Nuevo apotegma: el que avisa no traiciona; desilusiona

Como siempre, cuando se busca consolidar poder o nuevos liderazgos, el instrumento para avanzar es meter mano en las disposiciones electorales.

Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta. Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta. ARCHIVO

El que avisa no traiciona, sólo desilusiona. Bien podría tratarse de un nuevo apotegma político a partir de la interna que estalló en el PRO debido a la decisión electoral de un indisciplinado discípulo que desoyó a su supuesto maestro. El tiempo que viene es el mío, pareció decirle; y al jefe no le cayó bien, se disgustó; sabe que si uno se atreve a rebelarse y a faltarle el respeto político seguro le seguirán otros. Así hasta convertirlo en parte del pasado: para que sufra el dolor de ya no ser, algo que cualquiera que se precie de conductor quiere evitar, prolongando la llegada del olvido lo que más pueda.

En el fondo de trata de un choque de visiones entre Horacio Rodríguez Larreta y Mauricio Macri, sobre las formas de ejercer y de consolidar el liderazgo dentro y fuera de propio espacio de representación. El jefe de la CABA, por lo menos desde lo discursivo, se expone como menos confrontativo de cara al futuro, posiblemente viéndose como presidente de los argentinos. El ex presidente, en cambio, construyó su figura política enancado sobre la grieta y no parece querer abandonarla como método de alcanzar el poder, un esquema en el que los adversarios son los verdaderos enemigos, a los cuales ni siquiera hay que convidarlos a la mesa.

Además, Macri considera al PRO el eje sobre el cual debe moverse Juntos por el Cambio; él tiene el papel protagónico y el resto, los radicales centralmente, son meros socios de ruta que deben acompañar sus decisiones como obedientes furgones de cola. El verticalismo no es patrimonio exclusivo del peronismo, es una forma de ejercer el poder que contagió. En ese marco se entiende que Macri hable de desilusión y no de traición; porque aún no es el momento de tal acusación, seguramente aparecerá cuando señale a su candidato para la presidencia; opción que quedó reducida a la figura de Patricia Bullrich. Es porque Rodríguez Larreta comenzó a desconocerlo de manera elegante, pero clara, como suele hacerse en otros espacios que gobiernan cuando tratan de consolidar su poder: metiendo mano en los mecanismos electorales.

Para ejemplo baste mencionar el sistema de acoples que el PJ tucumano incorporó en la Constitución: un esquema de partidos que se convierten en colectoras que aportan votos para la fórmula gubernamental. O sea, para seguir en el poder en el caso de Tucumán. Lo de Rodríguez Larreta fue un poco más sutil, se limitó a dar una señal de aviso de lo que pretende a futuro: consolidar la sociedad interna dándole más preponderancia a los radicales que la que les dio Macri, que los ninguneó durante todo su mandato presidencial. Los radicales supieron facilitarle toda su estructura partidaria nacional para permitirle su victoria, y al parecer se contentaron con eso, en servir sólo para desplazar al peronismo del poder.

Que se hayan alzado voces del macrismo denunciando que pretende darle una mano al radical Lousteau para que gane en la CABA alimenta esa interpretación. Entonces, ¿qué le habrá disgustado más a Macri: que el radicalismo pueda jugar un rol más importante que en 2015 o que Rodríguez Larreta intente reemplazarlo como el líder de la coalición opositora llegando, además, a la presidencia de la Nación? Si esto último sucede, el ex presidente “xeneixe” pasará a ser un invitado de lujo en los actos oficiales y en los festejos patrios. Nada más que eso; la lapicera y el liderazgo lo tendría otro.

Rodríguez Larreta representa un peligro político para Macri, que hasta ahora ostenta el título de único presidente argentino que no pudo ser reelecto, como Trump en EEUU o como Bolsonaro en Brasil. Título nada agradable que tal vez comparta con Alberto Fernández, y con quien pugnará por ver cuál de los dos fue peor gestor. Encima le aparece Rodríguez Larreta desafiante: la paloma peleándole al halcón agrietador para ser más que el líder de una facción interna sino el conductor de un espacio opositor más amplio. ¿Cómo pensará en bajar a esa paloma?

Puede intentarlo bendiciendo a Patria Bullrich para la pelea interna en Juntos por el Cambio, aunque la ahora licenciada presidenta del PRO ya se le haya animado antes al decirle que iba a competir en una interna por más que él se hubiera presentado. Díscola también la ex montonera, cuya visión se asemeja a la del ex presidente en cuanto al uso de la grieta como elemento de lucha política. Y que no disimula, al igual que Macri, sus simpatías por Milei. Es una posible sociedad a futuro, pensando en un eventual balotaje; si el oficialismo no resulta tercero, claro.

Sin embargo, a Macri lo incomodó más la decisión de su ex secretario de Gobierno, más que nada por el mensaje que trasuntaba la medida electoral de disponer elecciones concurrentes, todo un desafío a su autoridad y un primer hito en la carrera de Rodríguez Larreta para construir su propio liderazgo, para diseñar el larretismo que viene y que deje atrás al macrismo.

