LA GACETA en Qatar: Así consiguió Francia convertirse en una potencia del deporte mundial

Un proceso que demandó años y que buscó disminuir las diferencias de origen cultural.

TERCERA FINAL. La Selección de Francia defenderá el título el domingo y buscará el bicampeonato mundial, logro que no se consigue desde que Brasil alzó la copa en Chile 62. TERCERA FINAL. La Selección de Francia defenderá el título el domingo y buscará el bicampeonato mundial, logro que no se consigue desde que Brasil alzó la copa en Chile 62. REUTERS

“Desde los años 80, las revueltas violentas en la periferia de las grandes ciudades fomentaron los prejuicios hacia un sector de la sociedad joven de origen cultural diferente, vinculando así inmigración con delincuencia. Se planteó una política deportiva de inclusión social, desde un modelo de prevención y ocupación del tiempo libre a uno educativo y de ‘proximidad’”. Así analiza Noemí García-Arjona, investigadora de la Universidad Politécnica de Madrid, el surgimiento del fenómeno, producto de una política de Estado que lleva alrededor de 40 años: la transformación de Francia en una potencia deportiva internacional.

El caso del fútbol es emblemático, pero no el único. Lentamente los franceses fueron consolidando una fuerte competencia interna, producto del vertiginoso crecimiento de la base de la pirámide -cantidad de deportistas, varones y mujeres- y eso se tradujo en progresivos éxitos fronteras afuera. De allí el protagonismo de Francia hoy en las más diversas disciplinas de conjunto (básquet, voley, handball, waterpolo, etc) e individuales (desde el atletismo y la natación a las artes marciales y las disciplinas de invierno). A la tradición francesa, basada en una estructura de clubes que históricamente le permitió distinguirse en el rugby y en el tenis, se sumó la práctica intensiva de numerosas actividades. El semillero generado por este sistema de trabajo es inagotable y esperan que en 2024, cuando se realicen los Juegos Olímpicos en París, Francia pueda pelear bien arriba en el medallero con Estados Unidos y China.

García-Arjona enfatiza el concepto de deporte como “ascensor social”. “Efectivamente, el espejo del alto rendimiento ha sido clave en la configuración de este discurso; las estrellas deportivas francesas, muchas de ellas procedentes de clases humildes y con orígenes culturales diferentes, han sido modelo para varias generaciones como vía eficaz y mediática de visibilidad y reconocimiento social. El éxito deportivo sin precedentes de la Copa del Mundo de 1998 celebrada en Francia fue clave para fundamentar el discurso del deporte como vector de integración”, agrega en su trabajo “Integración social y deporte de proximidad en Francia” (Gazeta de Antropología).

La del fútbol francés es una historia condicionada por las guerras mundiales. Después de la primera (1914-1918) fue un francés, Jules Rimet, el impulsor desde la presidencia de la FIFA de la organización de la Copa. Del mismo modo había sido otro francés, el Barón de Coubertin, el fogonero del olimpismo moderno. Rimet consintió que el primer Mundial se disputara en Uruguay en 1930, a pesar de la oposición europea, que sólo envió cuatro equipos. Por supuesto, el francés fue uno de ellos. El torneo de 1934 se realizó en Italia y para el de 1938 había un compromiso de realizarlo en Argentina, pero Rimet torció la votación en favor de su país. Por eso la Selección, como señal de disgusto, no asistió al Mundial de Francia 1938.

De la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Francia emergió victoriosa, pero devastada. Para rearmarse y contar con un buen equipo debió aguardar a 1958, al Mundial de Suecia, en el que sólo la magia de Pelé y Garrincha la privó de llegar a lo más alto. Pero aquella selección de Just Fontaine (¡13 goles en un solo Mundial!, marca jamás superada) y Raymond Kopa fue una estrella solitaria, y una vez apagada se oscureció el cielo del fútbol galo. Debieron esperar 20 años para que una generación, finalmente, aspirara a mezclarse con los mejores. Vio la luz en 1978 de la mano de Michel Platini y se consolidó en 1982 y 1986, llegando en ambos casos a las semifinales. Y las dos veces le tocó perder con Alemania. Francia había conformado un equipo poderoso, pero no era todavía una potencia y por eso cayó en otro pozo, sin clasificarse para los Mundiales de 1990 y 1994.

Fue durante esos años en los que la verdadera revolución estaba gestándose. “El origen de las políticas deportivas de integración en Francia se remonta a principios de los años ochenta, pero no precisamente como reflejo de los éxitos deportivos sino como respuesta política a una grave situación social y urbana. Los eventos que marcaron el verano de 1981, con protestas y manifestaciones violentas en las zonas urbanas sensibles de varias ciudades francesas, manifestó el malestar de una juventud procedente de barrios humildes a los que los males de la delincuencia, la desocupación y el choque cultural habían mermado profundamente, evidenciando así la amplitud de una crisis urbana, social y económica”, apunta García-Arjona. Los protagonistas de estos episodios eran adolescentes o jóvenes de la primera generación de franceses hijos de la inmigración poscolonial, discriminados y excluidos.

La primera reacción a este estado de cosas fue planificar políticas de prevención de la violencia y de inserción social. “Si en los ochenta el reto era ocupar el tiempo libre de los jóvenes de los barrios marginales haciendo actividades deportivas fuera de su contexto, a partir de los noventa se apuesta por centrar la actividad deportiva en su aspecto educativo, y al mismo tiempo se empieza a potenciar el mismo barrio como lugar próximo al lugar de residencia y referente para los jóvenes -añade García-Arjona-. El concepto de ‘deporte de proximidad’ surge de esta búsqueda por aproximar el dispositivo deportivo dentro del propio contexto urbano, con el objetivo de mejorar la cohesión social y la posibilidad de inserción social de los jóvenes. Dichos programas tienen un carácter nacional, pero sería la política municipal la que se encargaría finalmente de gestionarlos”.

El título mundial obtenido por Francia en 1998 fue en parte consecuencia y en parte trampolín del definitivo despegue para estas políticas públicas. Infraestructura barrial, centros deportivos de excelencia, a cargo de profesionales de la educación física, y captación de los chicos de la zona para sumarlos a las actividades son el primer paso. Una vez detectados los talentos, se los deriva a los clubes o a los programas de las federaciones. Y quienes no llegan a ese nivel de competencia ya quedan impregnados por el sentido de pertenencia a este sistema. Integrados y cohesionados, justamente lo que les faltaba a aquellos revoltosos y desnortados jóvenes que en los 80 no encontraban respuestas ni vislumbraban un futuro promisorio.

El país encontró la vía ideal para incorporar a las nuevas generaciones de hijos de inmigrantes y también a los nacidos en su vasto universo colonial y poscolonial, lo que se refleja en la diversidad étnica y cultural de los deportistas que representan a Francia en los seleccionados de las más diversas disciplinas. El origen familiar argelino de Zinedine Zidane, ídolo del equipo campeón del 98, fue un símbolo del éxito de este camino emprendido hace décadas y del que hoy Francia recoge los frutos. Y por sobre todo una demostración de cómo una situación de extrema conflictividad social puede derivar en un ciclo virtuoso gracias al poder transformador del deporte.

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