Ya sabemos -y no esperábamos menos- que este fenómeno llamado inflación, al desvalorizar la moneda, afecta el progreso de todo tipo de proyecto, pues es el factor obligado de provisión de, entre otros, los elementos básicos para el crecimiento y evolución de la vida humana. En alimentación, tenemos el caso del pan y la carne. Debemos proveernos de ellos diariamente y sin opción. Su carencia castiga a todos, pero quienes más lo sufren son los más pobres. No están preparados para este flagelo que, por sus consecuencias, afecta el crecimiento integral, el futuro intelectual forjador del bienestar y el progreso social, económico e industrial. Lo triste es que este problema no es nuevo en Argentina. Ya en septiembre de 1836 el gobierno de la provincia de Buenos Aires dictó un decreto instando a corregir precios exhorbitantes e injustos, bajo pena de “monopolio por confabulación”. Pero somos incorregibles. Llegamos a 2023 y estamos igual. Con una indigencia del 8.1 % (UCA) es decir, 3,4 millones de argentinos carecen de una ración diaria de pan y carne. Mal ejemplo para un país que pretende brillar ante el mundo…
Darío Albornoz
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