26 Noviembre 2022

En el fútbol está bastante caracterizada la sociedad argentina en su conjunto, tanto en sus virtudes como en sus defectos. Al ser el deporte más popular del mundo, este fenómeno se replica en numerosos países, aunque no con la intensidad con que ocurre en la patria de Manuel Belgrano. Brasil, algunos sudamericanos más, México, Italia o España y paremos de contar. En el resto del planeta fútbol este deporte se vive con indiscutida pasión, pero no alcanza a atravesar todos los órdenes de la vida.

Cuando Argentina salió campeón en 1978, la Junta Militar decretó feriado para el día siguiente. Con el campeonato del 86 y el subcampeonato del 90 el elevadísimo nivel de ausentismo laboral del lunes fue noticia en los medios.

Sin embargo, los argentinos observamos azorados como los alemanes, luego de lograr el título en 2014 -que incluyó masivos festejos en las calles de ese país- continuaron con su rutina habitual como si ese domingo no hubiese pasado nada. Con Francia, en 2018, sucedió algo similar a los germanos.

En Argentina el fútbol está fuertemente ligado a la política -casi siempre los dirigentes de la AFA y de los clubes son candidatos, funcionarios, legisladores, etc-; a las barras bravas, a decenas de negocios, dentro y fuera de los estadios, y cuya disputa resulta en situaciones de violencia cada fin de semana.

Es así que en el fútbol se generan tantas grietas como en la política. Uno y otra se retroalimentan en el enfrentamiento.

Todo lo bueno y lo malo que genera el fútbol tiene un único origen: la pasión por este deporte más que centenario que se ha ganado el corazón de los argentinos. Un origen noblísimo que se ha ido desvirtuando con la cuña del poder en las tribunas y en el césped.

La Selección es un punto de encuentro donde cada hincha reemplaza su camiseta habitual por la casaca nacional.

Se genera una emotiva unidad donde todos empujan por el mismo objetivo, cantan las mismas canciones, se enojan, lloran o saltan de alegría por idénticas razones.

Se produce, de algún modo, un pequeño salto moral y ético nacional, de cohesión social, de empatía con el otro, de generosidad, y todo gracias a un deporte. Claro, no cualquier deporte para los argentinos.

El técnico de Las Leonas, Sergio Vigil, luego de que el Seleccionado Femenino de Hockey sobre césped resultara campeón del mundo, dio cátedra en una entrevista: “Uno se tiene que olvidar rápido de los éxitos, no así de la forma que posibilitó conseguirlos, que fue la permanencia de los valores: esfuerzo, convicción, solidaridad, humildad, espíritu de grupo. Si eso se conserva, todo lo demás debe mejorarse y variar... Siempre se piensa que el objetivo es el resultado. Y el resultado es una consecuencia”.

Y todo lo que ocurre dentro de la cancha, en la perspectiva de Vigil, debería trasladarse afuera. Seríamos una sociedad enorme, pujante, feliz y más educada.

Luego Vigil aportó una gran lección moral, tras hacer convalidar un gol en contra de su equipo: “Por ese gol se perdió un partido. ¿Pero cuánto más se hubiese perdido en lo interior si se hubiese ganado no habiendo convalidado un gol válido? Hubiésemos perdido muchos años de formación y de valores. Y eso es mucho más difícil de remontar que un resultado numérico”.

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