Rumbo al Mundial de Qatar: el efecto messi

El magnetismo del “10” argentino llega a niveles de locura: los rivales hacen fila para sacarse fotos con él o pedirle su camiseta, y los hinchas interrumpen partidos para tocarlo

MESSIMANÍA. La veneración por el astro argentino no conoce de frnteras ni de lenguas. Los hinchas se exponen a multas y días de detención con tal de entrar a la cancha y abrazarlo o sacarle una foto, y los rivales suelen jugar un partido aparte para intercambiar su camiseta. MESSIMANÍA. La veneración por el astro argentino no conoce de frnteras ni de lenguas. Los hinchas se exponen a multas y días de detención con tal de entrar a la cancha y abrazarlo o sacarle una foto, y los rivales suelen jugar un partido aparte para intercambiar su camiseta.

En la extensa lista de récords de Lionel Messi, habría que añadir uno bastante particular: ser el futbolista por el que más gente mete a los campos de juego en mitad de un partido. Al menos, por buenos motivos. Esta curiosa estadística puede ir más allá todavía: ¿cuántas veces se interrumpió tres veces un partido por ese motivo, cómo sucedió en el amistoso del martes entre la Selección y Jamaica? Y eso que “Lio” entró recién en el segundo tiempo. Igual, en el rato que estuvo le hizo un descalabro a los caribeños, ratificando por qué tanta gente lo venera como si fuera un dios y se expone a violentos tackles de los agentes de seguridad, multas y hasta días de prisión con tal de tocarlo, sacarse una foto con él o pedirle un autógrafo en la espalda.

El efecto Messi es un magnetismo que no conoce de fronteras. Donde sea que juegue la Selección, la presencia de Lionel es garantía de concurrencia y rating. Al margen de lo bien que juega la “Scaloneta”, de su invicto de 35 partidos y de su constelación de estrellas de primer nivel, la gente (los propios y los rivales) quieren ver a Messi. En el estadio de Nueva Jersey, hasta los jamaiquinos celebraron cuando el 10 entró a la cancha. Verlo jugar, sobre todo en vivo, es un privilegio que nos cabe a sus contemporáneos. Y aunque mientras hay juego no le mezquinan la pierna fuerte, apenas se termina el partido los rivales hacen fila para sacarse una foto con él o pedirle la camiseta. Esto último es casi otro partido dentro del partido: cuál de los adversarios se queda con la “10” más valiosa del mundo. Por caso, uno de los jugadores de Jamaica se fue cabizbajo luego de ir al vestuario argentino a pedir una camiseta de “Lio” y que le dijeran que no quedaban más, ni siquiera de repuesto. Una escena descorazonadora.

De todas maneras, y aunque a veces lo sorprenden por la espalda, Messi ya está acostumbrado a convivir con estas demostraciones de afecto. En Barcelona fue de lo más común ver cada tanto intrusos gambeteando guardias de seguridad para abrazarlo o rendirle pleitesía de rodillas. En PSG también ya ha ocurrido. Basta con recordar la revolución que desató su llegada a París: jamás en la historia había generado tal expectativa y despliegue de cobertura el traspaso de un jugador a otro club.

Ahora bien, ¿a qué consecuencia se expone quien decide arriesgarse a eludir un control de seguridad e interrumpir un partido para abrazar a Messi? Depende del lugar, pero en Argentina, el artículo 26 de la Ley de Prevención y represión de la violencia en los espectáculos deportivos prevé una sanción de 15 fechas de prohibición de concurrencia y 10 a 20 días de arresto a quien “sin estar autorizado reglamentariamente, ingresare al campo de juego, vestuarios o cualquier otro lugar, reservado a los participantes del espectáculo deportivo”. De todos modos, en los estadios argentinos es bastante menos frecuente el ingreso de intrusos a la cancha por los alambrados y las fosas.

En Europa, en cambio, los denominados “espontáneos” son moneda corriente y por orden de la FIFA las cámaras de televisión deben evitar transmitir esas imágenes, ya que en muchos casos entran total o parcialmente desnudos. En España, por caso, las sanciones pueden ser bastante severas. Según el caso, las multas pueden de 150 a 3.000 euros, más la prohibición de entrar a cualquier cancha durante seis meses a dos años. Durante un clásico Barcelona-Real Madrid, la suma se eleva a un máximo de 6.000 euros. Sin embargo, durante la cuarentena, cuando el fútbol europeo recién se reactivaba y aún se jugaba sin público, la multa podía ser de entre 60.000 y 650.000 euros y hasta cinco años de prohibición de asistencia a los estadios. Así y todo, hubo quien se animó a entrar durante un Barcelona-Mallorca. ¿Buscando a quién? A Messi, por supuesto.

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