El orgullo compartido de ser “gaceteros”

DÉSDE 1955. Juan Álvarez se pasó la vida vendiendo LA GACETA. DÉSDE 1955. Juan Álvarez se pasó la vida vendiendo LA GACETA.

En el principio de esta historia se llamaba “canillita” a los pequeños que salían a “vocear” el diario a la calle. Luego el término empezó a emplearse también para los vendedores adultos e, incluso, para quienes poseen kioscos de revistas. ¿Pero de dónde surgió lo de “canillita”? Muchos consideran que parte de la obra del uruguayo Florencio Sánchez, llamada -justamente- “Canillita”. En ella se cuenta la historia de un chico de 15 años que trabaja como vendedor de diarios en la calle para ayudar a sus padres. Tanta es su pobreza que los pantalones le quedaron cortos a medida que fue creciendo y llegando a la adolescencia. Esto hizo que quedaran al descubierto las “canillas”, que es el nombre que se le da al hueso de la tibia.

En Tucumán se acuñó otro término para los vendedores de diarios: “gacetero”. Claro que para bucear en la etimología de la palabra no se necesitan tantas explicaciones ni búsquedas. “Está claro que acá ‘gacetero’ es el vendedor de diario. Y está claro que es por LA GACETA”, comenta Juan Álvarez, uno de los gaceteros más antiguos de la provincia y que entregó ejemplares de las 40.000 ediciones que se cumplieron el jueves.

“Llevar el 40.000 significó algo muy importante para todos nosotros”, admite Juan, que le dedicó una vida entera a la venta del diario. “Yo estoy desde que retirábamos el diario en la calle Mendoza, cuando la planta impresora estaba ahí. En 1955 fue eso”, comenta Álvarez, de 68 años. “Toda mi capacidad operativa estuvo dedicada en mi vida a vender diarios. Y sinceramente es un orgullo ser parte de esta cifra”, explica.

La historia de cómo Álvarez llegó a este oficio es dura, como su actualidad. “Empecé a los 13: quedé de curso en quinto grado y de ‘castigo’ me mandaron a vender diarios”, reveló. Él empezó en la zona del Casino y allí se mantiene, él y su familia, pues su hermano se dedica a lo mismo frente a la Escuela de Comercio en la zona de la plaza Urquiza Sin embargo, pese a que fue una imposición, terminó siendo su pasión. Una pasión que ahora mismo no puede disfrutar con todo. “Me atropellaron hace un tiempo y estoy convaleciente en mi casa”, explica.

La idea para él es regresar pronto al yugo para seguir haciendo lo que tan bien le sale desde hace tiempo. “Lo que más me gusta de mi trabajo es que siempre nos ha llevado a un lugar donde muchos no pueden llegar. Por ejemplo a ser amigo de todo el mundo: vecinos, comerciantes, políticos. Hasta me trataron de confesor. Son cosas lindas que han quedado, mucha generosidad de parte de la gente que compra. Mucho cariño”, redondeó.

Otro Juan, el mismo amor

Juan Galván tiene 66 años y trabaja hace 34 en el kiosco de la esquina de Laprida y San Martín. Empezó en 1988 abandonando el trabajo que tenía fijo porque sabía que vender diarios era lo suyo y le ayudaría a mantener a su familia. “Mi sueño era que mis hijas sean profesionales y sabía que con el otro trabajo no iba a poder educarlas. Con el kiosco finalmente pude cumplir ese sueño: una de mis hijas es doctora en Ciencias Biológicas y trabaja en Orlando, Estados Unidos. Las otras dos están próximas a recibirse de las carreras de Biotecnología y Trabajo Social”, contó. Vaya que disfrutó Galván de entregar parte de las miles de ediciones de LA GACETA, hasta que el jueves repartió el número 40.000. “Es un orgullo formar parte de esto. Muchos nos dicen ‘gaceteros’ con cariño y yo me quedo con eso”, confesó.

CUMPLIÓ EL SUEÑO. Juan Galván ayudó a sus hjjas a ser profesionales. CUMPLIÓ EL SUEÑO. Juan Galván ayudó a sus hjjas a ser profesionales.

Claro que ambos Juanes están preocupados por la situación del papel y el avance de la tecnología en detrimento de su actividad. “Llegar al 40.000 en esta época es para destacar”, avisa. Sin embargo, la esperanza de seguir está y en eso coinciden también: “seguiremos intentándolo”, aseguró Álvarez. Y quizás eso sea lo que en definitiva importe.

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