Catalina Lonac: “es a través de la educación que podemos ayudar a este país”

La Universidad San Pablo-T que fundó la empresaria azucarera está cumpliendo 15 años. Un sueño que pasó por varias etapas hasta concretarse. Un legado.

UNA HACEDORA. Catalina Lonac hizo realidad un sueño que comenzó a construir a los 40 años. UNA HACEDORA. Catalina Lonac hizo realidad un sueño que comenzó a construir a los 40 años.

Julio 4, 2007. Un alto para amenizar el miércoles. El café del bar Bernasconi le acaricia el placer. Suena el teléfono. Las palabras danzan en su corazón. La alegría brinca en las pupilas. Le dice al dueño: “- Traete algo fuerte para que brindemos. - ¿Pero estás loca? Son las 10 de la mañana. - Traeme algo fuerte y brindá conmigo. Después te explico. - Mirá, tengo ese licor de pera que vos me has traído de regalo de Croacia. - Traiga”. La voz es un eco desparramado en su piel: “Su universidad está aprobada”. “Fui tan feliz, como cuando nacieron mis hijos. Entonces ahí dije: ‘tengo tres hijos: Agustín, Catalina y la universidad’. Fue la primera del siglo XXI, la firmó Néstor Kirchner. Nació ese 4 de julio, pero decidí inaugurarla el 14 de septiembre”, cuenta Catalina Lonac, fundadora de la Universidad San Pablo-T, que está celebrando sus primeros 15 años. Abogada, empresaria azucarera, es también consulesa honoraria de la República de Croacia para las provincias del norte argentino.

- ¿Cuándo comenzó a gestarse este sueño educativo?

- Cuando entré a la universidad, a mí me toca un período universitario raro, porque acababan de subir los militares, entonces todo lo que uno escuchaba de lo que era la universidad: las asambleas, la política, los centros universitarios, eso ya no existía. Yo he vivido una universidad, donde en el primer año se hacía un tríptico y se estudiaba historia nacional, geografía y letras. Y recién al año siguiente se comenzaba con la carrera en sí, eso fue en el 77 y duró un solo año. Estaban de moda películas donde se veían universidades americanas, con una libertad diferente, con una motivación diferente no tan solo de los alumnos, sino también de los profesores y de las autoridades universitarias. O sea, una comunidad universitaria que no existía acá, donde solamente había que cumplir un programa, rendir e irse a su casa. Y si bien es cierto que hemos tenido una gran formación en la Universidad Nacional, veía que había otra universidad posible.  

- Ese pensamiento siguió luego alimentándose de algún modo…

- Me recibí y empecé a ejercer mi profesión hasta que cumplí 40 años, pasando por la industria azucarera, por muchas cosas que he hecho en mi vida y sentí la necesidad de un cambio. La vida a veces tiene sus causalidades: cuatro socios habíamos comprado en remate ad corpus las tierras de San Pablo y el casco del ingenio, hace 26 años atrás. Luego pasó un año, los socios nos dividimos las cosas; a nosotros nos tocaron el casco y dos mil hectáreas. Yo había conocido el ingenio en otras circunstancias. Cuando lo vi de nuevo, era una ruina tremenda. El chalet, donde ahora funciona el rectorado, tenía los techos caídos, el parque tan hermoso que fue hecho por Thays, estaba lleno de yuyos. Pensé en dos posibilidades: pasar una topadora, tirar todo y poner caña o por qué no, hacer la universidad que yo tanto soñé. Y sentí la fuerza de dejarle un legado a Tucumán, ahí empezó todo.  

- ¿Cómo se fue amasando el sueño?

- No tenía la menor idea de cómo se hacía una universidad y ahí juega un papel muy fundamental el doctor Carlos Fernández a quien yo conocía desde chica. Y lo visité, era vicerrector de la UNT. Cuando entré a su despacho, vi dos retratos en la pared, uno de Rougés y otro de Juan B. Terán; sentía que me taladraban con la mirada y que me decían: “Sos una atrevida de estar pensando en hacer una universidad, ¿qué te pasa?” Me sentía muy pequeñita. Entonces le dije al doctor: “le vengo a contar una loca idea, pero solamente voy a seguir lo que usted me diga”. Le conté lo que tenía en mente del proyecto universitario. “Escríbalo y me lo trae”, me dijo. “¿Eso es un sí?” Se rió y me dijo: “Tráigamelo. Yo se lo voy a leer”. Nos ayudó muchísimo la ingeniera Claudia Bogosian, una de las creadoras de la Coneau en la Argentina, ella estaba de rectora de la Universidad de Chilecito. Con un grupo en el que estaba Ramiro Albarracín (actual rector) viajábamos los fines de semana a Chilecito, la ingeniera nos revisaba la tarea y nos iba corrigiendo. Discutimos la estructura, qué forma de universidad queríamos, qué carreras, cuál era la meta, qué queríamos de los alumnos, de los profesores. Pensamos en la necesidad de la comunidad, en Tucumán, pero como región del país y también de países limítrofes.  

- ¿Qué modelos universitarios siguieron?

