Lo que el fútbol puede enseñarnos

27 Noviembre 2022

Suele ser uno de los conceptos más repetidos cada vez que se juega un Mundial de fútbol o algún torneo de cierta relevancia que implique a la Selección. El lugar común con el que se busca reflexionar sobre la unidad de los argentinos dice más o menos así: “si todos nos uniéramos como nos unimos por el fútbol, qué distinto sería este país”. Palabras más, palabras menos, esta expresión de deseo suele quedarse en eso, un simple deseo.

¿Está mal que sea así? Posiblemente no. Una de las riquezas que nos ofrece la vida en comunidad es la de convivir con personas que piensan distinto a nosotros, que son impulsados por ideas diversas, que provienen de múltiples orígenes y formaciones. Partiendo de esa base es lógico pensar que lograr una cohesión social homogénea, sin fisuras y que se mueva en bloque en la misma dirección es imposible. De hecho, ideas de este tipo son las que inspiraron a los grandes totalitarismos.

Pero más allá de eso, no está de más aprovechar estas coyunturas deportivas para repensarnos como sociedad. Es obvio el hecho de que nunca habrá acuerdo total entre los argentinos respecto de la política, la economía y el rumbo en general del país. Inclusive, es sano, es lo que le da razón de ser a la democracia que, con todas sus imperfecciones, es un sistema mucho más adecuado que cualquier otro en el que aparezcan atisbos de autoritarismo que limiten las libertades.

De todos modos, hay que reconocer que, desde hace aproximadamente dos décadas, nuestra sociedad viene mostrando signos de una fractura que se hace cada vez más grande. El problema es que la exacerbación de las diferencias, la intransigencia y la negación del otro se han vuelto cada vez más habituales. En gran medida, esto ha sido alimentado por políticos tanto del oficialismo como de la oposición que se ven beneficiados con estas grietas, por periodistas que están más interesados en hacer política que periodismo y por las redes sociales, que llevan implícitas las lógicas de los algoritmos que nos aíslan en burbujas en las que solo escuchamos aquello con lo que estamos de acuerdo.

¿Es posible tender puentes entre los márgenes de las grietas? ¿Estamos a tiempo de recomponer las relaciones familiares, de amistad y laborales que se rompieron por la intransigencia? ¿Será posible imaginar un futuro en que primen acuerdos y una actitud colaborativa más allá de las diferencias ideológicas?

En medio del fervor mundialista (y más allá de los resultados deportivos), es interesante observar la figura de Lionel Messi para intentar entender lo que nos ocurre. Hubo un tiempo en el que el mejor jugador del mundo brillaba en el Barcelona pero fracasaba en la Selección. Cada vez que se ponía la celeste y blanca los resultados no lo acompañaban y le llovían las críticas ¿Dónde estaba la diferencia? Posiblemente en que el equipo catalán funcionaba como un equipo en el que todos trabajaban para potenciarse entre sí. En ese contexto, Messi se lucía. Pero al llegar a nuestro país se le exigía un rol con el que evidentemente no se sentía cómodo: el del líder implacable que es capaz de ganar los partidos solo. Evidentemente, el DT Scaloni entendió el problema y armó un equipo que trabajó estos últimos años para potenciar a todos sus integrantes bajo la conducción de Messi.

El 10 de la Selección deja una lección: si bien los resultados se pueden alcanzar de manera individual, siempre será más sencillo lograrlo si se hace un trabajo en conjunto. Respetar las diferencias, potenciar las habilidades de cada uno, marcar objetivos claros, medir los resultados, corregir los errores y festejar los logros es una receta simple a la que los argentinos podríamos recurrir para empezar a salir de la debacle en la que estamos hundidos. Creemos que son los dirigentes los que deben dar el ejemplo.

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