Argentina-Francia, cuarto acto de una obra poblada de héroes y villanos

Los cruces entre argentinos y franceses previos a la gran final del domingo.

Argentina-Francia, cuarto acto de una obra poblada de héroes y villanos

Acto 1, Mundial de Uruguay 1930. Francia debuta en la primera Copa enfrentando a México y con una victoria por 4 a 1. Es un gran equipo, sostenido por el enorme Alexis Thépot. Cara de boxeador, rigurosa y clásica tricota, peinado con un jopo que pugna por escapar a la gomina, las fotos muestran un Thépot siempre serio, concentrado. Corre el primer tiempo de ese duelo con los mexicanos y Thépot, víctima de un golpe, debe dejar la cancha. No hay cambios en aquel tiempo, así que el volante Chantret va al arco. El triunfo no corre peligro, pero los franceses saben que viene el choque con Argentina y Thépot no puede faltar. Y no falta. El partido se da tal cual se esperaba: un monólogo de la albiceleste, gran candidata al título junto al dueño de casa. La Selección ataca, martilla el área, llega tocando, tira centros, prueba de lejos… Y Thépot es un coloso que las saca todas. Pocas veces se vio semejante actuación de un arquero, consignan las crónicas. Hasta que faltando nueve minutos sube a escena Luis Monti. Es el volante central argentino -el antiguo centrohalf-, un portento físico al que apodan “Doble Ancho”. El líder espiritual de un equipo que carga con la responsabilidad de ser campeón y que terminará perdiendo la final. Empatar con Francia no está en los planes y Monti lo sabe, así que captura la pelota, avanza rumbo al área y saca un cañonazo de media distancia. Thépot vuela y no llega. Queda frustrado en el suelo, arañando el pasto. Al final del partido los jugadores argentinos lo rodean para felicitarlo, Monti lo abraza, los franceses también. Thépot es el primer gran héroe de la historia del fútbol francés y a punto estuvo de ser un villano para la Selección en aquella fría tarde del 15 de julio en Montevideo. Murió en 1989, en Dunkerque, a los 82 años. La historia de Luis Monti tomará caminos extraordinarios, hasta integrar el seleccionado italiano -en calidad de “oriundo”- que fue campeón mundial en 1934 y 1938. Se retiró con la camiseta de Juventus y falleció en 1983, en Escobar, a la misma edad que Alexis Thépot.

Acto 2, Mundial de Argentina 1978. Se termina el primer tiempo en el Monumental. El partido es emocionante, los dos equipos van al frente, los arqueros son figuras. Ataca la Selección por la izquierda del área y el zaguero Marius Tresor cruza para cortar el peligro, pero en plena barrida empuja la pelota con la mano. O al menos eso parece. Los jugadores argentinos saltan como un resorte sobre el árbitro Jean Dubach, cuya neutralidad suiza debe ser garantía de imparcialidad. Dubach es un personaje que se ríe todo el tiempo y maneja los partidos con algún gesto sobrador, pero acá está contra las cuerdas. Entonces corre hacia el lateral para consultar al juez de línea. ¿Fue mano?, le pregunta. Sobre su cabeza ruge la multitud, conferencian un rato y Dubach encara un rumbo al área, siempre con una sonrisa, y decreta el penal que Passarella transformará en gol. Pero hay muchísimo más. A los 15 del segundo tiempo empata un jovencito rebosante de talento llamado Michel Platini y las cosas se ponen cuesta arriba para Argentina. El DT César Luis Menotti saca el as de la manga y manda al campo a Norberto Alonso en lugar de José Daniel Valencia. En el partido anterior, contra Hungría, el ingreso del “Beto” había destrabado el juego. Es el ídolo de la hinchada de River y el estadio lo recibe con una ovación atronadora. Siete minutos más tarde, Alonso deja la cancha, lesionado y con el rostro entre las manos. El que ingresa entonces es Oscar Ortiz. A todo esto, el arquero francés Baratelli se había estrellado contra un palo al aterrizar de una volada, queda todo roto y lo reemplaza Bertrand-Demanes. Es el que saldrá en la foto, congelado en el aire, incapaz de llegar a la pelota que Leopoldo Luque manda a la red con un disparo formidable. El mismo Leopoldo Jacinto Luque que en pleno partido cae mal y queda con el brazo inmovilizado. El mismo Luque que al final, entre los festejos por la victoria, sufrirá el dolor por la muerte de su hermano. Telón.

Acto 3, Mundial de Rusia 2018. “No estamos de acuerdo con este sistema de juego”. Palabras más, palabras menos, es lo que le dicen los jugadores a Jorge Sampaoli luego de perder por goleada con Croacia. Entre el técnico y el plantel la relación está rota, en pleno Mundial y con el partido contra Nigeria en el horizonte. Vendrán el inolvidable gol de Rojo y el patético festejo de Sampaoli sin que alguien se acerque a abrazarlo para prolongar la agonía, porque la Selección ha accedido de milagro a octavos de final pero el que espera es el mejor equipo de la competencia. Hay que viajar a Kazán, allí donde se dan la mano la Rusia europea y la Rusia asiática, bellísima ciudad para hacer turismo, no para padecer un calvario futbolero. Pues bien, Argentina sobrevive al primer tiempo. Lo empezó perdiendo por culpa de Mbappé y de Griezmann, hasta que Di María tira desde muy lejos y mete la pelota en un ángulo. Pero eso no es todo; empieza la segunda parte y la Selección pasa al frente con mucho de carambola, pero Gabriel Mercado estaba en el lugar justo. El público se frotaba los ojos. ¿Eso era real? Claro que no. De inmediato iguala Pavard con un disparo de una belleza superior (¿cuántos goles como ese habrá hecho Pavard en su carrera?) y a continuación el huracán Mbappé arrasa hasta la goleada. Y sin embargo, y sin embargo… Tras salvarse de cifras humillantes, en el epílogo Argentina encuentra el 3-4 gracias a Agüero. Y está la última, siempre queda la última, a los noventa y largos, un centro desde la izquierda que cruza el área y le roza la nariz en el salto a Federico Fazio. Lo único digno que le queda a la aventura rusa es el resultado, un 3-4 mentiroso de acuerdo con lo visto en el campo. Argentina levanta la tienda y se marcha del Mundial en el mayor de los silencios. Puertas adentro se había dicho todo y, filtraciones mediante, nada había quedado en secreto. Messi, que ha transitado el Mundial contrariado y con la cabeza gacha, sólo quiere hacer la valija y desaparecer pronto del escenario.

Acto 4, Mundial de Qatar 2022. Será en cuestión de horas, en el estadio Luseil, con el arbitraje de un polaco llamado Szymon Marciniak. Argentina jugará con la celeste y blanca, como debe ser. Esa es la invitación. Será cuestión de ocupar las butacas desde temprano, no sea cosa de que se escape algún detalle de este guión apasionante.

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