Entroquelados La Gaceta / foto de Analía Jaramillo

¿Estafados? ¿Engañados? ¿Embrujados? ¿Apabullados? Más bien distorsionados. Subvertidos. En tránsito entre un mundo que ya no es y otro nuevo que no termina de ser. El pueblo no es víctima, es victimario. Un concepto que no se termina de comprender, porque se niega y se rechaza. Y se desconoce.

La democracia está madura, repiten. Lo que en verdad ha estado madurando es un negocio, del que forma parte una indudable mayoría. Lo confirman los escrutinios de los últimos 40 años de democracia.

Un trabajo rentado sin la demodé vocación cívica, sin ideologías, sin compromisos sociales.

Innecesarias convicciones en un jugo donde todo sabe a multifruta. Izquierda, centro y derecha cohabitan de idéntico modo en las grandes coaliciones. Definiciones políticas que desde hace décadas vienen deshojándose en un prolongado otoño. Como una China comunista que se devora países con su capitalismo caníbal. O como el populismo republicano de la anquilosada derecha norteamericana.

Consecuencias del metamodernismo, que fusiona la modernidad con la postmodernidad y pragmatiza el mundo de la deconstrucción, la ironía, el relativismo, el nihilismo y el rechazo a las grandes narrativas. Encumbrados relatos políticos que los mayores enfrentan con bronca, escepticismo o tristeza -abstenciones o ausentismos electorales- y los más jóvenes prefieren caricaturizarlos. Transformarlos en un ridículo meme.

El sistema de acoples es una bolsa de comercio donde sólo timbean los apostadores más fuertes. Los que tienen chances de gobernar. Donde las pymes electorales cotizan sus acciones con las mismas premisas que el planeta financiero: expectativas, posibilidades de inversión, capital humano, bienes y servicios…

Bajo el manto de una ética engañosa, los partidos sin probabilidades de acceder al gobierno se cobijan en la lista única. Con argumentos falaces rechazan los acoples que en realidad no pueden financiar, como sí lo pueden hacer los grandes frentes, con dineros fiscales y con condicionantes aportes empresarios.

Los partidos chicos en realidad juegan como acoples grandes y así se aseguran una o más bancas legislativas o deliberantes, gracias al sistema D’Hondt que tanto dominan los candidatos ungidos por las plantillas Excel.

Es el caso de Fuerza Republicana, el Frente Amplio o el Frente de Izquierda. Sus únicos objetivos parecen ser obtener alguna representación parlamentaria para poder seguir girando en la calesita de esta mercantilizada democracia. Sino no se explica.

Voto peronista endémico

A muchos les cuesta aceptar que con cualquier sistema electoral el peronismo igual ganaría en Tucumán. El peronismo sólo conoció derrotas cuando estuvo dividido, como ocurrió en 1987 cuando triunfó el radical Rubén Chebaia (aunque luego el PJ recuperó la victoria en el Colegio Electoral, tras una alianza entre José Domato y Renzo Cirnigliaro), y en 1995, cuando la fractura peronista favoreció a Antonio Domingo Bussi.

O como vimos en las elecciones de medio término de 2021, cuando por la sangrienta interna entre Juan Manzur y Osvaldo Jaldo, Juntos por el Cambio estuvo a sólo dos puntos de festejar.

Una peronista experta en elecciones, importante funcionaria, estima que el clientelismo (dinero, bolsones, acarreos y coacciones de todo tipo) en la capital suma cuanto mucho un 5% de votos. Y en distritos menos populosos y más dependientes del empleo público, como comunas o municipios chicos, puede llegar a representar entre un 10 y un 15 por ciento extra a la voluntad popular.

Quiere decir que con los 22 puntos de diferencia que obtuvo Osvaldo Jaldo el 11 de junio, de todos modos hubiera triunfado, ya sea con lista unificada, voto electrónico, boleta única de papel o sin clientelismo.

En la provincia hay un piso de voto peronista endémico, que responde a múltiples razones. La construcción de un aparato partidario que lleva casi 80 años de consolidación, iniciada con la gobernación del laborista Carlos Domínguez, en 1946, y continuada por los peronistas Fernando Riera (1950) y Luis Cruz (1952).

