Hagamos algo de sociología interpretativa, en honor a Weber y sigamos a un tucumano en su comportamiento económico. A usted. En primer lugar, digamos, hipótesis fuerte, que usted tiene dinero y se quiere dar el gusto de uno esos desayunos fastuosos con nombres puestos por doctores en letras y ciencias de la conducta. Usted quiere hacerse de efectivo. Hacer realidad la cifra que como pocas veces le muestra su aplicación bancaria del celular.

La decepción ocurre cuando comienza a ver el comportamiento de otros comprovincianos ante las máquinas de extracción de dinero (Puede ser usted otros días, aprenda. Pero hoy son ellos).

De los seis cajeros, sólo funcionan dos. Uno sólo para los clientes eminentes preference del Banco, que no es el suyo que tiene su única sucursal tucumana en Loma del Pila, Las Cocha y usted está lejos de Loma del Pila, La Cocha. El otro cajero, el más ecuménico, es un desfile de insufribles. Nota primero a aquellos que van en familia. Usted inmediatamente piensa: ¡No hace falta que esté la abuela para sacar plata! Ve cómo los adultos le dicen a los niños “aprieten aquí” haciéndose los misteriosos con el deíctico “aquí”, para que no lo hackeen. Pero se escuchan la contraseña, el pin, el token y el DNI y CUIL de ellos y de los chicos.

Luego llega el que, teléfono en mano, va consultando las contraseñas y los pasos a seguir, haciendo abstracción absoluta de la cola. “?Y ahora qué pongo?” es la frase que más repite y usted quiere contestar. Finalmente llega otro con al menos siete tarjetas, que no es “Chocolate” Rigoud porque no tiene fondos en ninguna, pero eso no lo desalienta de seguir intentando. Cuando le toca a usted el cajero entra en transe o se declara insolvente.

De todos modos, usted tiene su tarjeta y su celular desde los cuales está decidido a comprar uno de esos opulentos desayunos. Claro, no tiene efectivo ni para la soda. Se sienta en el bar y disfruta del café con huevo poché, palta y frula de praliné.

A la hora de pagar se da con que no reciben débito por el momento (Ios últimos quince años). Usted cuestiona que la puerta tiene más calcos de tarjeta que su ventana de la adolescencia. Aceptan crédito de un banco del sur, con una promo increíble que se perdió porque era mañana y ayer.

En Tucumán como en el mundo global hay muchos medios de pago: efectivo, QR con el banco, Mercado Pago, crédito y débito y o Transferencia. Pero nunca coinciden el que usted prefiere o necesita con aquel que aceptan.

Luego de señalar que el débito no es posible, conviene en pagar con celular. Pero, suele pasar, no tiene carga. Y no tiene nadie del lugar cargador ni voluntad para solucionar el problema, ficha o cable son incompatibles. Deja el celular de rehén y sale en la búsqueda del cargador o el efectivo.

Al ver un supermercado se le ocurre que es una gran idea. Y ya que está, porque le da no sé qué comprar un turrón y sacar cuarenta mil pesos, levanta varios artículos. Sacar dinero de las cajas de los supermercados tiene sus riesgos y usted no está con suerte: al llegar a la caja le informan que ya no tiene efectivo, el señor que estaba delante suyo con una Leberwurst se llevó el último millón de pesos, sólo le quedan treinta y cinco.Resignado, al fin y al cabo tiene honor así que paga la compra y sale.

Usted sigue igual, nada más que con un kilo de kiwi, cuatro afeitadoras y seis huevos sorpresa que jamás quiso comprar. Parte a una tienda de artículos celulares, donde le cobran recargo por el cargador pagado con débito.

Vuelve al bar,disimulando el trajín. Realiza la compra con el QR y le dan ganas de gritar gol cuando aparece el tilde verde en la pantalla. Le acercan el papelito que imprime la máquina, no más grande que un papel de caramelo “palito de la selva”, y una lapicera.

—Firma, DNI, aclaración, dirección, razón social. Ah, y teléfono donde pueda ubicarlo por favor.

Usted tiene ganas de decirle si no quiere que le escriba el himno nacional, el original, entero. Pero no es de papelones. Dibuja una especie de electrocardiograma en el papelito. El mozo lo mira. Usted lo mira al mozo.

—Amigo, perdón no tengo efectivo para la propina —

—No se haga problema —le contesta con desprecio el gastronómico.

Sale y se da cuenta que le queda el problema del trapito que tiene menos compromisos con las buenas costumbres que el mozo Resignado, negocia duramente con el trapito y le entrega los huevitos sorpresa por las menos de dos horas de estacionamiento. A través del trueque recupera el auto. Todo tiene su recompensa, la suya es la alegría y la esperanza del trapito abriendo el cascarón que esconde el juguete.