Cartas de lectores: con mis muletas

06 Abril 2023

Este bichito maligno -Covid- me empujó nuevamente usar mis herramientas de vida, las “muletas”. Agradecido al virulento, porque puedo disfrutar el tiempo y el trabajo sin la molestia constante de una pierna ortopédica. Pero mis primeras experiencias al transitar la ciudad con mis dos palos de contingencia, me generó una enorme turbación y al mismo tiempo ofuscamiento. Las calles y veredas que rodean y se extienden como un anillo desde la plaza principal hacia la periferia, parecen haber sufrido un bombardeo con sus profundos socavados rodeados de muros -tablas-, que se entrecruzan y engarzan con alambres retorcidos. En ese transitar apoyado con mi axila y mis brazos, traspase estoicamente escombros, cascotes y basura. Con lo fangoso del piso por las inclemencias del tiempo, avisté un moderno bar donde sentarme. A través del forzoso tapaboca miré de reojo dónde estaba el baño. Las escalinatas eran tan angostas y altas como para llegar al cielo. Desistí de mi objetivo. Un poco cansado me aventuré a subirme a un ómnibus. En su interior joven con sus tapabocas de vividos colores se hacían los distraídos a pesar de las advertencias del chofer que miraba por el retrovisor. No obstante la fuerza de gravedad que me tiraba en sentido contrario, con un quijotismo digno, pude sostenerme agarrándome de una carcomida baranda hasta llegar a destino. Bajé un poco mareado tratando de traspasar una avenida. Un tiempo largo me llevó la odisea. El automovilista en nuestra provincia tiene prioridad frente al anciano la mujer embarazada o el discapacitado. Había sacado turno para hacerme un hisopado y larga cola de pacientes esperaban ser atendidos. Traté de adelantarme mostrando mis muletas pero nadie se movía. Me quedé paralizado pensando que alguna vez siendo legislador tuve el privilegio de crear la Comisión de familia, menores y discapacitados a fin de socorrer las deficiencias físicas congénitas o adquiridas, de nuestros semejantes. Un deber de solidaridad, exigido por la naturaleza. Es que aun cuando no tengamos responsabilidad sobre la suerte del otro, la religión, la conciencia, los principios, la moral y la ética nos impulsan hacia Él por el mero hecho de ser un prójimo con problemas con el que nos une la caridad. La solidaridad, por lo tanto, no puede circunscribirse al concepto de la beneficencia, ni siquiera cuando lo incluya, pues está ligada al interés público y no es algo que se obtiene pidiendo sino algo que se tiene el derecho de reclamar y a ser amparado y resguardado. Hace algunos años el filósofo jurídico italiano Alejandro Baratta confrontaba con el Presidente de Unicef que decía que “la democracia es buena para los niños”, afirmando que “los niños son buenos para la democracia”. Con ello quería significar que al reconocer a los niños como ciudadanos se amplía notoriamente el concepto. La misma significación tiene la inclusión de las personas con discapacidad como sujetos plenos de derecho y con el deber de ser tratados como personas íntegras, capaces, hechas también a imagen y semejanza de Dios.

Jorge Bernabé Lobo Aragón 

jorgeloboaragon@gmail.com

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