Tucumán, latido de luz y canto

El fuego de la creación - Mural de Donato Grima El fuego de la creación - Mural de Donato Grima

Un jardín, pequeño de silueta, de vientre feraz. Cerro. Ríos. Nevados. Valle. Quebradas. Almácigo de hacedores de la palabra, de pentagramas, de pinceles... Ecos de batallas y de coraje. Un olor a melaza y libertad flamea aún en el destino de la República. 

Unir en las diferencias

Un racimo de langostas se dispara ahora en el horizonte. Quemazón. Gritos. Estruendo. Un rumor de cañones sobresalta el aire. Desconcierto. Una sonrisa mercedaria le insufla agallas. La soberbia del invasor hace mutis por el foro. Bulle la victoria en el Campo de las Carreras. Un olor a independencia merodea el vientre de la batalla. Se está abriendo una puerta del futuro. Ecos tucumanos desvelan sus venas. Mucho más cuando dolor y amor conjugan un solo verbo. Ese 24 de septiembre de 1812, Manuel Belgrano, por pedido de Bernabé Aráoz, ha puesto de rodillas a los realistas de Pío Tristán y ha salvado a Tucumán y al naciente país del atropello español. Ella descalza ahora su desnudez en los corazones. Saluda a la mañana. Sus manos amasan la dignidad. Es de uno. También de todos. De los hacedores de utopías. De los que son capaces de unir en las diferencias. Ese 9 de julio de 1816, en la casa de doña Francisca, 29 hombres dialogan. Se acaloran. Discuten. Concilian. Un sentimiento los abraza. Los machimbra. Se cobijan bajo la pollera de su arrojo. De su ternura. Su beso es un abrojo de luz en la oscuridad. Su canto derrota al miedo. Desafía a la muerte. Esa siesta, en ese solar, la libertad siente que está naciendo en Tucumán. Los sueños de Juan Bautista Alberdi siembran las bases de la organización nacional. Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca se invisten de presidentes. En el regazo de la tierra se acuna un llanto de greda tranqueña. Un rumor de ternura se trepa tal vez a los ecos del campo, huérfano de lluvias. La carbonilla siluetea ya esa noche un sueño de mármol. El alma Mora de Lola cincela la vida en la piedra y la proyecta en la eternidad. 

Filosofía del vértigo

Nocturnidad. Duendes se insomnian en boliches de medias pulgas. Brincan entre gestos, vasos, botellas. Despiertan carcajadas fraternas. Una fiebre de guitarras alucina la bohemia. Plaza Alberdi. Estación del Mitre. Andenes de la soledad. Espera que desespera. Escolaso. Flores del cabaret que beben un trago a la salida del trabajo. Le ofrecen su cariñoso escote al parroquiano. El violín de Alfredo Grillo. La guitarra de Federico Nieva. Celebran la vida en los reservados de El Mairata. A media cuadra, carcajea “El 55”. Humo. Voces. Charla. Gritos. Confesiones. Angustias. Poesía del llanto. Del arrepentimiento. Canto. Amistad. Entre croupiers, damas de la vida, intelectuales, estudiantes, timberos, cantores, una chacarera se dispara rozando el alba. Las hermanitas Carmona. Pepe y Gerardo Núñez muerden sueños en las gargantas. El son de la guitarra agita ahora sus ojos nocharniegos. Por un boliche de El Bajo circula una zamba. Canta El Gallo de Oro, en 24 de Septiembre casi avenida Avellaneda. El boliche moja con un cincuenta y cincuenta la sed de los comensales. Gatos y chacareras juegan con las ciegas pupilas del Ciego Pancho. Por la Marco Avellaneda, cerca de la morera donde Virgilio Carmona echa a volar los pájaros del alma, la peña de Chirola abraza una vidala del Chivo Valladares. Un gato catamarqueño del Pato Gentilini. El hondo acorde hondo de Atahualpa Yupanqui. El Alto de la Lechuza cobija el corazón de la Negra Sosa y el Matus. La guitarra enduendada del Juan Falú. Los latidos del Tito Segura. En la calidez de los Aredes, late ese bocado de noche. La bohemia se mira en los espejos. Poetas, pintores, músicos, periodistas desandan la intelectualidad en La Cosechera. Las estrellas se detienen a escuchar esa filosofía del vértigo. 

Próceres de la indigencia

El aplauso obstinado tartamudea en la plaza Independencia. El loco bate las palmas del asombro, alborotando las palomas. Se humedece las manos en el bebedero. Se moja el pelo. Se peina con fruición el Loco Aplauso.  Por ahí, anda Satélite. Se altera cuando gritan su nombre. Persigue amenazante a su burlisto. En las escalinatas de la Catedral, el Llanero se esconde tras ese antifaz de papel de diario. El tarrito hace bailar las monedas de los feligreses. Casi nadie sabe que en Santa Cruz de la Sierra enseñaba un universitario inglés. Nadie sabe por qué se le aflojaron las tuercas y terminó de mendigo en este pago. El loco Perón pasea sus extravagancias por la plaza, mientras la pata envuelta en trapos de Pacheco le da la bienvenida a los parroquianos en un costado de la puerta de El Buen Gusto. La mano mendiga unos centavos de los políticos y de los leguleyos. Se enoja. Insulta, si no le tiran unos morlacos. Un palo, un tarro vacío de leche Nido, una gorra vieja, los pantalones subidos hasta la rodilla, las zapatillas raídas. La sonrisa desdentada del Loco Vera se trepa a los ómnibus. Deambula por las ciudades. 1977, mediados de julio. Nuestros parias, linyeras, lisiados, enajenados mentales, son arrojados al invierno en la ruta nacional 67, en Catamarca. El genocida católico y general, que ha tapiado y pintado de blanco las villas miserias para que su jefe Videla nos las vea durante su visita, ha subido en camión a los mendigos y los ha tirado en la vecina provincia para que las temperaturas bajo cero les den la cuchillada final. Muertos de hambre. Enfermos. Ateridos. Varios sucumben. Los más fuertes resisten. Protesta y rescate catamarqueños. El delito de lesa humanidad no inquieta a Bussi, dueño de vidas y desapariciones tucumanas. La ciudad se va deshabitando de estos próceres de la indigencia que laten en la memoria urbana. 

