Los huérfanos de la representatividad

Entre tantas anuncios y desmentidas, tantas consagraciones y despechos, tantos sesiones de fotos anticipadas en vano y tantas decisiones al filo de los vencimientos, tantas “primeras de cambio” y tanto “último vagón”, Tucumán arroja certezas electorales.

En el orden nacional hay fórmulas sólidas que se disuelven en el aire, precandidatos a Presidente de la Nación decididos que son descartados de un plumazo, vicepresidentas todopoderosas que terminan como convidadas de piedra a la hora de las definiciones en el oficialismo, gobernadores del NOA que prometieron lealtades y pagaron con puñaladas. Aún en este contexto de “montaña rusa” política, donde las “acciones” suben a la mañana y se desploman por la tarde, la más pequeña de las provincias argentinas mantiene una verdad inalterable. El régimen electoral de esta provincia, no importa las circunstancias en que intente ser contextualizado, es impresentable.

Esa es la “constante tucumana”: así como en toda sociedad de la modernidad las coyunturas políticas van y vienen, mientras que las instituciones permanecen; aquí las elecciones pasan y las vergüenzas quedan.

Las cenizas

La Argentina dio comienzo ayer a un nuevo proceso electoral para elegir binomio presidencial, para renovar la mitad de la Cámara de Diputados y para cambiar un tercio del Senado. Mientras tanto, en Tucumán recién van por la mitad del escrutinio definitivo de los comicios celebrados hace (increíblemente) dos semanas. Y lo de “medio escrutinio” es una exageración: el miércoles a la tarde comenzó el recuento de votos correspondientes al oeste (la Sección III). Ese día, a la siesta, concluyó el proceso correspondiente a la Capital (la Sección I), pero se judicializó.

La Junta Electoral Provincial dio por válida la última mesa, cuyo resultado consagra legislador a Hugo Ledesma, de Activar (dentro del Frente de Todos). Sin embargo, Enrique Pedicone, de Compromiso con el Pueblo (dentro de Juntos por el Cambio) acudió a la Cámara en lo Contencioso Administrativo porque exhibe que las cifras del acta de escrutinio de la mesa fueron tachadas y reescritas con rojo, de lo que surgió (según afirma) la ventaja que consagró a su competidor. En la Justicia provincial pide la nulidad de la mesa. En la Justicia Federal interpuso una denuncia penal.

Una vez que concluya la faena del oeste (se ha escrutado hasta el momento el 47,8% de las urnas), aún restará contar la Sección II: el este tucumano. Es harto probable que los tucumanos, entonces, deban esperar a julio para saber qué votaron a comienzos de junio. Este desfase es ya suficiente evidencia del disparate al que el régimen electoral vigente condena a esta provincia y sus ciudadanos. Sin embargo, la demora ni siquiera es el peor de los indicadores sobre el sistema de votación que el poder político mantiene vigente.

Tampoco, por cierto, lo es el sistema de compra y venta de votos que, con excepción de los miembros del Poder Judicial, vieron todos los tucumanos en toda la provincia. Vender el voto y recibir dinero contra entrega del troquel (el que se entrega al elector que ya sufragó) se ha naturalizado de manera alarmante en este territorio, gracias a la impunidad de los mercaderes de la voluntad popular. Pero eso no puede achacarse a los “acoples”: no hay ni habrá régimen electoral a prueba de fiscales y jueces que, frente a un festival de delitos electorales, miran a otro lado.

Lo que sí cabe achacar a los “acoples” es una cuestión tanto o más dañina, escandalosa, imperdonable. La proliferación desenfrenada de colectoras (sólo el Frente de Todos debió reimprimir 1.150 listas distintas cuando cambió la fórmula de gobernador y vice, tras la cautelar de la Corte Suprema nacional que suspendió los comicios del 14 de mayo) ha devastado la representatividad en la provincia. Hasta el punto de que aquello de “representativo”, en Tucumán, ha dejado de ser en los hechos una de las formas de gobierno que adopta el Estado. Ahora es la pálida sombra de un sistema del que sólo habrá cenizas mientras perdure el mecanismo vigente.

