¿Quién gobierna en Tucumán?

Hace ya cuatro meses que la sensación de orfandad en la gestión abruma.

 LA GACETA / FOTO DE DIEGO ÁRAOZ LA GACETA / FOTO DE DIEGO ÁRAOZ

El interrogante que plantea el título no es antojadizo, sino que responde a la inquietud que invade tanto a referentes del oficialismo como de la oposición desde el regreso de Juan Manzur a la provincia, en febrero. Es decir, hace ya cuatro meses que la sensación de orfandad en la gestión abruma.

Es innegable que el gobernador volvió tras más 500 días como jefe de Gabinete para hacerse cargo de la campaña del oficialismo. Lo que no quedó claro a la vuelta de otras 141 noches desde su retorno es si también volvió para ponerse al frente de la gestión. O si dejó olvidado el traje de jefe del Poder Ejecutivo dentro de las valijas.

Manzur no descuidó su rol político al frente del peronismo tucumano en este tiempo. Puntilloso y desconfiado, armó y desarmó listas y acoples legislativos, se sumó como candidato a vicegobernador, definió el mega adelantamiento de la convocatoria electoral y apostó todo a la continuidad de su proyecto político. Después, la Corte Suprema de Justicia de la Nación volteó sus intenciones de perpetuidad. Es evidente que para intentar un nuevo mandato al frente del Poder Ejecutivo dentro de cuatro años, le hubiera resultado mucho más fácil hacerlo desde el sillón de presidente de la Legislatura que desde una banca en el Senado; hoy, el único reaseguro del que dispondrá a partir del 29 de octubre. Y como si fuera poco ese mazazo, tampoco logró colarse en una fórmula presidencial nacional. La “unidad” de Unión por la Patria truncó esa aventura y Manzur, en el mejor de los casos, puede aspirar a algún ministerio en el supuesto de que Sergio Massa se convierta en presidente a partir del 10 de diciembre. Poca recompensa para semejante obsesión.

Es lógico que la envergadura de los anhelos que tuvo Manzur en este primer semestre del año haya resentido la marcha de la gestión. Lo admiten ministros, quienes de manera informal reconocen que les resulta difícil abordar temas del día a día del Gobierno; y obviamente se derrama hacia abajo: en Casa de Gobierno, cada cual atiende lo suyo, a su tiempo y a su manera. El ejemplo más reciente es el del anunciado paro del transporte de este viernes. Nadie, absolutamente nadie del Ejecutivo pudo reaccionar para evitar que la medida de fuerza se concretara, a pesar de que se sabía desde el martes que ocurriría.

Más allá del aspecto estructural del problema que acarrea el transporte público en la Argentina, pero particularmente en el interior, en este nuevo paro es evidente la falta de reflejos del Gobierno tucumano. En muchas provincias, la medida de fuerza se desactivó el jueves, tras la intervención de las autoridades locales. ¿Por qué aquí no?

Hasta el mes pasado, la Provincia acreditó las compensaciones ($ 580 millones, además de una cifra similar girada por la Nación) a las empresas entre el 1 y el 6 de cada mes (hasta el cuarto día hábil). En julio, sin embargo, ya transcurrió ese plazo y aún no se hizo efectivo el desembolso: la promesa es que se podrían girar los fondos entre el miércoles 12 y el viernes 14). Pero, además, se suma un nuevo elemento al conflicto. Luego de las paritarias de junio con UTA, el Estado nacional aceptó enviar más subsidios a las provincias, y los gobernadores –a su vez- debían hacer lo propio para cumplir con los incrementos salariales de los trabajadores. Así, funcionarios de segunda línea se comprometieron ante los empresarios a incrementar esa compensación desde este mes. Los concesionarios de las líneas de ómnibus pidieron que en lugar de $ 580 millones la asistencia tucumana fuera de $ 1.200 millones mensuales, aunque finalmente se acordó un monto de $ 1.000 millones. El asunto es que ese decreto por los restantes $ 420 millones ayer ni siquiera estaba firmado.

Aquí entonces aparecen dudas: además de una cuestión de desatención a la gestión, hay un incipiente problema de “caja”. El ajuste de los recursos nacionales comenzó a sentirse en las provincias y Tucumán, que fue uno de los distritos más beneficiados hasta los comicios del 11 de junio, hoy parece afrontar otra realidad. Hasta la elección provincial, las transferencias no automáticas para Tucumán (aquellas que no contemplan las leyes, sino las decisiones discrecionales de la Casa Rosada) sumaron $ 18.348 millones en el programa “Complementos a las prestaciones previsionales”. El dato es que ese era el monto previsto para todo el año. De la misma manera, se le otorgaron a Manzur –con el guiño de su amigo Eduardo “Wado” de Pedro- otros $ 700 millones en Aportes del Tesoro Nacional (ATN).

Es de estimar que el recorte –que también afecta el flujo de dinero para decenas de proyectos de obras públicas- puede ser coyuntural, en particular porque el ministro de Economía, Sergio Massa, necesita que Manzur, Jaldo y el peronismo tucumano repitan los 600.000 votos de junio en las Primarias del 13 de agosto. Precisamente, la elección nacional cobra ahora un rol determinante en el equilibrio de la relación entre el gobernador saliente y el entrante.

Principalmente, porque una transición tan larga –de casi cinco meses entre la elección provincial y el traspaso de mando- vuelve incómoda la relación entre Manzur y Jaldo. Aunque no lo exhiba en público, al futuro gobernador no le conviene –ni agrada- que la provincia se mantenga en un estado de tensión ni con conflictos irresueltos. Porque aunque su gestión comience el 29 de octubre, a la gente le costará hacer la separación entre el ciclo que se iniciará de este que finaliza bajo el mando de Manzur. Es decir, le resultará complicado hablar de la herencia recibida una vez que se siente en el sillón de Lucas Córdoba. Para Manzur, en cambio, la despreocupación en el último tramo de sus dos mandatos le genera menos consecuencias. El problema, en definitiva, es de quien venga en su lugar.

Así las cosas, Manzur y Jaldo se mantienen en comunión por el compromiso con la elección nacional. El tranqueño está obligado a “jugar” porque siempre es mejor tener un gobierno nacional del mismo signo político que uno diferente; y porque no repetir los números de junio –en caso de que Massa sea presidente- puede traducirse en que las puertas de la Casa Rosada permanezcan cerradas cuando vaya a golpearlas. Y el ex jefe de Gabinete se entusiasma con la rosca nacional porque su cobijo para los próximos cuatro años –y las chances de resurgimiento político en Tucumán- van de la mano de un triunfo del líder del Frente Renovador.

Tan atado está el futuro institucional de Tucumán a la suerte del oficialismo en el país es que ni siquiera el gabinete que bosquejará Jaldo puede vislumbrarse. La primera decisión que debe tomar en ese sentido el gobernador electo es cortar de raíz el manzurismo o pactar una suerte de convivencia bajo su impronta, al menos por un tiempo. Pero, claro, para que sepa cuál camino escogerá también hay que aguardar por los resultados de los comicios nacionales. Es que todavía es muy pronto para pelearse y, sobre todo, demasiado riesgoso.

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