Necesité transitar, casi toda mi vida útil, para convencerme de que en mi partida no podré llevar ni lo puesto, que todo lo que no uso ya no es mío, le pertenece al que lo necesite y que si tiene un corazón agradecido, lo disfrutará y se beneficiará. Solo llevamos lo vivido; muy pronto solo seremos un lindo recuerdo, por lo inculcado, para quienes nos aman, y un gozo para los que nos odian. ¡Ojo! Realmente es la única ley de la vida, pareja, no rigurosa e infalible. Sobrevivimos confundidos y engañados dentro de una burbuja; solo reaccionamos y reflexionamos cuando los achaques del tiempo van minando nuestras fuerzas y aparecen las tembladeras, los calambres, los mareos y las enfermedades de la edad que obligan a guardar y tener termómetros, tensiómetros, oxímetro, kilos de medicamentos y kilómetros de recetas. Como lugar ya no tienes, agarrás una bolsa negra y dos cajas grandes (como yo lo hice), empezando por el botiquín y estantes del baño, sacás todo lo que ya no uses -cremas , desodorantes, talcos y con cuidado los perfumes (ya rompí el más caro)-, pasás a la mesa de luz, sacás todos los zapatos que no uses y los donarás al primero que pase o lo llevarás a alguna Institución benéfica. Como segunda etapa hay que meterse en los placares y en los depósitos de tiestos viejos y habrá que regalar todo. Se sentirá alivio, satisfacción y se irá un gran peso de encima.
Francisco Amable Díaz
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