Más trabajo y creatividad; menos relato

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¿Cuántas veces se llenó el court central del Buenos Aires Lawn Tennis Club un miércoles de octavos de final en el Argentina Open? Esa anomalía tiene una explicación resumida en el nombre: Carlos Alcaraz. Tan esperado era el español que las entradas están agotadas para todo el fin de semana, a la espera de verlo en las instancias decisivas del torneo. Y al número dos del mundo el regreso a las canchas tras un extenso paréntesis -estuvo lesionado- no le impidió mostrar destellos de su gigantesca calidad. El público quería disfrutar el repertorio de su tenis y Alcaraz lo fue dosificando, aunque sin pausas, para dejar en el camino al serbio Laslo Djere. Esta noche vuelve a la acción.

La presencia de Alcaraz, pretendiente más que justificado a disputarle el trono a Novak Djokovic, coloca al tradicional Abierto porteño en una vidriera inusitada para un ATP 250, la categoría de menor rango entre los torneos del circuito. Que Alcaraz haya elegido Argentina para su regreso al tour habla de la excelencia, la seriedad y el compromiso de los organizadores. Es de lo más inusual contar con una estrella como Alcaraz -todo un rockstar del deporte a los 19 años- en un certamen de esta envergadura y en un momento económico tan complejo. La tradición del Abierto y ese irresistible gancho que siempre representa Buenos Aires, además de la cintura política y el trabajo a largo plazo, lo hacen posible.

La realeza del tenis nacional, con Gabriela Sabatini a la cabeza, se repartió por los diferentes sectores del estadio “Guillermo Vilas”. Nadie quiso perderse el debut de Alcaraz, favorito del público desde su decisión de venir al país y entregado a la hinchada desde su empeño y su simpatía. En ese sentido, el español también aportó lo suyo para que a la fiesta no le faltara ningún condimento.

Apenas se confirmó la visita de Alcaraz la demanda de localidades se tornó masiva. Así como los shows de Coldplay el año pasado excedieron lo estrictamente musical, el plan de ver en directo a una figura del deporte -y jugando por los puntos, no en una exhibición- va más allá de la afición al tenis. Es el concepto de experiencia a pleno. No es imprescindible ser un fan de la música de Coldplay ni un entendido sobre drives, voleas y smashs para disfrutar esta clase de espectáculos. No es la discusión, más bien sociológica, sobre el costado esnob -vaya si lo tiene- que implica esa necesidad de estar, de pertenecer, de no perderse lo imperdible, de formar parte de la conversación. Tiene que ver con el efecto cascada sobre la economía, el turismo, esos motores que siempre requieren nuevos lubricantes para funcionar mejor.

Detrás de la presencia de Alcaraz en Buenos Aires hay trabajo, claro, pero también mucha creatividad. Una mirada positiva de las cosas, traducida en el atrevimiento para pensar en grande. También capacidad de seducción. En paralelo con el ATP de Buenos Aires se están jugando torneos en Rotterdam (Países Bajos) y Delray Beach (Estados Unidos). Seguramente hay más dinero allí que el que puede ofrecer hoy Argentina. La diferencia la marcan los anzuelos que puedan lanzarle al protagonista: la posibilidad de sentirse local al calor de un público fiel, el armado de una gira regional que seguirá por Río de Janeiro y Acapulco, todas las comodidades y el profesionalismo a disposición para que continúe la recuperación física, la tradición tenística y deportiva de Buenos Aires, atada al combo de atractivos que propone CABA a quien la visita. Y mucha gente amiga a la vuelta, convenciendo a Alcaraz para que se decida a venir y acompañándolo día a día.

Si Alcaraz está en el país se debe, a la vez, al boca a boca que circula entre los tenistas. Si los que pasaron por aquí se llevaron una buena impresión todo se hace más fácil. Pero esa tradición se construye con una constancia de años. Por algo para la mayoría de los tenistas el torneo al que nadie quiere faltar es el de Indian Wells. Allí los agasajan hasta hacerlos sentir en casa. Ese el modelo que intenta seguir Buenos Aires. Y ahora es tiempo de hablar de Tucumán.

