Hugo Alconada Mon: “Hay algo vinculado a la violencia política y a la sangre que es inmanente a nosotros”

Tres días antes de su visita a Tucumán para presentar La ciudad de las ranas, el autor nos mete en la cocina de su libro, uno de los más leídos del año en nuestro país.

04 Junio 2023

Por Jorge Daniel Brahim para LA GACETA

Expectante, el lector da inicio a un nuevo libro. Al llegar a la página 50, vuelve a la 13, al comienzo de la batalla de Ringuelet y, entonces, presiente. Presiente y se esperanza. El lector expectante está esperanzado en las páginas que lo aguardan. Con el punto final, el presentimiento se cumple. Acaba de experimentar la poco usual emoción del gozo intelectual. Ahora, es un lector agradecido. El lector que estuvo expectante, luego esperanzado y finalmente agradecido cree que, así como Borges reconoció haber aprendido mucho mejor de Rosas y su época con la lectura de Amalia —la novela de José Mármol— y no estudiándolo en los textos de la historia académica, la obra más indicada para entender cabalmente los últimos lustros del siglo XIX —con el problema de la inmigración masiva, el crujido del orden conservador y la explosión de una nueva Argentina— es el libro que acaba de leer. El lector que estuvo expectante, luego esperanzado y finalmente agradecido, a estas alturas, tiene la certeza de que, en un tiempo no demasiado lejano, la literatura argentina otorgará a La ciudad de las ranas la membresía de su insigne cuadro de honor. Por el momento, y ya frente al autor, sólo le queda preguntar.

-¿Cómo empezó todo?

-Fue hace bastante, yo tenía 25 años y trabajaba en el diario El Día de La Plata, ciudad de la que soy oriundo y vivo en la actualidad. Fueron dos años y medio, entre 1999 y 2002. Es en ese momento en que empiezo a interiorizarme de un modo más profundo por mi ciudad, a conocer personas que me dieron datos interesantes sobre su historia y quedé enganchado. Durante las dos décadas siguientes seguí investigando. Hace unos cinco años le pido al director del archivo de La Nación que me pase todo lo que tenía sobre La Plata, y me manda una serie de recortes en donde se alude a la masacre de San Ponciano, con un título algo así como “Graves hechos de sangre”. Allí leí que, en ese episodio de junio de 1886, retiran a un napolitano del atrio de la iglesia de San Ponciano con un hacha clavada en su parietal izquierdo. Entonces dije acá hay algo que merece ser contado. Y a partir de ahí no paré.

-Te propusiste escribir un texto histórico.

-En realidad, quise hacer periodismo al estilo Truman Capote en A sangre fría o al modo de Operación Masacre de Rodolfo Walsh; o sea un texto escrito como una novela pero que siga siendo no ficción: todo lo que quería contar debía haber ocurrido. El problema es que me encontré con que hay piezas del rompecabezas que faltaban. Entonces decidí cambiar, pasar de Truman Capote y Rodolfo Walsh a Tomás Eloy, con su La novela de Perón, o a Félix Luna, con Soy Roca. Decido trabajar en los bordes difusos en donde se cruzan realidad y ficción sin permitirle al lector la seguridad de saber cuál es cuál.

-Era el momento de establecer la estrategia narrativa.

-Como el período que narro dura once años debí definir cómo lo resolvía. A partir de la escena inicial, de 1882, llevo una secuencia cronológica que tiene su corolario en la batalla de Ringuelet. Esta trama está contaba en tiempo pasado. De forma intercalada voy relatando, en tiempo presente, las distintas alternativas de la batalla, el 8 de agosto de 1893. Con el uso del tiempo pasado y presente, alternativamente, obligo al lector a ir y venir, a comprometerse con la lectura, a armar el rompecabezas mental, estrategia que se la debo a William Faulkner.

Luego decidí que el narrador sea en tercera persona omnisciente, a veces con el punto de vista de Íñigo Rocamora y otras con el de Dardo Rocha. Además, si te fijás, a partir de la página 369 el relato imprime una dinámica de vértigo, mi objetivo era que el lector se suba a un tobogán emocional con el fin de que a las páginas faltantes las liquides en una sola noche.

-El libro publicado es la octava versión.

-Integro un club de lectura que se reúne una vez al mes. En un momento imprimí el primer borrador e hice seis copias para los otros integrantes. Ese texto tenía 600.000 caracteres y sólo les dije “despedácenlos, está totalmente crudo”. Luego lo continué reescribiendo, hasta que, hablando con mi editora, Paula Pérez Alonso, decidimos eliminar un tercio de la novela. El libro constaba de tres troncos: los inmigrantes, la élite y la pata financiera. Sacamos la tercera y la novela cobró mayor fuerza. Finalmente, llegamos a la octava versión de 400.000 caracteres que es la que se terminó publicando.

