La historia se vive en los libros y en los museos, sí, pero también está latente en aquellos lugares que marcaron un punto de inflexión. Algunos intrépidos, de hecho, se animan a recorrer los mismos caminos que nuestros antecesores; de repente, esos fragmentos del pasado que estudiamos en la escuela se vuelven presente. Con esa idea -y con la premisa de pasar un momento único en familia- Hugo (73), Pablo Pedrotti (43) y Giuliana Pedrotti (14) se animaron a realizar en marzo el Cruce de los Ándes. “Compartir el viaje es lo más mágico que hay; es algo que nos guardamos para toda la vida”, cuenta Pablo a LA GACETA.
El plan no surgió de un día para el otro; en realidad, él, su papá y su hermano lo venían charlando hace varios años, pero por un motivo u el otro, el viaje nunca llegó a materializarse. Finalmente y con la temporada en marcha (se puede hacer de noviembre a abril, Pablo empezó a averiguar; su hermano, que fue papá recientemente, se bajó del viaje. Pero hubo una nueva integrante: su hija.
Seis días de travesía
Son seis los caminos que utilizó el ejército de José de San Martín para atravesar los Andes. El elegido por la familia Pedrotti fue el paso Portillo de Piuquenes. Fue uno de los últimos abiertos por las fuerzas sanmartinianas, en febrero de 1816, y más tarde fue utilizado por Charles Darwin en su paso a Chile. Si bien el recorrido no es de los más extensos, la dificultad es considerable y la altitud llamativa (está a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar). “Es una ruta corta, pero es la más dificultosa. Cuando llegás al primer cruce, sobre los 4.800 msnm, ves la subida y es empinadísima. El caballo y la mula van zizgageando; mirás al costado y tenés mil metros de precipicio”, relata.
Conociendo el panorama, se pusieron manos a la obra. “A todos nos gustan los caballos, los deportes y la aventura. Eso empezó por mi papá, que vivió en el campo. Veíamos la idea de hacer el cruce y nos parecía buenísimo. Mi papá, que pertenece a agrupaciones gauchas, nos enseñó que la patria se hizo a caballo. Con ese aprendizaje, la experiencia es increíble”.
La travesía fue de seis días. “Se dice que es una de las rutas que más usó San Martín, luego de la Batalla de Chacabuco; se calcula que fue más o menos siete veces, porque era la más corta. Nosotros salimos desde el Manzano Histórico, en Tunuyán. De ahí, fuimos hasta un refugio de alta montaña; descansamos una noche y seguimos hasta otro refugio militar, hecho entre los 40 y los 50. Al tercer día llegamos al límite con Chile y retornamos”, cuenta.
De primera mano
Para viajar, los tres tuvieron que dejar de lado sus actividades. Giuliana, por ejemplo, abandonó las clases por unos días. “Pero eso no importa; éramos un grupo chico, todo fue muy individualista... El viaje es un paso por nuestra historia viva. Y lo más importante es que ella pueda vivir y conocer eso. Al principio, incluso, me daba bronca pensar que no se valora, porque es recorrer los mismos pasos que San Martín. No están los campamentos, pero la senda es la misma... es la única. Es nuestra historia”.
Pablo comenta que no son muchos los peligros, pero que sí hay que tener en cuenta la dificultad. “Lo puede hacer cualquiera, pero si no tenés experiencia en caballos, vas con miedo... son muchas horas cabalgando y la vas a pasar mal. Pero la experiencia lo vale; son cosas únicas, que quizá no vas a vivir nunca más en tu vida. Yo lo entiendo porque me gustan los caballos, porque iba cómodo... pero quizá el que nunca se subió a uno lo sufre. Es probable que en la peor parte de El Portillo, bajes y lo hagas caminando si no estás acostumbrado”.
En su caso -dice- en algunos momentos el se puso nervioso porque claro, adelante y atrás iban su padre y su hija. “Ella es loca por los caballos. No se quejó en ningún momento, aún sabiendo que dejaba de lado algunas comodidades... Se adaptó muy bien en los campamentos, a tener un baño para todos, a sentarnos a comer todos juntos, a dormir en una bolsa de dormir... Como experiencia, era todo nuevo para lelo, pero está chocha, y dice que volvería a ir”.
Lo que más destaca es la posibilidad de compartir en familia y en la naturaleza. “La cosa es compartir; creo que veces los padres se olvidan de sus hijos. Estas experiencias son únicas; ver picos gigantes, los cerros increíbles y la riqueza que tiene a nivel histórico. Es inolvidable”, resume.