Aspiran a convertirse en representantes de sus comprovincianos. Proponen trabajar por el progreso, por cambiarle el rostro a las ciudades, logrando una mayor calidad de vida, a través del orden, de la higiene. Cuando más próximas están las elecciones profundizan el proselitismo, paredes, postes de alumbrado público, puentes, paredones, se convierten sonrisas y eslóganes y luego en basura, porque los candidatos suelen tapar con sus afiches a los de sus contrincantes. Ni las piedras se salvan. En casi todo el trayecto de la ruta N° 307 “Atahualpa Yupanqui” las pegatinas y pintadas arruinan el paisaje. Al votante intentan seducirlo con afiches, pintadas, pasacalles, jingles y boletas.
No se trata, por cierto, de prohibir el proselitismo político o de otra índole, sino de ordenarlo a fin de garantizar la limpieza. Casi a diario se perciben veredas sucias de papeles con pegamento que han sido arrancados de paredes o chapas para pegar otros afiches. Se podrían habilitar sectores específicos en las ciudades para la propaganda electoral. Otro tanto debería hacerse en las rutas, resulta penoso ver en forma constante el nombre de candidatos pintados hasta en los troncos de los árboles, dañando la naturaleza. Un párrafo aparte merecen los vehículos con altoparlantes que promocionan a elevado volumen a los postulantes, atronando a los vecinos.
Una vez concluido el proceso electoral, los autores de estas pintadas deberían estar obligados a borrarlas, so pena de una determinada y severa sanción pecuniaria. Un aspirante a un cargo electivo a nivel provincial o municipal debe dar el ejemplo a la ciudadanía con acciones concretas. Sería saludable, por ejemplo, que la norma de limpiar las leyendas proselitistas rigiera también no solo para quienes ensuciaran las propiedades privadas, sino también las instituciones públicas. De ese modo, al significar una multa significativa, se evitaría pintar o realizar la pegatina en cualquier parte. Posiblemente si fuera una norma provincial estos asuntos, tendría mayor efectividad que la ordenanza municipal N° 1459 (data de 1972) que prescribe justamente la prohibición de pegatinas en lugares no habilitados.
¿Qué impresión podría llevarse una persona que ingresara a una casa, cuyas paredes estuvieran pintadas a manchones con nombres de personas, frases, fragmentos de afiches, con basura junto a los zócalos y para ir al baño tuviera que sortear varios “pasahabitaciones”?
La proliferación desmedida de afiches, pintadas de paredones, los pasacalles, no solo generan una contaminación visual de importancia, sino que afean cualquier ciudad. Ponen en evidencia además el poco apego por la higiene de sus moradores. Si las normas vigentes previeran sanciones pecuniarias onerosas y se aplicaran sin miramientos, tal vez tendríamos candidatos que quieran más a su ciudad y pensaran verdaderamente en elevar el bienestar de sus posibles representados.
¿Cómo puede promoverse el turismo en esta ciudad histórica de la Independencia si una buena parte de quienes aspiran a representar a sus vecinos se ocupan de afearla en tiempos eleccionarios? Este proselitismo pernicioso es también, por cierto, una falta de respeto a la ciudadanía. No olvidemos que una clase dirigente suele ser, por lo general, el reflejo de la sociedad.