El sueño del ismo propio. De la misma forma como se repite en la historia fagocitadora del peronismo: menemismo, duhaldismo, kirchnerismo, cristinismo. El albertismo no fue ni amague ni la sombra de una expresión de poder, por más que hubo quienes lo alentaron para fortalecerse como línea interna. En el fondo no se concretó ese verticalismo, que es marca registrada en el justicialismo, porque hubo tres espacios o tres referentes de la coalición con distintas responsabilidades, y en constante tensión. Situación que influyó, de alguna manera, en la gestión, tan deshilachada que nadie le da una oportunidad electoral al Gobierno, razón por lo que la interna en Juntos por el Cambio estalló.

Están ahí de volver al poder, ¡cómo no se van a despertar las ambiciones!, pero, ¿con qué visión, con la de Rodríguez Larreta, el independentista, o con la inflexible Bullrich? Macri tiene razones ahora más para jugarse por Patricia. El riesgo de esta jugada -la de bendecir a un jugador- es la de bajar al barro y de que el elegido pierda. Ahí sí dejará de ser un líder.

De hecho, el jefe de la CABA mostró predisposición a alianzas, al diálogo, con un perfil de moderado que disgusta a sus socios de PRO. Tal vez termine cerrando filas con el radical Gerardo Morales. De hecho ya coincidieron en sus ataques a Macri, en el caso del jujeño de manera pública. Fue cuando el ex presidente dijo que el populismo se originó en Latinoamérica y tal vez en Argentina es donde arrancó, primero con Yrigoyen. “Si tu intención es romper Juntos por el Cambio para buscar un acuerdo con sectores de la extrema derecha antidemocrática, lo mejor es decirlo concretamente”, le replicó Morales. Ocurrió en junio de 22. No debió haberle irritado a Rodríguez Larreta esta disputa verbal, él mostró que no quiere seguir bajo la sombra de Macri sino abrir su propio espacio y con su propio estilo. A Macri lo desilusionó que lo quieran desplazar y que le dijeran tácitamente “ya fue”, por lo que habrá que seguir atentamente los pasos del creador del PRO.

Una jugada propia del peronismo

Lo dijimos, lo que hizo Rodríguez Larreta fue algo de tinte muy peronista: apelar a cuestiones electorales para ir construyendo poder. El acople, por ejemplo, le sirvió a Alperovich y sigue siendo la mejor herramienta del PJ para tratar de continuar en el poder, por eso las 61 colectoras para sumar votos al binomio gubernamental. Fue consecuencia de una reforma constitucional en 2006. Por eso mismo, frenar un intento para modificar la Carta Magna y favorecer la reelección indefinida de Juan Manzur fue la maniobra con la que Osvaldo Jaldo desnudo que él quería llegar al poder.

En ese marco, una de las primeras definiciones del tranqueño una vez que asumió el segundo mandato como vicegobernador fue afirmar públicamente que la Legislatura -bajo su mando- no habilitaría una nueva reforma. Fue su aviso al manzurismo de que no abriría esa puerta porque aspiraba a suceder al médico sanitarista. Su propio ismo.

En el peronismo, el que avisa no traiciona. Manzur no habló de desilusión, entendió el mensaje y salió a consolidar al manzurismo como fuerza interna del PJ para obstaculizar las pretensiones del vicegobernador. Fue la pelea por el liderazgo que estalló en 2021 en el Gobierno provincial y que con la designación del nuevo ombudsman terminaba resolviéndose la interna en favor de la decisión de Jaldo de no alterar el texto constitucional.

En el PJ, siempre, se habilita o se frenan las resoluciones electorales teniendo como telón de fondo la pelea por el poder y los nuevos liderazgos. Lo mismo que aconteció con Rodríguez Larreta: él aspira a ser el nuevo conductor de la oposición, ¿Jaldo querrá lo mismo, ser el nuevo líder del peronismo tucumano una vez que se convierta en gobernador? Impidió la reforma y ahora es el principal candidato del oficialismo; fue quemando etapas. Pero tiene a Manzur detrás, como compañero de fórmula. O sea, jaldismo y manzurismo seguirán subsistiendo como expresiones de poder interno, hasta que uno se fortalezca y debilite al otro. Ahí habrá tensión.

En el fondo, será otra pelea por ver quién lidera al peronismo tucumano, porque es toda una rareza la conducción bicéfala, un esquema contrario al verticalismo de los compañeros. En ese sentido, en este siglo el PJ pasó varias etapas en cuantos mecanismos de conducción: fue un trípode en 2003, con Miranda, Alperovich y Juri. Luego Alperovich se deshizo de Miranda, quien debió huir y asumir en el Senado, y después derrotó a Juri en una interna del PJ en 2005, convirtiéndose en el jefe de esa estructura hasta 2015. Ese año reapareció otro trípode: Alperovich, Manzur y Jaldo. El médico sanitarista le ganó en 2019 y quedó al frente del peronismo acompañado por Jaldo. Esta sociedad sigue en pie hasta ahora. En vista de lo que vino sucediendo, cabe esperar que en la conducción del peronismo haya nuevos movimientos por el liderazgo.

Comentarios