en la escritura, es contenida en las paredes del libro, del Árbol que tiembla, tiembla sacudido por el bullicio de las voces enredadas en las letras. Enredadera sonora memoriosa / olvidadiza que, parafraseando a su autora, buraquea, rompe la superficie textual, horada las modulaciones genéricas porque ése es el agujero de la existencia que nunca se sutura.
El sujeto, la sujeta poética, Denise León, sujetada por el mar pero sobre todo por los muertos, remonta el río de las congojas y alegrías genealógicas en un arduo trabajo con la lengua, con las lenguas igualadas, zurcidas, bordadas en el lienzo incompleto, irreversible y suspendido de la madre (español, judeo español, hebreo, argentino y tucumano) y retorna al presente, más joven y más vieja, para regalarnos a nosotros, sus agradecidos lectores, la felicidad de un libro nuevo.
© LA GACETA
María Laura De Arriba