Con toda la pompa se anuncia para mañana por la noche en la Facultad de Derecho de la UBA, una especie de combate singular entre el rollo estatista de Sergio Massa y los caminos privatistas que ofrece Javier Milei. Así al menos se lo pregona desde los carteles que promocionan el cruce dialéctico y gestual de ambos, tal como si de esa instancia fuese a surgir un claro ganador de las elecciones.
En rigor, éste no será un duelo de armadura y de lanza en ristre entre dos caballeros, sino el encuentro de lo menos malo que pudo encontrar la política argentina para poner en la cancha. Es bastante probable que tampoco sea una lid de buenas artes, sino un juego poco feliz de piquetes de ojo y de zancadillas, bajo la forma de no verdades y de chicanas de toda especie y color. Un proceso que luego será amplificado por las redes sociales, a cuál más manipulada, para tratar de influenciar más todavía.
En verdad, el resultado del llamado debate será un ingrediente más de la imagen que cada uno se va formando sobre la crítica opción que se deberá ejercer una semana después, quizás sobre la hora, cuando la ciudadanía se quede sola en el cuarto oscuro. Lo que sí es seguro es que habrá que estar atentos a los relatos de cada competidor, ya que ambos tienen varios muertos metidos en el placard.
Allí estará Massa, como producto de un pasado económico que fatalmente lo condena (emisión de “platita”, inflación galopante, distribución del ingreso aniquilada, pobreza creciente, dólar atrasado, reservas negativas, nivel de actividad condicionado y faltantes de mercaderías y combustibles, entre otras lindezas) y también Milei, como referencia a un futuro casi de fantasía, con temas que ya él mismo casi ni toca porque fueron promesas provocativas que la mismísima realidad enmarca como de difícil implementación (achicamiento del Estado, dolarización, vouchers educativos, trasplantes, armas, reforma laboral, servicio militar obligatorio, etc.).
En el caso del ministro-candidato tiene un contrapeso extra derivado de la gestión y sobre todo de sus socios preferentes del kirchnerismo más recalcitrante, como ha sido en estos días el descubrimiento de la red de espionaje que tutelaba el Instituto Patria y financiaban los adláteres de Máximo Kirchner con la plata de todos. Fueron cientos de seguimientos y de archivos sobre jueces, fiscales, periodistas y políticos, muchos de ellos de la misma alianza gobernante, generados por los paranoicos del poder y pagados con la plata de todos. Hay quienes no lo pueden creer todavía, el mismísimo Massa fue espiado y hasta el incrédulo Juan Grabois se preguntó, queriendo ver si podía desmentir lo indesmentible: “¿Cómo, La Cámpora espía a La Cámpora?”.
Igualmente, el ministro-candidato parece estar blindado, ya que los antecedentes de otros casos resonantes previos al turno general de octubre no sólo no fueron negativos para el oficialismo, sino que redundaron en siete puntos más para él, radicales mediante. Y eso, que el caso “Chocolate” fue perfectamente explicado y se vio a través de la televisión cómo sacaba del banco el dinero que pertenecía a los ñoquis que no iba a trabajar, cuyos sueldos salían del presupuesto bonaerense, es decir de los impuestos que pagan los contribuyentes a nivel provincial, pero también nacional (parte del IVA sobre el consumo, por ejemplo), fondos que se giran vía Coparticipación. Un robo a gran escala que pasó a segundo plano, aunque detrás de esa maniobra haya quedado implicado directamente un puntero massista y, por rebote, el candidato.
Tampoco se notó en la elección el caso de Martín Insaurralde, algo con el glamour necesario para llegar a mucha más gente, con dinero gastado en vacaciones en Marbella, lujuria a bordo de un yate y regalos costosos para una más que atractiva modelo. Con estos dos lastres a cuestas, no sólo Massa no sintió su efecto, sino que Axel Kicillof fue reelecto y el delfín del Jefe de Gabinete bonaerense, Federico Otermín, se quedó con la intendencia de Lomas de Zamora por 50% de los votos. Por más que el caso del espíonaje se eche a rodar en el cruce de mañana, está permitido dudar sobre sus efectos.
Más allá de las preferencias electorales que lo dan algo por arriba a Milei, aunque con un gran porcentaje de gente que prefiere no responder o no sabe si votará (14%), lo que aumenta el grado de dificultad para estimar un resultado final, la Universidad de San Andrés marcó con suma precisión que los dos candidatos gozan –como de tantos meses a esta parte- de mayor imagen negativa que positiva, lo que fortalece la observación sobre las dificultades que va a tener la ciudadanía a la hora de votar, debido a la baja calidad de los candidatos.
Otra perla del relevamiento es que mientras 86% está “insatisfecho” con la marcha general de las cosas, 81% del universo consultado desaprueba el gobierno que se va. En general (79%) la gente cree que la situación de la Argentina empeoró en comparación a un año atrás, mientras que 43% supone que dentro de un año el país estará peor. Estos datos sobre lo anterior que parecen crucificar a Massa, paradójicamente lo pondrían en mejor posición hacia adelante, ya que sólo le bastaría con no repetir recetas.
Entre el pasado y el futuro, lo más claro del asunto es que el desmadre del Estado es terminal y que con ese mismo libreto hoy no se puede seguir, pero ocurre que el candidato del relevo, que es quien tiene en su dogma darle juego a los privados, parece estar sedado por ahora por el efecto equilibrio que quizás le aportó Mauricio Macri, aunque puede haber dudas de la gente sobre cuánto tiempo le durará.
Si bien ambos deberán ser ortodoxos para sincerar las variables (la primera, el tipo de cambio) y hacer el “ajuste” que se vendrá sí o sí en 2024 (el ministro lo llama “ahorro” y ya verá Massa cómo se lo explicará a Cristina), las mayores incertidumbres aparecen sobre algún cimbronazo extra si finalmente Milei mete el elefante dentro del bazar, al estilo de “no me voy a reunir con Lula porque es comunista”. Los disimulos flagrantes del “ventajita” y las explosiones contenidas del “loco”, dos temas para observar en el escenario.
Uno y otro, tienen en sus mochilas todos esos y otros muchos más pecados para esconder, promesas incumplidas, inyecciones de miedo y demagogias varias, mentiras y exageraciones, idas a la banquina y ataques de furia, incluidas la propensión de ambos al autoritarismo y el clásico efecto persecución que envuelve a los políticos, a partir de la desconfianza. Así, hoy el debe de los dos postulantes pesa mucho más que su haber y habrá que ver si, al final de los cruces, todo ese cúmulo de historias y especulaciones les mueve algo o no la aguja de la preferencia a los votantes.