26 Marzo 2023

Por Raúl Courel

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

En las neurociencias y en la psicología no se logra resolver los problemas que plantea la conciencia. Esas disciplinas están advertidas no sólo de que el cerebro y la mente no funcionan como computadoras sino que tampoco se ajustan a ningún rigor matemático. El físico Roger Penrose se interesaba en estos temas cuando constataba, por ejemplo, que la física cuántica contiene elementos no intuitivos que no existían en la física clásica. La relación entre las ideas y las materias físicas había dejado de ser evidente. Einstein decía: “cuando las leyes de la matemática se refieren a la realidad, no son certeras; cuando son certeras, no se refieren a la realidad”.

El psicoanalista Jacques Lacan consideraba que se había desbaratado la suposición de que el saber es inmanente a lo real, que venía desde el nous de Aristóteles. Pensaba que sólo suponemos que lo real funciona como nos indica el saber y que todo funciona como Dios manda, aunque recién estemos empezando a entender cómo es eso. La prueba de que no hay saber en lo real a él le vino del psicoanálisis: del síntoma y de la imposibilidad de que no haya alguno. Para colmo, se agregaba la comprobación de que “deseo de saber”, que sería querer realmente saber, no hay.

El físico cuántico John Bell consideraba que Copérnico, Galileo y Kepler tenían tantos prejuicios y conceptos errados como sus contemporáneos, y que sus descubrimientos no provenían de una predisposición hacia lo verdadero sino de que no cometían errores “técnicos”. Los conceptos teóricos no reflejaban la realidad del mundo cuántico, sólo describían las respuestas de los aparatos que construimos para observar y registrar lo que vemos.

Roger Penrose tomaba como un dato duro los teoremas de Turing y de Gödel que demuestran que una máquina de computar no puede ser programada para ser infalible e inteligente al mismo tiempo; creía necesario ocuparse también de objetos específicamente psicológicos, no tenidos en cuenta por la física ni por la matemática. Se preguntaba, por ejemplo, qué es la conciencia, qué significa “tomar conciencia” (awareness), qué es “voluntad libre” (free will) y qué es la “inteligencia”. Para definir esta última pensaba que no alcanza estudiar el “entendimiento” (understanding) y que hace falta precisar en qué consiste el “darse cuenta” (awareness).

Hay que decir que Penrose buscaba las respuestas sólo donde la física le indicaba: “tenemos el desafío”, decía, “de entender el mundo de la mente en los términos del mundo físico”. Pensaba que “para una explicación de la no computabilidad de nuestras acciones conscientes es necesario suponer una “no computabilidad física”, y proponía que para entender la mente humana sin dejar afuera los fenómenos de la conciencia había que empezar “con una apreciación más profunda de la realidad física misma”, se refería a la realidad cuántica.

Penrose intentaba ir al fondo de estos problemas, pero su empresa participaba enteramente de la fe que domina nuestro tiempo y que él resumía con estas palabras: “tal vez la ciencia futura explique la naturaleza de la conciencia, pero en los días presentes la ciencia no lo hace”. El físico seguía suponiendo que el saber de la ciencia está en lo real y, si bien nuestra limitada inteligencia todavía no llega a ese punto, no perdía la esperanza de que algún día llegará: su dios es laico.

© LA GACETA

Raúl Courel – Psicoanalista tucumano. Ex decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

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