LA GACETA en Qatar: Del “factor Messi” al villano Van Gaal, el gran partido que separa a los buenos de los mejores

La Selección argentina se prepara para enfrentar a Países Bajos.

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Como en toda previa de semejante trascendencia, por estas horas se repasan infinidad de historias mundialistas. ¿Cómo le fue a Argentina en cuartos de final? ¿Y en definiciones por penales? ¿Y qué dice la estadística contra los neerlandeses? A tal extremo llega el juego periodístico de los antecedentes que le preguntan a Van der Saar, arquero del Argentina-Holanda de 1998, qué dijo para enardecer al “Burrito” Ortega. Inevitable: la TV reitera hasta el cansancio la tanda desde los 12 pasos de 2014 y el “¡hoy te convertís en héroe!” de Mascherano a “Chiquito” Romero. Todo para ponerle pimienta a un partido que ya viene por demás condimentado. ¿O hace falta subirle el precio al pasaje rumbo a una semifinal?

Aquí está Argentina. Cuatro jugados, tres ganados, uno perdido (¡contra Arabia!). Siete goles a favor, dos en contra. “Es el primer rival de peso que van a enfrentar”, sostienen en Doha, toreando a Lionel Messi y a los suyos. La afirmación puede ser relativa, es motivo de debate, pero está claro que Países Bajos rankea en otra liga, más por nombres y por potencial que por el rendimiento exhibido hasta acá. Es más; los ecuatorianos los pusieron en aprietos y fue empate; a los senegaleses los doblegaron en los 10 minutos finales. Lo mejor se vio hace unos días en octavos, contra Estados Unidos. En ese sentido, como es habitual para los grandes en los Mundiales, van de menor a mayor.

Será un examen de lo más interesante para Lionel Scaloni. Ya enfrentó a un gran técnico en esta Copa como el “Tata” Martino. Louis van Gaal supone una exigencia top para su carrera, un examen más digno de un doctorado que de un título de grado. Por estas horas Van Gaal asoma como una especie de villano que desprecia todo lo referido al fútbol argentino. Se recuerdan sus peleas con Riquelme en Barcelona y aquella lapidaria frase de Di María (“el peor técnico que tuve”). El neerlandés, un personaje más allá del bien y del mal a sus 71 años, no les da importancia a los estiletazos pero sigue con la sangre en el ojo por la semifinal perdida en el Mundial de Brasil. Sostiene que ahora están mejor, por más que ya no cuenten con un Arjen Robben, y hasta se anima a pronosticar un triunfo por penales. Y algo más; no se llena la boca ni se le llenan los ojos hablando de Messi. Dice que no colabora en defensa y recuerda que en aquel partido de 2014 casi no tocó la pelota. Formas de animar a su tropa, a fin de cuentas.

Scaloni se emocionó al recordar a Alejandro Sabella, a dos años de su muerte. La suya fue una gran pérdida, no sólo para el fútbol. Hombre de convicciones fuertes, mente abierta y valores superiores, Sabella, todo un humanista, dejó un legado profundo en quienes tuvieron la suerte de tratarlo y, sobre todo, de escucharlo. Hay mucho de Sabella en la formación de Scaloni, también de José Pekerman, quien lo dirigió en aquel equipo campeón mundial juvenil de 1997. Y de Marcelo Bielsa, otro de sus referentes. Pueden ser escuelas disímiles al momento de parar un equipo en la cancha, pero están unidas por la manera de mirar la vida. No hacen de la victoria una epopeya ni de la derrota un drama.

Mucho de eso intenta transmitir Scaloni cada vez que le preguntan sobre el tema. Intenta simplificar el discurso y resumirlo: “son partidos, el fútbol puede ser muy lindo o muy traicionero…” Se aplaude el intento de quitarle tensión al momento, muy difícil de conseguir, incluso de comprender, para un país que estará clavado frente al televisor con la sensación de que son 90 minutos de vida o muerte. El DT sabe que una derrota será sinónimo de frustración colectiva, de críticas de cajón (“no le ganaron a nadie, perdieron el primer partido en serio”), de comparaciones con épicas pasadas y del recuerdo de aquella máxima bilardiana: “al Mundial se asiste a jugar los siete partidos”. Una manera de decir que cualquier otro resultado es un fracaso.

Lo cierto es que el partido, de tan equilibrado que asoma, es un 50 y 50. La diferencia capaz de romper esa paridad la conoce el planeta fútbol y se llama Lionel Messi. A medida que avanza el Mundial y los equipos van despidiéndose más se habla de Messi -como si eso fuera posible- y de lo mucho que representa. El estadio Luseil, el más grande de Doha y sede de la final el 18 de diciembre, estará colmado y esos 90.000 pares de ojos estarán concentrados en cada movimiento del 10. Así fue en los compromisos anteriores de la Selección. Nadie mejor que Messi sabe que esta es la gran oportunidad de levantar la Copa que le queda. Pero, a diferencia de Mundiales anteriores, se lo ve más relajado en ese sentido. Como si la presión se licuara a partir de la cercanía de sus afectos, de lo cómodo que se lo ve en el plantel. Hay una onda positiva en el aire y Messi, hasta aquí, la ha sintonizado.

Con sus luces, sus sombras y, básicamente, sus matices, el equipo va. Tiene varios atributos: buenos jugadores en todas las líneas, un crack con el físico “tocado” (Di María), chicos dueños de un futuro gigante (Enzo Fernández, Julián Álvarez), el corazón de De Paul (otro “tocado”), una manera de jugar que a veces sale bien, mezcla de trato vistoso de la pelota y solidez colectiva. También sus lunares, sobre todo cuando pierde el control y el rival lo desconcierta hasta parece frágil. Terminar sufriendo contra Australia, más allá de cómo se haya desarrollado el partido, no debería formar parte del libreto. Pero sucedió.

Lo importante es el grado de compromiso en pos del objetivo que se percibe, esa sí es una fortaleza del grupo. Nada que ver con el horror de Rusia 2018. Este dato no es menor, habla de liderazgos fuertes (Messi, Scaloni) y de mensajes claros.

Los cuartos de final implican un límite preciso. Separa a los buenos de los mejores. Allí está la Selección, esa es la parada que se juega contra los “naranjas” de Van Gaal. Puede ser el último partido, una despedida de Qatar vedada a cualquier atisbo de gloria, o puede ser un salto de calidad mucho más allá del anhelado séptimo partido. Así están las cosas. Por eso se reitera el concepto que nos viene acompañando desde el primer instante en Doha: Argentina, es ahora.

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