¿Sirve o no sirve? El insípido empate en cero que San Martín se llevó de su visita a Carlos Casares en la tarde del sábado le generaría dudas al mismo Hamlet. Seguramente, el hincha “santo” responderá a la pregunta según la “teoría de los dos vasos”, es decir, cuál de los dos opta por elegir.
El “vaso lleno”: Agropecuario es un rival duro y es misión casi imposible ganarle en el “Ofelia Rosenzuaig”. Sumar un punto, que corta una sangría de dos visitas con las manos vacías (Mataderos e Isla Maciel), no es para despreciar.
El “vaso vacío”: el equipo de Iván Delfino sigue aburriendo. Sin ideas ni desequilibrio individual, no generó siquiera una jugada de gol de forma asociada. La más clara -en realidad la única chance que tuvo- fue de pelota parada.
Todo esto dicho (o más bien escrito) en el contexto de un partido que fue un profundo bostezo. Tampoco el anfitrión propuso algo diferente, ni vistoso ni efectivo. El cero absoluto se preanunciaba cantado desde temprano.
Pero como el fútbol es fútbol, siempre hay historias para contar y aspectos para analizar.
Por ejemplo, el cambio de dibujo dispuesto por Delfino dio un resultado moderado.
El 5-3-2 (en realidad, 3-5-2 con el equipo en ataque) sirvió para tomar bastante rápido el control del partido. Claro, primero hubo que pasar un susto, cuando Alejandro Melo exigió a Darío Sand antes del minuto de juego.
El regreso de Franco Meritello, enclavado como tercer central, y la inclusión de Gustavo Abregú como volante tapón (en lugar del suspendido Federico Bravo) ayudaron a que se cumpliera con la primera premisa del técnico: dotar al equipo de la firmeza defensiva de la que había carecido en sus últimos partidos en rodeo ajeno.
Fue un esquema, además, que dificultó el desborde incisivo del local por las bandas, uno de sus puntos fuertes.
De la segunda premisa, lograr una mejora en el volumen de juego con el aporte por las flancos de Ismael Quilez y Nahuel Banegas, hubo poco y nada. Los laterales no pasaron demasiado al ataque y cuando lo hicieron carecieron de profundidad y/o precisión.
Así las cosas, San Martín apenas remató tres veces al arco defendido por Francisco Rago: un disparo de media distancia de Enzo Martínez, un tiro libre de Pombo frustrado por el arquero y un intento de Emanuel Dening que se fue lejos.
Desde la cabina que utilizaron los dirigentes visitantes y el manager Alexis Ferrero se escuchó pegar un par de golpes en la mesa, expresión catártica, probablemente, ante la falta de peso en el área rival del conjunto tucumano.
Es verdad que el control del partido, en cuanto a posesión de pelota y dominio territorial, sobre todo en el primer tiempo, fue mayormente de la visita.
Tan cierto como que la contra del equipo de Gabriel Gómez fue una amenaza permanente. El medio de San Martín no cortaba y el “sojero” llegaba rápido y fácil a las inmediaciones de Sand (volvió en excelente nivel tras su larga ausencia por lesión).
Incluso, en el tramo final de la primera etapa hubo una andanada de pelotas paradas (principalmente córners) que le podrían haber costado caro al once de Delfino.
Se ve que el entrenador, esta vez munido de una gorrita gris, debe haber sido enfático con los suyos en el vestuario. Porque el “santo” salió a jugar el complemento con mayor ímpetu, más decidido a hacer daño. ¿La receta? Laterales unos metros más arriba, y los volantes con mayor voracidad para presionar más alto. De todas formas, la más clara fue un tiro libre de Martínez, salvado en gran forma por Rago.
Pero fue apenas una tormenta del verano que se fue. Pasó lo de la primera etapa: con el correr de los minutos San Martín se fue desdibujando. Y volvieron a aparecer algunos errores en el retroceso: la más peligrosa para el local fue el mano a mano con Sand que dilapidó Julián Marcioni.
A los vecinos de la cabina de al lado se los escuchó quejarse unas cuantas veces más, por algún pase fallido o cierta falta de compromiso para pelear una pelota.
Pero quizá la añoranza mayor tiene que ver con la carencia de ideas disruptivas y las ejecuciones deficientes en un equipo que necesita seguir mejorando.
En resumen: en Casares, los que se quedaron a dormir la siesta salieron ganando.