Se estrena Oppenheimer, "la vida del destructor de mundos"

Cillian Murphy protagoniza la biopic del creador de la bomba atómica dirigida por Christopher Nolan. Un elenco de lujo para una historia poco conocida de un personaje clave del mundo actual.

Se estrena Oppenheimer, la vida del destructor de mundos

La historia de la humanidad avanza a los saltos con sus creaciones e inventos. Pero hubo pocos momentos en que se contuvo la respiración, sin saber exactamente si el resultado esperado en base a los cálculos científicos era el que realmente iba a suceder. Cuando el sol comenzaba a aparecer el 16 de julio de 1945 (el domingo se cumplieron 78 años) en el desierto cercano a Álamo Gordo, Nuevo México, Estados Unidos detonó la primera bomba atómica. En ese momento se definía el alcance de la explosión: si quedaba circunscripta a un determinado espacio o si la devastación era global, con una expansión descontrolada por la fisión que afectase a los gases atmosféricos y arrasase con todos los seres vivos.

Poder escribir y leer esta nota implica que los expertos que trabajaron en el proyecto secreto Manhattan (nunca más precisa la definición, ya que no hubo filtración de su contenido durante la Segunda Guerra Mundial) acertaron en sus previsiones. Pero, al mismo tiempo, eran conscientes de que todo había cambiado para siempre y que su intervención tendría consecuencias a futuro. La Prueba Trinity no sólo marcó un antes y un después: dio inicio a la era nuclear, un nuevo paradigma había nacido.

Desde entonces se lanzaron dos bombas sobre la población civil de Japón, se realizaron más de 2.000 ensayos explosivos (500 de ellos en el espacio), se desarrolló la industria energética y médica atómica pacífica e incluso se evaluó su uso en proyectos de ingeniería para abrir rutas. Y desde la invasión rusa a Ucrania, se vuelve a hablar frecuentemente de una amenaza nuclear, con el reloj del Fin del Mundo (creado en 1947), actualmente fijado a 90 segundos de la medianoche del Apocalipsis.

A la cabeza del equipo del Proyecto Manhattan estaba J. Robert Oppenheimer, el físico teórico e ingeniero que enseñaba en la Universidad de California en Berkeley y al cual Christopher Nolan le dedica la película que se estrena hoy, en medio de una enorme expectativa de los cinéfilos que, antes de verla, ya la postulan para los Oscar del próximo año. Y si alguien merecía un filme, era este científico de origen judío (luego estudioso de la religión hindú) que el mismo día de la prueba exitosa dijo: “Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. No tenía poca razón: Hiroshima (de uranio enriquecido) y Nagasaki (de plutonio, como la primera que se probó en EEUU) quedaron en escombros y murieron casi 250.000 personas entre ambas ciudades. Las víctimas le pesaron y siempre expresó su dolor, aunque durante la contienda reivindicó el ataque e incluso se enfrentó a quienes se oponían a su uso en poblados. Trascendió que no hay una sola escena en la película que refleje el bombardeo; el eje de la historia apunta más a la parte no conocida que a lo público.

Oppenheimer: elenco coral

El guion de Nolan está basado en el libro “American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer”, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, interpretado por un sólido elenco encabezado por Cillian Murphy, acompañado por Emily Blunt, Robert Downey Jr., Matt Damon, Florence Pugh, Rami Malek, Benny Safdie, Josh Hartnett y Kenneth Branagh. Buena parte del elenco ya trabajó previamente con Nolan, al igual que el responsable de la fotografía Hoyte van Hoytema, la montadora Jennifer Lame y el compositor Ludwig Göransson, piezas clave en la construcción del relato fílmico.

Durante la filmación, Murphy no cenaba con el resto del elenco, dentro de su proceso de componer un personaje encerrado en sí mismo, arrogante, convencido y, al mismo tiempo, sabedor de lo que estaba haciendo. Su cuerpo fue perdiendo peso a propósito para terminar en un semi esqueleto sin carne y de piel hundida, con el cigarrillo siempre en la boca.

A su vez, Damon le había prometido a su esposa, Luciana Barroso, en una sesión de terapia de pareja, que no volvería a rodar por un par de años, salvo que lo llamase Nolan. Y finalmente ocurrió.

El estreno coincidirá en la taquilla con la llegada de “Barbie”, al punto que se bautizó el día como “Barbenheimer”. Pocas veces en la historia del cine se lanzan dos producciones tan esperadas, aunque la competencia sería mínima ya que están dirigidas a públicos distintos. Sin embargo, no deja de ser una anomalía de la industria, jaqueada por algunos resultados negativos no esperados en este año.

El director rodó íntegramente en IMAX para que las casi tres horas de su realización se vea en los cines, con un costo de U$S 100 millones (y eso que los integrantes del elenco cobraron mucho menos que lo habitual: según la revista Variety, sus sueldos fueron de U$S 4 millones para cada uno).

El director enlaza escenas en blanco y negro con otras en color, para darle enfoques distintos al relato: las primeras son planteadas desde una mirada objetiva de los hechos, con una referencia casi documental de lo ocurrido, mientras que las otras apuntan a la subjetividad de los personajes ante los acontecimientos.

Es que ambos aspectos valen ser tenidos en cuenta al relatar la vida de un hombre que cambió el rumbo del mundo. Y dejar sentado que si no era él, hubiese sido otro: la Alemania nazi también desplegaba sus propias investigaciones con el Proyecto Uranio y los soviéticos con la Operación Borodino (reconocida posteriormente); si los germanos ganaban la carrera, el resultado de la contienda podría haber cambiado. Pero también si lo hacían los rusos.

En estos tiempos, el temor a la destrucción global convive con las bombas sucias (con carga de material radioactivo, pero sin ser un arma nuclear) y las municiones revestidas de uranio empobrecido (perforan a mucha profundidad los blindados), que se usaron ya en numerosos combates.

El después

Tras la guerra, Oppenheimer instó por un control internacional del poder nuclear, que frene la proliferación de ese armamento nuclear y la carrera entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Su posición le valió el destrato de los políticos que antes lo habían mimado y ahora lo consideraban afín al comunismo (una vinculación que efectivamente se remontaba a los años 30) hasta que en los 60 fue reivindicado oficialmente por los presidentes John F. Kennedy (le otorgó el premio Enrico Fermi, pero nunca logró el Nobel) y Lyndon B. Johnson (el científico murió en 1967, a los 62 años).

Su legado abordó la teoría de electrones y positrones, el efecto túnel, los agujeros negros, la astrofísica, la mecánica cuántica y las interacciones de los rayos cósmicos. Estudió con Max Born, con quien elaboró un estudio que lleva el nombre de ambos. Una playa en Islas Vírgenes, un cráter en la Luna, un asteriode y varios reconocimientos llevan su nombre. La historia no lo olvidará.

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