- La nuestra es una universidad americana. Argentina está acostumbrada a las universidades francesas porque son napoleónicas y son mucho más enciclopedistas, San Pablo, no. Hay gente que me ha dicho que, por sacar  de abogacía, por ejemplo, Derecho Romano, cometía un pecado capital, pero yo prefería tener resolución alternativa de conflictos y no hacerles perder a los chicos dos años con Derecho Romano. El mundo va cambiando, yo no puedo enseñar lo mismo que hace 100 años, de la misma forma, porque entonces estoy estafando gente. Cuando un chico se recibe, si no lo he preparado para que trabaje al día siguiente, lo estoy estafando. No hay nada más dinámico que la educación, no existe nada más dinámico que la educación porque el hombre es dinámico, las necesidades son dinámicas. Tomé el modelo de Stanford y del Tec de Monterrey, de México. Justo en este período, me invitaron a hacer una convivencia de una semana en el Tec de Monterrey, donde yo exponía ante determinadas personalidades el proyecto San Pablo y la idea era que al final de esa semana el rector de Monterrey, con quien yo quería firmar un convenio, me iba a decir si mi proyecto era viable o no. La verdad que esa semana fue muy rica para mí.  El doctor Jaime Alonso Gómez, que era el director de la Escuela de Negocios me dijo: “Ustedes van a ser más grandes que la Getulio Vargas”. Eso me dio mucho impulso mucho impulso firmamos el convenio ellos, y también con la Universidad de Georgetown.

- ¿Qué obstáculos tuvieron que superar?

- Habíamos creado nuevas carreras y a las tradicionales las cambiamos totalmente. No sabíamos si eso lo iban a probar o no,. Primero hay que ir al Ministerio de Educación, después a la Coneau. Lo económico es algo muy difícil de pasar, por ejemplo, me exigieron en el Ministerio hacer un fideicomiso porque tenía que demostrar que la universidad era solvente económica y financieramente. Hice un fideicomiso.

- ¿Con cuántas carreras comenzaron?

- Empezamos con cuatro o cinco carreras y hoy tenemos más de 40 y hay 17 carreras online, posgrados, maestrías y hemos presentado un doctorado. Hacemos mucha tarea de extensión a la comunidad. Extensión incluye todo lo que no es carrera de posgrado, o sea, todo lo que es diplomatura, va a extensión y además la tarea que uno hace con la comunidad, hemos tomado para trabajar la comunidad de Los Vázquez. Trabajamos junto con los psicólogos y con la gente de ahí de los Vázquez.

- ¿Otorgan becas a quienes no tienen posibilidades económicas de estudiar?

- Damos muchísimas becas. Hemos creado un colegio secundario que depende de la universidad, el IPRE, instituto preuniversitario, al estilo de las escuelas universitarias de la UNT, pero con una metodología de enseñanza bastante diferente. Vamos en el tercer año y becamos a gente, por ejemplo, de La Florida, porque allí tenemos una escuela primaria que es gratuita para los hijos de los obreros y de los empleados; asisten 470 chicos y es una escuela muy buena, se llama República de Croacia. Los becamos y les pagamos el transporte para que vengan al IPRE y después tienen la posibilidad de elegir la carrera que quieran también.

- ¿Cómo laten en su interior los ancestros croatas?  

- Tengo mi corazón partido, doy la vida por Argentina y por Croacia, porque mis padres eran croatas. Cuando uno tiene una familia tan pequeña, que viene de tan lejos, cuando uno ve llorar a su padre al llegar una carta de la madre, en esos sobrecitos vía aérea que tenían azul y rojo en los bordes y su madre le dice: “callate, que el papá está leyendo una carta de su madre”. Son cosas que no se pueden olvidar fácilmente. Mis padres han sido personas sumamente agradecidas con la Argentina y yo sigo esa línea y cuando me preguntan por qué haces tantas cosas, es porque la Argentina les ha dado de comer a mis padres, les ha permitido ser clase media, les ha permitido que sus hijos puedan estudiar y que yo esté donde estoy. Cómo no voy a ser agradecida con este lugar. Tengo que dejarle cosas a la Argentina y si la Argentina está mal, no me puedo borrar. La tengo que ayudar, aunque uno diga qué horror lo que está pasando, hay que ayudar.

- Se tiene la idea de que al empresario solo le interesa ganar plata y no conozco industriales tucumanos a los que se les haya ocurrido fundar una universidad.

- Algunas personas, antes de criticar el capitalismo, deberían leerlo completo Adam Smith porque él dice que el dinero no es un fin en sí mismo, el dinero es para reinvertirlo. Y mi familia y digo mi familia, porque esto es una decisión que nos involucraba a todos, ha decidido invertirlo en educación porque creemos que es a través de la educación que nosotros podemos ayudar a este país. Es un legado, porque con la educación no se gana dinero, hay que poner dinero todo el tiempo y si bien es cierto que esta universidad se autosustenta para el pago de sus profesores y sus gastos académicos, las obras cuestan millones y las investigaciones cuestan millones que salen del ingenio.  

- ¿Se siente una benefactora?

- No, de ninguna manera, me lo han dicho muchas veces y yo digo que no, yo hago lo que tengo que hacer, esta es mi obligación porque todos tenemos que dejar algo y yo puedo dejar esto, por qué voy a dejar menos, tengo que dejar esto.  Vivo bien, tengo una buena casa, un auto, un lindo anillo, voy de viaje… qué más puedo querer. La vida me ha dado muchas satisfacciones y solamente he actuado en consecuencia. Yo estoy devolviendo, nada más.

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