Del infierno libio al sueño de llegar a Francia

Historia de un joven refugiado que arribó a Europa luego de ser rescatado por el buque humanitario “Ocean Viking”

12 Noviembre 2022

TOULON, Francia.- El joven Ibrahim deja entrever cuando habla el espacio del diente que le falta, una marca de los maltratos que sufrió en Libia y que espera haber dejado “para siempre” atrás desde su arribo al sur de Francia en el buque humanitario “Ocean Viking”, para vivir “un sueño inesperado”.

El muchacho de 17 años, oriundo de Gambia, estaba entre los primeros náufragos que bajaron del barco de la organización SOS Méditerranée, ayer por la mañana, en Toulon, tras un derrotero que resquebrajó las relaciones entre Francia e Italia, país que le cerró sus puertos.

Junto a los otros 229 rescatados, fue trasladado en colectivo a un centro de vacaciones de la península de Giens en Hyères, a unos 20 kilómetros de Toulon.

El lugar, bordeado de pinos y bajo cielo soleado, pertenece a un organismo social. Los rescatados “no podrán salir del centro administrativo y no estarán por tanto técnicamente en territorio francés”, según el ministro del Interior, Gérald Darmanin.

Por ahora fue declarado “zona de espera internacional” para que los recién llegados no puedan ser considerados en suelo francés. Y en espera de que se examinen sus demandas de asilo, no pueden salir del lugar.

A Ibrahim eso le parece casi anecdótico. “Todo lo que yo quería era irme de Libia”, afirma, un infierno en el cual consiguió sobrevivir dos años y ocho meses.

Trabajó allí de electricista y vivió “como un negro a quien se le puede pegar”, cuenta el joven, mientras elige una de las parkas con cuello forrado que los trabajadores del centro ofrecen a estos migrantes que en muchos casos aún están descalzos.

Ibrahim, como muchos de sus compañeros de infortunio, pensaba inicialmente que desembarcaría en las costas de Italia, pero se encuentra por un inimaginable enredo diplomático en Francia donde, afirma, le “encantaría permanecer y empezar a vivir”.

Pero para eso deberá pasar por varias etapas burocráticas: controles de seguridad y en particular de los servicios de inteligencia franceses y entrevistas con la administración que otorga o rechaza los pedidos de asilo (Ofpra).

El centro está rodeado por un imponente dispositivo de seguridad, para impedir las salidas. Entre sus espacios con arbustos, los policías empiezan los interrogatorios en mesas donde en temporada alta los turistas suelen tomar sus aperitivos.

La policía de fronteras instaló su cuartel general para estudiar el perfil de los candidatos en los edificios de dos plantas del lugar, cubiertos de tejas y de una comodidad relativa. “No hay piscina”, comenta sobriamente el prefecto (representante del Estado) en la región del Var, Evence Richard.

“Hemos trabajado en situación de urgencia. Había que encontrar un lugar donde acoger a más de 230 personas, disponible de inmediato y por lo menos durante 20 días”, explicó.

“Es básico, pero todo lo que hace falta”, resume un funcionario de protección civil mostrando una habitación de camas cuchetas para seis personas equipada con una cocina pequeña.

Una nueva vida

Nada más llegar, muchos migrantes, con la mirada perdida y algunos tambaleándose, se instalaron en sillas de plástico en una sala exterior, frente a una tienda de la Cruz Roja.

Entre ellos, un joven paquistaní de 18 años, Imran contó que estaba tan cansado que no se preguntó por el futuro.

Solo sabe que está en Francia. “¿Pero por cuánto tiempo?”, pregunta. “De todos modos, Italia, Francia... Mientras no estemos en Libia o en el mar, me parece bien todo. Necesitaba estar en tierra firme”, señala.

Imran asegura que pasó 21 días en el mar. En Libia estuvo cinco meses. “Trabajaba como pintor de casas, pero durante cinco meses no me pagaron y el jefe me confiscó el pasaporte. No tenía otra opción”, explica, apretando una bolsa de plástico negra con sus pertenencias. Para él, la prioridad es ahora avisar a su familia de que está vivo. (AFP)

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