Un recorte del 18 de julio de 1982 guardado en la caja 24.708 del Archivo de LA GACETA ofrece un testimonio preciso sobre “La moda en Tucumán” -así se titula el artículo- en los momentos previos al retorno de la democracia. Era uno de los inviernos más tristes para el país: a las atrocidades de la dictadura se había sumado el fracaso de la Guerra de Malvinas. Pero de esa oscuridad comenzaba a emerger la fuerza que iba a traer de regreso, un año más tarde, el orden constitucional extraviado en 1976. Y los cuerpos ya expresaban ese clima de recuperación de la libertad y de la igualdad. Laly Elías de Dip, dueña de la tienda local “Laly Boutique”, resumía aquel espíritu en estos términos: “la moda de este año 1982 es libre. Cada uno elige su estilo, su largo y su color”.
El eclecticismo se impuso y reinó hasta finales de la década con el jean nevado de tiro alto como protagonista y una estética influida por la rebeldía del rock. Los sellos de The Cure, Iron Maiden y Pink Floyd -y de aquí también, con el líder poético y musical Charly García a la cabeza- hacían su irrupción en remeras devenidas “pancartas culturales ambulantes”, según las definió en 2009 otro artículo de LA GACETA. Modelos argentinas icónicas de los 80, como Raquel Mancini, Beatriz Salomón y Adriana Brodsky, ponen de manifiesto hasta qué punto estaba “permitido” combinar y explorar desde la cabeza hasta los pies. Los trajes de baño hipercalados anticipaban los less (cola y top) que aparecerían poco después.
Son años de “mucha producción en todo momento” donde, si bien el tapado de piel -popularmente conocido como “zorro” en Tucumán- todavía era símbolo de estatus para las mujeres a partir de los 30, empieza a instalarse el cuero por medio de las fajas anchas y las camperas.
La moda femenina de esa década quedó asociada de un modo intenso con “la permanente” y el flequillo con volumen creado con el cepillo redondo grande. La vincha era un accesorio frecuente para el cabello. La piel tostada a ultranza -con aceites y ungüentos caseros de ruda que a veces terminaban en quemaduras de cierta gravedad- fue otro paradigma que se arraigó indudablemente.
Colores: se usaban desde los tonos neutros hasta los fluorescentes. La crónica de 1982 incluye en la paleta al bronce, el peltre, el dorado y el plateado metalizado. Y en los labios se llevaba hasta el protector solar blanco.
Fuerza democratizadora
Hacían furor las hombreras; los sacos y sacones oversize; los cintos gruesos con tachas; las calzas de lycra; las polainas; los joggings y, para las fiestas, los conjuntos donde confluían piezas ajustadas con volados vaporosos. Las mujeres, que ya caminaban sobre “chatitas”, empezaban a descubrir las ventajas y placeres de las zapatillas.
Algunas de estas tendencias tardaron en llegar a Tucumán. Consultada en 1982, Angelita Bellini de Fagalde, diseñadora de moda y propietaria de la boutique “Francesca”, admitía en la nota referenciada en el copete que podía haber cierto “desfasaje” local respecto de lo que se usaba en los centros mundiales y otras ciudades del país. Bellini de Fagalde consideraba que el retardo obedecía a una cuestión de bolsillo, y no tanto a una idiosincrasia conservadora y reacia a los cambios. “La moda requiere de un poder adquisitivo que la Argentina ha perdido. Cuando eso se recomponga, será posible volver a ser creativos porque no se puede crear en la pobreza”, opinaba hace casi 40 años. Al final y salvo períodos de bonanza breves y pasajeros, nunca hubo una prosperidad que generalizara el establecimiento y el consumo de marcas internacionales. Pero la moda se reveló, incluso en Tucumán, como una dimensión muy proclive a la creatividad en la escasez y a la democratización.
(Con la colaboración de Florencia Bringas, Juan Pablo Sánchez Noli, Sebastián Rosso e Irene Benito)