Toda una vida compartida con el diario

ENTRETENIDA. Además de desayunar todos los días con LA GACETA, Ana aprovecha para divertirse un rato con los tradicionales crucigramas del diario. ENTRETENIDA. Además de desayunar todos los días con LA GACETA, Ana aprovecha para divertirse un rato con los tradicionales crucigramas del diario.

“Mi abuelo era de Famaillá y cada fin de semana, cuando íbamos a visitarlo en tren, le comprábamos LA GACETA para que pudiera leerla. En sus últimos tiempos, cuando ya no podía ver, su deleite era llamarme y me sentaba a su lado a leerle el diario”, recuerda José Antonio Arrieta. Y advierte: “yo me puedo privar de cualquier cosa, pero jamás me ha faltado el diario”. Es que su vida -como la de tantos tucumanos a lo largo de estos 110 años- ha estado atravesada por nuestras páginas. Y eso es algo que merece ser festejado.

Con la edición de ayer, LA GACETA supera nada más y nada menos que 40.000 días informando, y entre los grandes responsables de este logro figuran los lectores. José, por ejemplo, desde hace 52 años se levanta cada mañana a leer las páginas “frescas” del diario. Pero su relación es más larga. “Yo me casé hace 52 años, pero antes, en mi casa paterna siempre compramos el diario -dice-. Recuerdo, por ejemplo, de adolescente, cómo me informaba sobre el golpe de 1955”.

Siempre presente

Es un ritual -dicen los lectores-. Hay que levantarse tempranito, buscar el diario en la puerta de casa y sentarse a informarse. “LA GACETA siempre ha formado parte de mi vida. Yo no puedo desayunar si no lo tengo -asegura Ana Selis-; es una compañía de toda la vida”. Y es algo hereditario -comenta-; su madre durante décadas guardó recortes de hechos históricos; y hoy es ella quien los atesora para sus hijos. “Tenemos varias ‘Gacetas’ importantes, como la del fin de la Segunda Guerra Mundial o la de la llegada del hombre a la Luna”.

Es que, sin duda, LA GACETA ha sido testigo privilegiado de los acontecimientos más importantes del mundo contemporáneo y de nuestro país. “Era junio de 1966. Yo caminaba por el centro, precisamente por la vereda del frente del diario, y vi cómo alguien colgó un pizarrón negro en la entrada. Lo único que decía era ‘Cayó Illia’. Así es cómo me enteré del golpe”, relata Arrieta. Y explica: “esa vez, y el día de la muerte de Kennedy, fueron las únicas ocasiones, creo, que escuché sonar las sirenas de LA GACETA -relata-. En esa pizarra ponían las informaciones de último momento, y después esperábamos que se redacten”. José incluso recuerda que sus padres le contaban que leían el diario para enterarse las novedades de la Guerra Civil Española, y más tarde de la Segunda Guerra Mundial. Páginas, entonces, que siempre han acompañado a su familia.

Ana también tiene marcados a fuego algunos momentos históricos. “Creo que la noticia que más me impactó fue la del tren que salió de la estación (el tren Aconquija, en 1965). Era chica, pero me acuerdo que recibí el diario y me sorprendió mucho. No había otra forma de enterarse en esa época”, narra. Y destaca: “cuando uno se refiere a ‘el diario’, se refiere a LA GACETA. No hay otro”.

Tradición viva

“Muchos me preguntan por qué sigo comprando el diario papel... Pero para mí es una tradición -dice firme Juan José “Pepe” Bollea- y ojalá nunca se pierda el diario en este formato”. Juan no recuerda bien, pero calcula que hace 55 años compra todos los días LA GACETA. Primero lo hacía su papá con un canillita de confianza. Hoy, medio siglo después, Juan lee religiosamente el diario gracias a su “gacetero” Ramón, que es hijo del diariero de su infancia.

Esa, quizá, es otra de las claves para la continuidad de esta relación: el trabajo de los “gaceteros”. “El canillita ya sabe que en cuanto pasa por acá tiene que darle un toquecito al timbre y con eso me avisa que ha tirado el diario. Ahí me levanto, cada mañana, y lo leo con placer, ahora sin la obligación de tener que ir a trabajar. Quizá después sigo durmiendo -relata Arrieta-; también prendo la televisión, pero ver y leer el diario no tiene parangón”.

Este periódico ha atravesado generaciones; incluso miles de niños aprendieron a leer con la información más reciente de sus páginas. Esa relación, forjada muchas veces en la tierna infancia, se mantiene visiblemente a pesar del paso de los años. “No tiene precio el sentarme todos los días a leer -admite Ana-; sé que podría leer el diario on line, pero no es lo mismo”.

Razones para resistir

A pesar de las novedades tecnológicas y los cambios en los soportes, 40.000 ediciones después, LA GACETA continúa con su tradicional formato papel. Y sus lectores lo agradecen. En la entrada de su tradicional peluquería, Pepe tiene lista LA GACETA para sus clientes todos los días. “Siempre intentan convencerme de dejar el papel. Yo siempre les pregunto: ‘¿qué te hace un diario más en casa?’. Charlando, siempre los clientes me dicen que la tecnología esto, que la tecnología aquello... Pero yo no la uso. Me gusta leer; me gusta ir y volver en las hojas y disfruto repasar la información”.

El mundo digital -dicen los amantes del formato histórico- no es la solución. “Si bien soy bastante tecnológica, me gusta el diario papel, me gusta tocarlo. Sé que podría tomar el diario on line, pero no es lo mismo, no quiero leer todo chiquito”.

Pero eso no es todo. Hay más razones para seguir firmes con el diario, dice Arrieta: “tiene otro sabor... Le encuentro más gusto y lo disfruto más que en la computadora. Para mí es una necesidad informarme así; es un hábito y una costumbre que se ha arraigado a través de los años”.

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