Los maderos sobre los que las puertas y ventanas se afirman por medio de pernos y bisagras para poder girar se llaman “quicios”. La Argentina, por estas horas, no parece encontrarse en un “momento bisagra”, ese “lugar común” que viene definiendo de manera abstracta y sin la menor riguridad la zozobra del país y su sociedad. Por el contrario, hay una suerte de parálisis extendida y de incoherencia reinante que convierten la coyuntura en una suerte de “momento de desquicio”. Por instantes, son muy pocas las cosas que parecen estar girando sobre su eje. Hay demasiadas puertas y ventanas sociales que parecen estar fuera de su quicio.

Están tomadas avenidas y carreteras. Y no son las fuerzas de seguridad las que las liberan, sino los barrabravas que van a ver un ver un partido y se enfrentan, con pistolas y machetes, con los piqueteros, como acaba de ocurrir en la Ruta 11. Están tomados varios colegios de Ciudad de Buenos Aires por razones que parecen ser válidas sólo en ese distrito y no en la provincia de Buenos Aires, donde se replican las circunstancias, pero el Gobierno es de otro signo político.

Están tomadas las fábricas de neumáticos por un gremio que, en nombre de defender el salario de sus agremiados, pone en peligro la fuente de trabajo. La última vez que intercedió el Gobierno, los gremialistas tomaron también el Ministerio de Trabajo. En medio, cenan el Gobierno y la CGT. Y se declaran preocupados, casi con ajenidad y sin una solución.

La administración del Estado comienza a poblarse de comentadores. El secretario de Industria, José Ignacio de Mendiguren, “avisa” que en el país hay neumáticos “para una semana más”. La vicepresidenta, Cristina Fernández, “avisa” que el aumento de la indigencia se debe a la inflación en la canasta alimentaria. El ministro de Economía, Sergio Massa, “avisa” que si no hay acuerdo con el gremio de Sutna se podría abrir la importación de neumáticos, pero no dice de dónde saldrán los dólares para ello. Precisamente, la angustia de divisas extranjeras en las reservas del Banco Central, se parcha con “devaluaciones selectivas”: se termina el “dólar soja” y ahora vienen el “dólar minero”, el “dólar malbec” y el “dólar Qatar”. Este último nace para desalentar a los argentinos a viajar a Emiratos Árabes Unidos… mientras Aerolíneas Argentinas anuncia promociones para ir al Mundial.

Tan subvertida está la coherencia estatal que acaba de surgir un indicador de cuasi esquizofrenia. Por estas horas, lo rea se ve en los cines; mientras que la realidad se parece al escenario de una ficción, a contrapelo de lo que se proyecta en la pantalla grande.

Séptimo arte

Desde ayer se proyecta en las salas de todo el país “Argentina 1985”, la película de Santiago Mitre que reconstruye el juicio a los jerarcas de la última (sanguinaria y genocida) dictadura militar. Fue una instancia en la cual el país sumó “más democracia”. El presidente radical Raúl Alfonsín daba cumplimiento a uno de sus compromisos de campaña que más lo había diferenciado de su adversario, el peronista Ítalo Lúder, que se había manifestado en favor de validar la amnistía que el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se había dado a sí mismo, en materia de violaciones de derechos humanos contra la sociedad civil.

No fue sencillo el camino. Los militares aún conservaban mucho poder: 1987 fue revelador. En Tucumán, Antonio Domingo Bussi, ex gobernador de facto, irrumpía en la política y a cuatro años del retorno de la democracia cosechaba 100.000 votos aquí. La cifra fue in crescendo con el correr de los años, hasta que fue electo gobernador en las urnas en 1995.

Ese mismo año hubo también un alzamiento carapintada en Campo de Mayo que, si bien fue sofocado, derivaría en las sanciones de las leyes de Punto Final y de Obediencia debida, que limitaron el juzgamiento de los responsables de delitos de lesa humanidad entre 1976 y 1983. Ambas normas fueron conocidas como “leyes de impunidad”.

Habría que esperar casi dos décadas para que, durante la presidencia de Néstor Kirchner, esas leyes fueran declaradas inconstitucionales y, simultáneamente, fueran derogadas por el Congreso de la Nación. Fue un segundo hito de “más democracia” en la Argentina.

Ahora, por incoherente que resulte, el cuarto gobierno kirchnerista, en contra de la senda de su propio fundador, impulsa en el plano electoral una ley de “menos democracia”.

La astucia de la historia

La democracia aún no ha cumplido, siquiera, 40 años en nuestro país. De modo que aún no se ha desplegado por completo, ni dentro ni fuera de los poderes del Estado. Por caso, la Constitución Nacional, a partir de la reforma de 1994, determinó que los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático (artículo 38). Pero su democratización no avanzó sino hasta 2009, con la Ley 26.571. La “Ley de democratización de la representación política, la transparencia y la equidad electoral”. La norma que creó las PASO.

