Puede medir hasta un metro de largo, es inofensivo para el ser humano (aunque puede morder si se siente amenazado) y se encuentra en distintos puntos de la provincia (y del país). Su coloración rojiza y sus manchas oscuras e irregulares lo vuelven admirable para las personas, que se detienen cada vez que ven uno. Y aunque no viven en la ciudad, algunos ejemplares sí podían ser observados cerca del centro: se encontraban en el Jardín Botánico del Instituto Miguel Lillo. Pero ya no están. De un tiempo a esta parte, desaparecieron. La novedad fue advertida por algunos tucumanos, llegó a LA GACETA e inmediatamente surgió la pregunta: ¿qué pasó con las iguanas?
Antes de ofrecer una respuesta es necesario conocer un poco más sobre estos reptiles. Según la edición de febrero de la revista Universo Tucumano (publicada por la Fundación Miguel Lillo y por la Unidad Ejecutora Lillo del Conicet) esta especie fue identificada inicialmente en 1839. “Debido a la gran extensión de su distribución, recibe varios nombres dependiendo del área: caraguay, iguana, iguana colorada o lagarto colorado”, indica la publicación. Agrega que están presentes en 16 provincias; en Tucumán, solo se registran en la capital, Cruz Alta, Graneros, La Cocha, Leales, Tafí Viejo, Trancas y Yerba Buena, aunque -dicen los escritores del artículo- “consideramos que se encuentra en casi toda la provincia, excepto en las regiones de mayor altura.”
Un hecho “extraño”
Son de gran tamaño, de cabeza ancha -enumeran-, con extremidades cortas y con una cola larga. Habitan, generalmente, zonas más áridas. Desde hace algunos años, en el Jardín Botánico del Lillo había algunos ejemplares, machos y hembras. Y sí, ya no están. “Cuando yo me reintegré, el primero de febrero, ya no los veíamos. Calculamos que había entre cinco y seis, pero aún desconocemos por qué no están. La primera sospecha es que se han puesto a hibernar”, explica a LA GACETA Ana Levy, encargada del Jardín Botánico, que de entrada aclara: “este no es un lugar para tener iguanas”. Los reptiles eran valorados por los visitantes del jardín, que comenzaron a notar su ausencia. “No se ve ninguno, y en esta época no se deben ver, porque en invierno se esconden. Lo raro es que desaparecieron en febrero: es una cosa extraña, porque hizo mucho calor. Pero también es cierto que en Las Cejas, de donde también son naturales, había muchos, y en la misma época desaparecieron. Quizá es un fenómeno que tiene que ver con el clima o con la humedad -considera-; por lo pronto, tendremos que esperar a que empiece a hacer calor para ver si salen. Sí hemos visto algunas cuevas en el suelo que antes no estaban, pero tenemos que esperar”.
Un animal de otro lugar
Lo cierto es que, de cualquier manera, estos lagartos colorados representan un problema para el Jardín Botánico. Levy explica que en alguna ocasión ya pidió la reubicación de los reptiles, y que solo sería factible conservar uno o dos ejemplares, siempre y cuando sean hembras. “Es un animal silvestre que es territorialista; cuando había más de cinco, empezaban a escaparse, porque el espacio del jardín es pequeño y los machos se peleaban, entonces comenzaban a buscar otros territorios. Eso generaba problemas, porque se van hacia afuera. Estos son animales silvestres, y tendrían que estar, por ejemplo, en una reserva. Está bien que a la gente le gusten, pero lo lindo sería que estén en la naturaleza”, agrega.
Ese no es el único problema. También afectan la flora y la fauna del jardín. “Nuestra colección es de árboles centenarios de la yunga, y las iguanas llenan de pozos y agujerean el sustrato de esos árboles. También nos afectaron toda la población de caracoles que usábamos en las visitas guiadas con los niños; se los comían y los extinguieron”, ejemplifica.