Aparato que se fue afianzando con más profundidad en municipios y comunas, donde la dependencia estatal es abrumadora y donde el nepotismo convirtió a muchos distritos en verdaderas monarquías sin corona.

Sólo a nivel municipal, el domingo pasado ganaron tres esposas, dos hermanos y tres hijos del actual intendente o intendenta. Casi la mitad de las intendencias serán heredadas. Y en la capital, Juntos por el Cambio detentaba las mismas pretensiones.

En el plano legislativo o de concejos deliberantes la endogamia política es casi prostibularia. Nada que no sea legal, pero existe aquí un evidente vacío constitucional que permite que un cargo esté por décadas en poder de una misma familia. Casi una inconstitucional reelección indefinida.

La verdad oculta en las urnas

Emerge entonces un interrogante evidente: ¿Por qué recurren los distintos oficialismos a estas prácticas electorales espurias, fraudulentas e ilegítimas? ¿Sobre todo el peronismo, que unido tiene el triunfo provincial casi asegurado? Porque en paralelo a la carrera política, se ha montado en torno de las elecciones un negocio fenomenal, donde ganar no es el único objetivo, sino también enriquecerse. Y en algunos casos puntuales, ganar las elecciones ni siquiera figura en los planes originales, como se demuestra en decenas de acoples que, comicio tras comicio, se presentan pese a no contar con la más mínima chance de triunfo.

Sólo así se explica que un candidato a concejal, por ejemplo, gaste sólo el día domingo de las elecciones el equivalente a los cuatro años de sueldo que percibirá en caso de resultar electo.

Esto sin contar los millones previos invertidos en publicidad, impresión de votos y logística, entre otras erogaciones.

Por eso decimos que el pueblo, en palmaria mayoría, no es víctima sino victimario. Decenas de miles de personas que hacen una diferencia monetaria el día de las elecciones y durante los meses previos.

Sostuvimos el 15/04, en esta misma columna, que el fraude electoral ya estaba consumado, no porque el fraude se cristalice en el escrutinio, ni mucho menos, sino porque las elecciones en sí mismas son un fraude. Se trata de un negocio descomunal que mueve miles de millones de pesos so pretexto de ir a las urnas.

Despilfarro electoral

El sistema de acoples presenta numerosos vicios y complicaciones. Pero no es su principal perjuicio. El daño más importante que genera es que posibilita una millonaria estafa a las arcas del Estado y al empobrecido bolsillo de la gente.

En el contexto de la gravísima crisis económica que atraviesa el país, y con un Tucumán detonado en la mayoría de sus índices más sensibles, resulta obsceno sostener un sistema tan costoso, enmarañado, poco transparente, y que le sirve la mesa a la mercantilización de la democracia como pocas veces se ha visto en el mundo. Puede parecer hasta pueril en este grave marco de despilfarro y de delitos electorales, pero los acoples son hasta antiecológicos a causa de las casi 500 toneladas de papel que deben imprimirse.

Otra falacia que se repite es que para eliminar los acoples debe reformarse la Constitución. Esto no es verdad, ya que existen numerosas herramientas legales para simplificar, transparentar y abaratar la forma en que se sufraga en esta provincia. De hecho, si fuera por la conmovedora obediencia constitucional que manifiestan el gobernador, el vice y otros funcionarios, los tucumanos deberían contar con voto electrónico, según ordena la Carta Magna.

Excepto los referentes de izquierda, todos los candidatos firmaron un acta de compromiso preelectoral ante la Pastoral Social de la Iglesia Católica, en donde acordaron una decena de pautas, entre ellas modificar el sistema electoral, garantizar la austeridad en la gestión del Estado y la ética, y mejorar la transparencia en la cosa pública.

De nuevo, cada vez que se cuestiona el turbio y fracasado sistema de acoples, en general en la oposición, aunque también empiezan a surgir voces críticas en el oficialismo, aparece el fantasma del fraude electoral. Rebatida esta posibilidad, la discusión se termina, y aquí persiste el principal error. Es el millonario negocio que subyace en cada elección lo que más profundamente está lastimando y deslegitimando a esta entroquelada democracia tucumana.

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