-Hablemos un poco de los personajes.

-Para ponerlos en juego fijé tres niveles de existencia. En el nivel 1 están los personajes completamente reales. Todo lo que vuelco en sus labios lo dijeron, y todo lo que los hago pensar, lo pensaron. Para lograr que así fuera aproveché las cartas que se intercambiaron. Es el caso de Rocha, Roca, Mitre, Pellegrini, Wilde. El nivel 2 lo componen personas que existieron y que estuvieron en La Plata, pero las involucro en el juego, las hago ingresar a la ficción. Por ejemplo, Edmundo De Amicis, el autor de Corazón, realmente vino a La Plata, fue padrino de la Unione e Fratellanza y se hospedó en el Hotel del Comercio. Eso ocurrió. Luego juego con la ficción. No sé si fue a un prostíbulo, pero yo lo metí allí. Otros casos son el de Gianni Dorma y Gianluca Bellagamba, que están documentados en los diarios de la época, sin embargo, les invento una vida. Y un tercer nivel qué sí son creaciones totalmente mías: Íñigo Rocamora, Marco Malatesta, Nano, “il Macellaio” Fiscella.

-¿Cuánto tiene de vos Íñigo Rocamora, el protagonista?

-Mucho. Pero no tan sólo él. Cada uno de los personajes tienen cosas, guiños y juegos míos. Íñigo es el nombre que yo le hubiera querido poner a Tomás, mi primogénito. Nano es un personaje totalmente de ficción pero que está basado en el íntimo amigo de mi segundo hijo, que pasó su adolescencia en casa. A un amigo de Tolosa, Juan Carlos Bruschini, le dije “¿querés sumarte a la aventura?”, y hoy es Giancarlo Bruschini, el jefe de los custodios de Íñigo. Y así con la mayoría de mis criaturas. Todo el tiempo juego con esos préstamos de la realidad.

-¿Hubo algún instante en que sentiste que el protagonista tenía vida propia?

Llega un momento en que necesito que el protagonista huya y digo “Íñigo te toca tirarte al agua, al arroyo Regimiento”. Yo sentía que Íñigo me miraba como diciendo “si sabés que detesto el agua, no me podés tirar al agua… Perdí a mi madre con la inundación del Adige, en Verona; cuando voy al río de La Plata sólo me mojo hasta las rodillas y querés que me tire de cabeza, de noche, en un arroyo, ¡vos estás loco!”

-Mientras la novela avanza aparece el trasfondo de la masonería.

-La masonería fue clave en ese período histórico tanto en la puja por la separación de la Iglesia y el Estado, como por el control del registro civil o por el impulso de la educación pública, con la ley 1420. Fue clave para el diseño y construcción de La Plata y en el armado de la estructura de poder de Dardo Rocha. Al menos 29 de los 36 profesionales del Departamento de Ingenieros eran masones. En el primer período había dos grupos: los de élite, al que pertenecían Benoit, Rocha y compañía. Pero también existía la masonería operativa, no contemplativa, la de los jornaleros, italianos y franceses, que venían a “hacer la América” y que a su vez también integraban otros grupos masones.

-Existe un romance accidentado entre Íñigo y una señorita de la alta sociedad.

-Es otro de mis juegos. Él, personaje de ficción y ella, una mujer real. Se cruzan el día de la fundación del Teatro Princesa y fue un flechazo mutuo. Se trata de Guillermina de Oliveira Cézar, cuyo matrimonio en la vida real, a los 15 años, con el viudo cuarentón Wilde fue arreglado por su padre. Con el tiempo fue amante de Roca, quien en su segunda presidencia, para sofocar el escándalo, envía a Wilde a Europa como embajador plenipotenciario. Pero es ella la que se transforma en una gran diplomática, tanto que, unos años después, resulta clave para que la Infanta Isabel concurra a los fastos del primer centenario en Buenos Aires.

-El filón histórico de la novela tiene que ver con el grave problema que la inmigración masiva le genera al orden conservador y con el rediseño político que este se vio obligado a hacer.

-Estamos hablando de un momento en que la Argentina cuenta con un millón doscientos mil habitantes. Se estaba pacificando, quería desarrollarse, pero la población era escasa. Por eso se pensó en la inmigración como política de Estado. Aunque nuestros padres fundadores soñaron con inmigrantes “ilustrados”, la gran mayoría vino con una mano atrás y otra adelante, a “hacerse la América”. En ese contexto el régimen oligárquico-conservador los recibe con sus reglas: vení, trabajá, vas a tener tu pedacito de tierra, pero no te quejes, da gracias que tenés para vivir y para comer, aunque no tengas derechos laborales, ni políticos, ni sociales. Entonces empiezan los planteos con la primera generación, los que nacieron acá, que son argentinos, que estudiaron en la Argentina: “¿no podemos votar?, ¿quién lo decide?” Además, está la cuestión cuantitativa, son más que la élite, llega un momento en que el modelo va a crujir. Es una olla a presión. O establecés las reformas o te las van a imponer. Eso es lo que pasó en 1890, con la Revolución del Parque; en 1893, y en 1905. Es un sistema que va crujiendo.