Se sabe, la Ley 26.571 fue la reacción del kirchnerismo a la derrota que sufrió el propio Néstor en 2009, cuando lideró la lista de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires, secundado nada menos que por Daniel Scioli y Sergio Massa. Perdió contra Francisco de Narváez, a la cabeza de una alianza que por entonces reunía a Mauricio Macri y a Felipe Solá.

El kirchnerismo asumió que la “dispersión de votos” peronistas en “partidos menores” había sido determinante y urdió las PASO: todos los partidos que quisieran competir en los comicios generales de octubre (el plazo es constitucional) deberían ir a primarias abiertas en agosto (el plazo es de la Ley 26.571) y reunir un mínimo de votos (el 1,5% del padrón).

Sin embargo, acaso por “la astucia de la historia” que identificara Hegel, la norma terminó democratizando la oferta de los partidos políticos. En definitiva, en eso consistía el verdadero “relato K”: para traficar un interés, enarbolaba 10 derechos. La PASO es una consulta al pueblo. Antes, los ciudadanos iban a las urnas a votar los postulantes ofrecidos por los partidos, aunque no hubieran surgido de procesos claros sino, a menudo, de acuerdos oscuros y de espaldas a los afiliados. Con las primarias, el pueblo decide quiénes serán candidatos.

Ahora, el cuarto kirchnerismo quiere renegar de las PASO. E impulsa su derogación en el Congreso. ¿La razón? En términos coyunturales, porque sabe que su performance electoral será directamente proporcional a los desastrados resultados de las políticas oficialistas, en todos los órdenes. En términos políticos, porque no se quieren enterar en las urnas cuán mal les está yendo a los argentinos con su gestión antes de las inevitables presidenciales. En términos institucionales, porque siguen actuando como si los intereses del peronismo gobernante estuvieran por encima de las instituciones de los argentinos. En términos simbólicos, porque se creen únicos y, sin embargo, son una mala copia de una pintura de Goya. Y una devaluada versión de un mito griego fundacional.

“Saturno devorando a su hijo” es una de las obras con las que Francisco de Goya decoró una casa que adquirió a principios del siglo XIX. Cronos (Saturno para los romanos) fue un titán (uno de los dioses primordiales asociados con las fuerzas más primarias de la naturaleza) que destronó a su padre, Urano (el cielo). Desposó a Rea, su propia hermana, y cuando supo que su destino era también ser destronado por uno de sus hijos, decidió devorarlos.

Alberto Fernández, cabeza del cuarto gobierno “K”, ocupa la misma poltrona en la que supo arrellanarse el padre fundador de esa corriente peronista, Néstor Kirchner. Y como el oráculo encuestador le augura un destino electoral adverso, no deja de consumir a sus propios ministros (desplazó a sus colaboradores más fieles y luego tomó decisiones internas destinadas a minar el poder de Juan Manzur como jefe de Gabinete y de Sergio Massa como ministro de Economía). Y ahora devora la obra prohijada por el mismísimo kirchnerismo al que representa.

Por cierto, Cronos, pese a la barbarie de sus actos, no pudo escapar de la profecía…

¿Y por casa?

Tucumán tampoco escapa a esta dinámica de pantallas que proyectan realidades mientras la coyuntura de lo real parece de ficción. Hace apenas un trimestre la plataforma Netflix estrenó “Santa Evita”, inspirada en la novela del gran escritor tucumano Tomás Eloy Martínez. La miniserie da cuenta de hechos reales en torno de las dos mayores figuras del movimiento peronista (Eva Duarte y Juan Domingo Perón), por quienes la grey justicialista sigue rindiendo una fidelidad incontrastable. En paralelo, LA GACETA ha revelado que se ha ofrecido a Tucumán como sede para la celebración, a nivel nacional, del próximo 17 de Octubre. Es decir, el primer distrito argentino en anunciar el anticipo de los comicios provinciales, para despegarlos de la votación nacional (y del lastre electoral que representará cualquier binomio que ofrezca el gobierno de Alberto y de Cristina Fernández), quiere convertirse en anfitrión de Alberto y de Cristina Fernández en el Día de la Lealtad.

Para mayores contrastes, la “meta” de los organizadores es “llenar el Hipódromo”, justo después de que se conociera que la pobreza apenas aflojó unos decimales, mientras que son cada vez más los indigentes: pobres que ni siquiera tienen para comer. El 17 de octubre de 1945, fueron multitud los argentinos de todos los rincones que salieron a clamar por la libertad de Perón. Ese preso político era el líder de la primera república de masas de la Argentina y le había dado a sus seguidores un discurso (Justicia Social, Soberanía Política e Independencia Económica), una institución (el sindicato) y un estatuto social (eran una clase obrera con derecho a la seguridad social, reconocida en la legislación). No era poco aquello por lo que guardar lealtad. Casi 77 años después, ¿a qué le tributa fidelidad buena parte de la dirigencia que se reivindica peronista (no son la mayoría, ni tampoco los únicos), y forma parte de los nuevos ricos de un país donde muchos de sus representados son antiguos pobres?

Es difícil imaginar un guion que desafíe, siquiera, semejante ficción.

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