Juanes sin tierra

Tajo de luz. Resbala. Lastima. Enceguece el alma de la pobreza. Astilla las manos. Jadea en el viento. Reventón de madrugada. Fatiga de cañaveral. El filo rebana el sufrimiento de las manos. Pela que te pela. La explotación zangolotea los sueños del zafrero. Fardos de caña encorvan la resignación de una mujer. El machete lastima la inocencia changuita. Las penas se hacinan en los galpones. El patrón comulga en la mesa del diablo. Tartamudeo de luz. La noche gotea en los colmillos. Reverbera en las pupilas de fuego. Zigzag de miedo. Cadenas de injusticia arrastran la perra muerte. Grito. Peón que se retoba, desaparece. Mala paga que se quema en el alcohol. Golondrina es tu vuelo de ilusión. De sudor. Tu machete callado se anochece de dolor. Manos abiertas de luna alumbran el cañaveral. El azúcar muele la vida. La sal riega los surcos. Deschala soles el alba. Pelador de la desdicha. Tu negra y los changuitos son vidala en las heladas. El desengaño se derrama en la malhoja. El cuchillo del infortunio invierno y pesares desbroza. Un voleo de brazos dibuja en el aire el esfuerzo. Guitarra que resuella en la queja de la huella. A lo lejos, en el trapiche crepita la sangre de la esperanza. Vacías como vinieron. Las manos se van luego. Las chimeneas soplan ahora resignación. Bigotes dictadores decretan la muerte de once ingenios. El infortunio azota pueblos. Un corazón quebrado late en el aire. Hambruna que expulsa pobres. Juanes sin tierra merodean la miseria en la ubre de cemento. Guarapo de la amargura. Melaza del silencio. Destino de desamparo. Cosecha de sueños. Tucumán trapichea un tiempo ido. De azúcar y dolor en el filo de un machete. 

Repulgando la esperanza

Cerro arriba. Majadas deambulan en el viento. El canto trenza vidalas. Gerónima Sequeira trepa su voz a las nubes de Amaicha. Más abajo, las cajas de Isidora Álvarez y Rosita Guanco despabilan el Valle de Tafí. El vino ronronea en los viñedos de Colalao. En Ampimpa, un ojo telescópico hurga en el universo. En Taficillo, Nina Velárdez, guardiana de cebiles y nogales, calma la sed y el hambre de los viajeros. Una viajerita hace bailar el silencio en Alpachiri, a la orilla del río Cochuna. Sombras de pájaros se ejercitan en los montes de Burruyacu. Los frutillares acarician la espalda de Lules. Los grillos enduendan las carretas cañeras de Simoca. Las empanadas abren sus piernas en Famaillá. Doña Sara Figueroa repulga la esperanza ante la mirada de la Casa Histórica. Los versos de Manuel Aldonate arropan el abrazo fraterno, la pobreza, el dolor zafrero, en el bar del Chori Luna, ese wing de la zurda soñadora del Nuñorco, allá en Monteros. La pollera de la historia flamea un gato fundacional en Ibatín. Los golpes al pueblo zarandean el corazón de Lucho Díaz que en Bella Vista ahuyenta la injusticia con sus poemas.   

Azahares de sentimiento

Eco de luna. Rumor de cerro. Valle de ensueños. Menhires del silencio. Viento de cañaverales. Luciérnagas insomnes. Una zamba aletea en los nevados. Una batalla entreteje deseos libertarios. Coraje que se agita en el Campo de las Carreras. La independencia se envalentona en los corazones de una histórica casa. Bases constitucionales se trepan al horizonte de un país por parir. Lola Mora albea vidas en manos de mármol y piedra. Golpe del viento en el pupo de la caja. Grito de ausencia en la garganta. Pena desgarrada en joi joi. Picardía amanecida en un violín. Pentagrama derramado en un piano. Valses del Juan Bautista sofocados en salones. Una esperanza negra se agita ahora en las chimeneas. Azúcar del sufrimiento. El trapiche muele el destino del zafrero. La caña da vida, también desdicha. A veces muerte. Fusas alborotadas en una filarmónica. En una sinfónica. En el alma pianística de Miguel Ángel Estrella. Voces que silban coros en el tiempo. Árbol de duendes: Don Ata. Padula. Carmona. Piatelli. El Chivo. Alma García. Gentilini, el Pato. Leda. Los Núñez. Costello y Cruz. Ese Juan, el Falú. Soria, el baviero... Abrojos del aire. Insomnio de poetas, teatreros y noveleros. El limón canta en Tafí Viejo. Nocturnidad desesperada de boliches. Azahares de sentimiento. Hechizo de tarco. De tipa, yuchán y lapacho. Alboroto de luz. Picaflor que bebe el corazón de la Negra. Bohemia de guitarra. Arruga de bandoneón. La vida, esencia y latido del Tucumán. 

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