Una historia propia

Durante las próximas dos semanas la provincia reactiva su presencia en el escenario tenístico. Se jugarán cuatro torneos -dos de caballeros y dos de damas-, que repartirán en total 90.000 dólares en premios. La primera sede será el Lawn Tennis, la segunda Las Lomitas. A la cabeza de esta iniciativa figuran Mercedes Paz y Augusto Arquez, tejedores -puertas dentro y fuera de la provincia- de esta red que va creciendo.

“Con mi equipo pensamos que era una muy buena opción volver y sentirme de la misma manera que el año pasado. Es muy importante para nosotras jugar en Sudamérica porque es súper difícil viajar todo el año. Es un gran gasto. Entonces es muy bueno hacerlo cerca de casa y estar más acompañadas. Sabemos lo difícil que es hacer eventos de esa magnitud en la región; valoramos muchísimo el esfuerzo”. Así explicó la brasileña Carolina Alves por qué volverá la semana próxima a Tucumán. Ella estuvo dos veces el año pasado: fue finalista de un torneo similar al que comenzará el lunes -y recibió el premio a la subcampeona de manos de Gaby Sabatini- y luego formó parte del equipo brasileño en la Billie Jean King Cup. Le gustó la ciudad, fue bien tratada.

Este pequeño ejemplo explica el resto. Son semillitas que van plantándose y hace falta paciencia para verlas germinar. Es una labor que va de menor a mayor, no está de por medio la magia de una billetera dotada con cientos de miles de dólares que todo lo resuelven. La organización tucumana de los torneos disputados el año pasado fue probada y aprobada, lo que abrió la puerta para estos nuevos desafíos, que crecen en cantidad global de premios y de jugadores que nos visitarán.

Hay muchas patas involucradas en esto y por supuesto que la participación de Mercedes Paz, cuyo prestigio y contactos abren puertas, y de Arquez al comando de la Asociación Tucumana son imprescindibles. Lo que crece a su alrededor es una estructura que va ganando en experiencia y en conocimiento.

Lo importante es seguir paso a paso, explorando las oportunidades. Durante la conferencia de prensa de presentación de los torneos, realizada ayer en la sede municipal capitalina, el intendente Germán Alfaro lanzó el guante: ¿por qué no avanzar para que Tucumán cuente con un ATP 250 como el que alberga Córdoba cada verano? Paz y Arquez se miraron entre sorprendidos y entusiasmados. Sería una meta de altísimo impacto, a la que no es sencillo llegar. Conseguir una fecha en el circuito implica cumplir una serie de compromisos que -como se dijo- van más allá de los (onerosos) avales económicos. Pero la idea de Alfaro va en sintonía con esa necesidad que tanto se le pide a la dirigencia: la de atreverse a mirar más allá y pensar en grande. Lo demás es trabajo puro y duro. Empezar, por ejemplo, con la organización de un certamen de categoría challenger, que está por encima de lo que viene organizando Tucumán pero por debajo del nivel ATP 250. Esto es seguir poniendo ladrillo a ladrillo.

Hace unos días Tucumán albergó un Tour de la Liga de Voley Argentina. Jugaron durante cuatro jornadas en Monteros, a estadio lleno (con entrada gratuita) y televisación en directo. Ahora le toca al tenis. La agenda deportiva siempre está abierta a generar esa clase de experiencias. Lo mismo se proyecta en el ámbito cultural. La clave es aprovecharlas y potenciarlas.

Con esto volvemos a la cuestión del Mundial de fútbol 2030 y a cierta pretensión esbozada desde la esfera pública para involucrar a Tucumán en la discusión. Es una forma de construir una casa empezando por el techo. O pensar que con un estadio basta y sobra para aspirar a una subsede mundialista. Es absurdo y las pruebas están a la vista. Si Carlos Alcaraz está en Buenos Aires es porque mucha gente trabajó durante años para eso; si hay un proyecto tenístico en Tucumán a largo plazo, bienvenido sea. Acá no hay realismo mágico, sino brazos arremangados.

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