"Son franceses, pero no se sienten como tales", comentó una tucumana que vive en Lyon

Sara Carrizo contó cómo fueron los incidentes. Cómo conseguir la paz social en un Estado de extrema desigualdad.

DESDE LA VENTANA. Imágenes fueron tomadas la noche del 30 de junio, cuando ya había toque de queda.  DESDE LA VENTANA. Imágenes fueron tomadas la noche del 30 de junio, cuando ya había toque de queda.

“Empezó el 27 de junio, cuando en un control un policía mató a Nahel, de17 años, que conducía un Mercedes clase A, en compañía de dos chicos, uno de 14 y otro de 17 años. Quiso escapar al control y le disparó a quemarropa. A partir de ese momento empezaron las manifestaciones, que duraron cinco días”. El relato de Sara Carrizo, tucumana, docente jubilada y residente en Francia hace ya casi cinco décadas, refleja la preocupación por el destino de este estallido, que carece de organización, de reclamos y hasta -parece- de esperanzas.

La madre de Nahel llamó a una marcha blanca dos días después del asesinato. “Hubo 4.000 personas detenidas, 700 fueron llevadas ante la Justicia y 350 fueron condenadas. Los transportes dejaron de funcionar en las grandes ciudades”, cuenta Sara.

En esa convocatoria, los manifestantes eran militantes o personas sensibilizadas con la muerte del adolescente. Al mismo tiempo, en zonas suburbanas se desarrollaba otro fenómeno, visceral, carente de organización, puro estallido de furia, que se hizo visible en “el centro” de las ciudades, como el barrio de la Croix Rousse, donde viven Sara y su esposo, Roberto Giambastiani.

Desde que se supo de la muerte de Nahel, hubo incendios y destrozos en los barrios alejados. El jueves 29, esto se trasladó al centro de Lyon y a otros barrios.

La Croix Rousse amaneció el 1 de julio como un campo de batalla, con vehículos quemados y restos de fogatas en las calles. Es un barrio bohemio, de artistas e intelectuales, conocido porque allí se crearon las primeras cooperativas de tejedores de la seda y porque concentró la resistencia francesa a la ocupación nazi. Está cruzado de pasadizos y callejones que serpentean entre las casas del siglo XVII y XVIII, lo que permite escapar de la policía cuando es necesario.

“Lo que más llamaba la atención era la edad de los participantes de los enfrentamientos con la policía. Había adolescentes de entre 12 y 17 años”, relató la docente, que filmó algunos de los incidentes desde la ventana de su casa, la noche del viernes 30 de junio. “Tiraban con morteros de fuegos artificiales, destruyeron comercios e incendiado comisarías y alcaldías, negocios de venta de tabaco (en los que robaron los cigarrillos). Hubo incendios de guarderías, escuelas, de supermercaditos de barrio (en los que robaron comida) y de negocios de ropa y zapatillas caras en el centro, negocios de venta de computadoras y teléfonos, autos incendiados”, describió Carrizo.

Las razones para semejante furia, no acompañada por una lista de reclamos o de pedidos al gobierno, tiene una explicación.

“Tienen rabia y los motivos de las broncas desencadenadas en los años 1983, 1991, 1995, 1997, 2005, no están siendo analizadas por el gobierno y una parte de la población para actuar. Peor aun, la realidad de estos relegados está siendo negada, borrada, por los responsables políticos -reclama-. Están negando las violencias de la policía y los controles por ‘portación de rostro’, el racismo sistémico de la policía”.

Muchos de quienes causaron los destrozos viven en las banlieues, suburbios donde se construyeron “viviendas sociales” y a donde fueron a vivir muchas familias inmigrantes hace por lo menos cuatro décadas.

Estas comunidades reforzaron entre sí sus lazos culturales y de lenguaje y muchos -incluso los que son de tercera o cuarta generación de nacidos en Francia- tienen documento de identidad francés, pero no se sienten franceses. A diferencia de lo que sucede en Argentina con los hijos de inmigrantes -explica- los franceses casi siempre les preguntan de qué origen son, aunque hayan nacido en Francia: “Son franceses, pero estigmatizados siempre por el físico o el color”.

“La pobreza es creciente en esos barrios. Las madres de esos chicos, que (cuando acceden a un trabajo) son cajeras o empleadas de limpieza, trabajan muchas horas, a veces los domingos o en turnos de noche, están siendo incriminadas, acusadas de no vigilar a sus hijos. El porcentaje de desempleo en los barrios de las periferias es tres veces mayor al promedio nacional. También la escuela pública es impotente, y muchos de esos chicos ya no están escolarizados”, analiza la docente universitaria, que tuvo como alumnos a algunos chicos de las banlieues.

La segregación no es sólo racial o cultural: “Son barrios que son casi guettos, enclaves geográficos que sufren de segregación espacial. El transporte urbano funciona mal y no existe la mezcla cultural. Estos adolescentes, como dijo un sociólogo, ‘atacan los símbolos, el Estado que los reprime y el consumo que los frustra’. Se pide a la policía una misión imposible, la de mantener la paz social en un estado de injusticia social”.

El escenario se volvió aún más violento con la presencia de bandas violentas de extrema derecha. “En varias ciudades han salido a la calle, enmascarados o con pasamontañas, armados con barras de hierro y bates de beisbol, gritando frases racistas como “el país es nuestro’ o “Francia para los franceses”

“En Lyon, los ‘fachos’ están activos desde hace cierto tiempo, hacen desfiles, tienen un local de su grupo identitario, vienen de vez en cuando a atacar y romper las vidrieras de una librería anarquista que queda en la Croix Rousse, se meten en las manifestaciones a pelear. Es preocupante”, reflexiona Sara, ella misma una militante social en los años 70, en Argentina.

Los incidentes parecieran haberse calmado pero la tensión perdura.

Para mañana, 8 de julio, y para el 15 de julio, los sindicatos, asociaciones, colectivos y organizaciones políticas están llamando a una “Marcha de Solidaridades”, en las que se manifestarán contra el racismo y las violencias policiales, exigir justicia por Nahel y para las otras víctimas de gatillo fácil. También para expresar solidaridad con la juventud rebelde de los barrios populares, rechazando la ecuación “inmigrantes = delincuentes”.

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