-Cuando el narrador omnisciente toma el punto de vista de Íñigo se entrevé cierta simpatía hacia el radicalismo, o por lo menos con los inmigrantes que sufrían la opresión de la élite.

-Más que simpatías por el radicalismo, tengo simpatía por ciertos radicales… Y te digo uno, por mi abuelo Isidoro Alconada Aramburú (hermano de Carlos, el ministro de educación de Alfonsín). Esa generación militaba en el radicalismo con sólo 14 o 15 años. A mi abuelo lo metieron en cana a los 14 años en una cárcel de mayores cuando salió a protestar contra el golpe de 1930. Quise escribir sobre algunos radicales, pero sobre todo como homenaje a los inmigrantes. A esos inmigrantes que pudieron ser tus abuelos o los míos que vinieron a hacer la América con lo puesto y que afrontaron vivencias que son emocionantes, terribles, durísimas.

-A lo largo del libro encontramos corrupción, malversación de fondos públicos, créditos impagos, rapiña al Estado, negociados, espías cruzados, lealtades volátiles, traiciones, conspiraciones cruzadas, complots, intentos de asesinatos, ambiciones desmedidas, elecciones fraudulentas. Parece una invariante argentina. Así en el 1880 como en el 2023, se podría decir.

-Te faltó la “compra de periodistas”. El libro también fue un ejercicio de descubrimiento y aprendizaje sobre algunas de las dinámicas recurrentes de nuestro país: la confusión entre lo público y lo privado; entre el erario público y los bolsillos propios; la dinámica de la agresividad, de la intolerancia; la sangre que ha corrido en la Argentina, primero entre criollos y españoles, después entre unitarios y federales, entre autonomistas porteños y nacionales, entre oligárquicos y radicales, entre peronistas y antiperonistas, luego fue los 70 entre peronistas de izquierda y de derecha y al final la dictadura. Hay algo vinculado a la violencia política y a la sangre que es inmanente a nosotros.

-Ya que es notorio el flagrante solapamiento entre la política de aquellos años y la actual, ¿cómo ves la situación de los partidos políticos tradicionales subsumidos en coaliciones?

-Creo que es parte del proceso que comenzó tras la crisis de 2001, cuando implosionó el sistema de partidos que teníamos. El kirchnerismo, el PRO y candidatos como Milei son frutos de aquel colapso político, económico y social.

-¿Cómo se explica el fenómeno inesperado de la irrupción política de Milei?

-Milei encarna, para un sector de la sociedad argentina, una aparente respuesta al rechazo que generan las dos opciones políticas centrales de los últimos 20 años. Un tercio o más de quienes votan este año han crecido o incluso nacido con el kirchnerismo y Cambiemos al frente del país, que sólo siguieron arrastrando los problemas, sin solucionarlos. Para muchos votantes, Milei es su forma de gritar “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

-¿La crisis actual tiene semejanzas con la de 2001?

-La situación actual tiene algunas semejanzas con aquello que vivimos en 2001 —en particular, el hartazgo social con sus representantes y una pésima gestión presidencial, entre otras—, pero también registra notables diferencias —no hay corrida bancaria, sí hay inflación, entre muchas otras—.

-La Argentina después de sucesivos fracasos con experiencias disímiles a través de los años, decididamente ¿es inviable?

-Y no, de ningún modo creo que este país sea inviable. Todo lo contrario. La pregunta es si estamos todos dispuestos a afrontar las reformas y el compromiso mutuo que sabemos que debemos encarar pero que postergamos desde hace décadas.

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PERFIL

Hugo Alconada Mon nació en La Plata, en 1974. Es abogado, magíster por la Universidad de Navarra, visiting scholar en la Universidad de Missouri; becario de la Universidad de Stanford, de la Eisenhower Fellowships y de la ONU. Prosecretario de Redacción del diario La Nación, fue corresponsal en Estados Unidos entre 2005 y 2009. Sus notas se publicaron en medios de España, Alemania, México, Estados Unidos, Brasil, Colombia, Perú, Uruguay, Puerto Rico, Venezuela y Chile, entre otros países. En la actualidad es columnista de The Washington Post en español, es maestro de la Fundación Gabo y miembro de la Academia Nacional de Periodismo. Participó en los Wikileaks, los Panama Papers y los Uber Files, entre otras investigaciones globales. Es autor de siete libros

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