Qué cambiar para que no se repitan las tensiones que empañaron el clásico entre Lawn Tennis y Los Tarcos

Por el bien del deporte, es importante distinguir cuando el “folklore” cruza el límite y se convierte en una peligrosa falta de respeto.

Qué cambiar para que no se repitan las tensiones que empañaron el clásico entre Lawn Tennis y Los Tarcos

Paremos la pelota un momento y pensemos. ¿Cuál es el rugby que queremos? ¿Uno en el que se pueda disfrutar del juego y del ambiente familiar de los partidos, o uno donde la preponderancia de los resultados profundice las diferencias entre los clubes y desdibuje el espíritu original de una disciplina que históricamente se enorgulleció de ser, a la par de un deporte, una escuela de valores y una fuente de amistades?

La pregunta, retórica por supuesto, viene a colación por lo sucedido el sábado en el partido de Primera entre Los Tarcos y Lawn Tennis. Desde ya cabe aclarar que esto es sólo un ejemplo que sirve como punto de partida para reflexionar sobre una problemática general, que no viene de ahora y que involucra a todos los clubes de Tucumán y si se quiere del país.

Se sabe que, en el catálogo de clásicos del rugby tucumano, el de Lawn Tennis y Los Tarcos es sin dudas uno de los mas “picantes”. Por lo general, son duelos de mucha tensión, dentro y fuera del campo de juego, máxime cuando hay puntos importantes en juego. Y si bien ese día el ánimo ya había comenzado a calderse por una discusión acerca de las pelotas con las que se tiraban los lines, nada justifica ciertos comportamientos que se vieron ese día, y que contradicen totalmente los valores que tantas veces se enarbolan como distintivos del rugby. El más grave de ellos -pero no el único- quedó registrado en video: cánticos con contenido xenófobo, discriminatorio y insultante por parte de un grupo de hinchas hacia la parcialidad del club rival, que tras el final del partido contestó con otros también reprobables. A ver, no vamos a ser ingenuos y pretender que no haya “gastadas”, porque eso pasa hasta en el truco y forma parte de la dinámica de ganar y perder ínsita a cualquier juego, pero hay límites que no se deben cruzar. Lo que pasó el sábado (y que ya ha pasado antes en otras canchas) no es una humorada ni es folklore; es lisa y llanamente un horror que no se debe repetir.

Insistimos en que esto no va en contra de Lawn Tennis, de Los Tarcos ni de ningún club en particular. Debe ser un llamado de atención para todos. Son los propios clubes los que deben tomar cartas en el asunto y hacer hincapié en que este tipo de actos no tienen (o no deberían tener) lugar en el rugby. Minimizarlas o apañarlas es elegir un camino peligroso: el de naturalizar conductas que cada vez será más difícil contener hasta que las canchas de rugby se futbolicen irreversiblemente. Las canchas están llenas de niños y jóvenes en formación, que aprenden mucho más del ejemplo que de las palabras. ¿Cuál es el que queremos darles?

Sí, estas palabras son antipáticas e incómodas, y habrá quien prefiera mirar al costado o alzar la voz para no leerlas ni escucharlas. Pero es necesario recordar que uno de los valores más importantes que transmite el rugby es el respeto. Por el compañero, por el entrenador, por el árbitro y, en especial por el rival. Para eso existe el tercer tiempo: para enfatizar que “el otro” es un rival, no un enemigo; que se juega con él y no contra él, y que las fricciones del juego quedan adentro de la cancha.

La identidad de un club se construye y se defiende desde adentro, y no por oposición al resto. Para apoyarlo basta con alentarlo; denostar a los otros (sobre todo con insultos o cánticos agraviantes) no suma nada.

Más allá de la “profesionalización” que ha cobrado la preparación de los jugadores con respecto a otras épocas, el rugby sigue siendo un deporte esencialmente amateur, familiar, que promueve la vida de club y la formación de amistades, dentro y fuera de la institución. Ese es el tesoro que los clubes deben cuidar.

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