El Tucumán que todos los días transitamos se encuentra enfermo y este diagnóstico no es casual ni antojadizo. ¿Acaso no nos damos cuenta de que durante el período de zafra más de 400 kilómetros de cuencas hídricas están contaminados? Poco se hace a pesar de pomposos anuncios, que quedan opacados cuando cae la maloja o sentimos el pestilente olor que emana de las aguas del río Salí. Durante el período de zafra el oxígeno disuelto es nulo, lo que ocasiona una nula posibilidad de desarrollo de la fauna ictícola. Es acertado imaginar a los poblados a la vera de esta cuenca continuamente visitados por mosquitos y por enfermedades, esto acentuado en épocas de lluvias, sin olvidar que el tratamiento de líquidos cloacales es deficiente, y además, para aumentar la proliferación de alimañas, desaprensivos riegan sus campos con los desechos de la fabricación de alcohol, la vinaza, cuya producción es literalmente inimaginable y su destino se oculta continuamente. Con este diagnóstico no queda más que pensar que la salud ambiental de la provincia es crítica cuando menos, y de seguir parchando, sin un plan coherente de manejo de la salud ambiental se seguirá invirtiendo dinero en curar, cuando deberíamos prevenir, que es más barato y duradero. Es cierto que se necesita una concientización, pero empezando por los que tienen poder de decisión. Tucumán está enfermo.
Ricardo Robles
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