El tercio de la nada

Los números del escrutinio definitivo de San Miguel de Tucumán, validado por la Junta Electoral Provincial, dejan a la vista muestras palmarias de que la representatividad es tierra arrasada en Tucumán como consecuencia del régimen de “acoples”.

De acuerdo con el acta final del órgano de control comicial, emitida el pasado 21 a las 14.02, son 350.695 los ciudadanos con domicilio capitalino que sufragaron hace tres domingos. De ese total, 240.282 votaron por una agrupación política (todo “acople” es un partido) que consagró un legislador (había 19 bancas en juego). Es el 68,5% de quienes fueron a votar.

La contracara: 110.413 capitalinos dieron su voto por fuerzas políticas que no consiguieron consagrar ni un representante parlamentario. Es decir, el 32,5% de los votantes de la Sección I acudió a sufragar y, sin embargo, no tiene quién lo represente en la Legislatura. O lo que es igual: uno de cada tres electores de San Miguel de Tucumán no tiene políticamente a nadie que represente sus intereses en el Poder Legislativo de la Provincia.

Léase: está vigente un régimen electoral que deja huérfanos, en términos de representación legislativa, a un tercio de los votantes de la capital de la provincia.

Una mayoría de nadie

La razón mecánica de este verdadero sinsentido es que, según detalla el documento de escrutinio definitivo de la Junta Electoral Provincial, en esta circunscripción fueron habilitados 40 partidos políticos. De ese total, solamente 17 consagraron legisladores. “Valores para Tucumán”, liderado por la ex senadora Silvia Elías de Pérez (la agrupación más votada) y Fuerza Republicana, conducida por Ricardo Bussi, lograron dos bancas cada uno. Las 15 fuerzas restantes sólo lograron un escaño. Por ende, 23 fuerzas políticas compitieron en vano.

Léase, está vigente un régimen electoral donde son más los partidos que quedan sin representación parlamentaria que aquellos que sí la obtienen.

0,7% para todos

Si se divide el número de votantes que sufragaron por una fuerza política que consagró al menos un legislador (240.282 electores) en la cantidad de bancas legislativas que corresponden a la capital (son 19), el cociente arroja un promedio: 12.646 votos por legislador.

Léase, está vigente un régimen electoral por el cual hay personas que, con 12.000 sufragios, representan a 600.000 capitalinos. Y que promoverán leyes, rechazarán leyes o modificarán leyes que regularán la convivencia de 1,7 millón de habitantes en toda la provincia. Aunque, en rigor, el tamaño de su representatividad es igual al 0,7% de la población tucumana. O, si se prefiere, igual al 0,9% del padrón de 1,3 millón de electores provinciales.

El “voto en negro”

Como se dijo, 12.646 votos por legislador es un promedio. Tucumán para la Victoria y Nuevo Espacio Popular sentaron un legislador cada uno y lograron poco más de 16.000 votos cada cual. De igual manera, hay siete legisladores que lograron una banca con sólo 11.000 votos. Y los últimos dos lograron sus respectivos escaños con sólo 10.000 sufragios.

Este último dato sirve para redimensionar un segundo aspecto del 32,5% del electorado que no tiene políticamente a nadie en la Legislatura: los 110.413 electores capitalinos que votaron partidos que no consiguieron un escaño alcanzan para consagrar 11 legisladores de 10.000 votos cada uno.

Léase, está vigente un régimen electoral que llenó 19 bancas legislativas por la capital, a la vez que, tácitamente, generó 11 bancas vacías con los votos que fueron a parar a ninguna parte. O, si se prefiere, Tucumán podría patentar el “voto en negro”: es un voto “positivo” por cuanto no es nulo, pero no se proyecta ni se suma a ningún espacio.

La licuación

Finalmente, el voto en blanco para la categoría de legisladores en San Miguel de Tucumán sumó 19.474 votos. El voto en blanco es un voto “positivo” y se interpreta como la manifestación del elector de que ninguna oferta electoral satisfacía sus expectativas. Ese voto se encuentra muy por arriba del promedio de 12.646 sufragios por legislador consagrado.

Léase: el desencanto popular es, por lejos, la expresión más representativa de San Miguel de Tucumán.

La licuación de la representatividad, entonces, se encuentra consumada.

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