Por Mario Flores


“Cualquier antología es una constelación”, decía Patricio Foglia en el prólogo de Los fuegos de Orc (Mágicas Naranjas, 2016), una antología de poesía y ciencia ficción donde se retomaban textos ya publicados por sus autores (poetas y traductores) que, de alguna manera, dialogaran con una temática en común: los astros, lo espacial y lo retrofuturista desde el punto de vista de la ciencia ficción. Dos materias que, usualmente, no se juntan en un diálogo poético por considerarse axiomáticos.

¿Qué otros temas no son, supuestamente, “poéticos”? Fuera de los grandes tópicos (la niñez, la muerte, el amor/desamor, la patria, Dios o la ausencia de Dios, la tradición, la tierra), Funga Editorial decide establecer un núcleo de iniciación (o inauguración, podría decirse, ya que se trata del primer libro publicado por una editorial independiente del norte argentino), basándose en ese principio ulterior y “fuera de todo decoro de las emociones humanas”.

En una época donde los sellos editoriales cierran, deciden poner un alto a sus producciones en vista del encarecimiento de sus materiales, Funga Editorial (que, si bien nace como un proyecto de encuadernación biotextil) se arriesga a incorporarse en un circuito de la edición independiente que, en la actualidad y más aún en el NOA y NEA, se reduce a sobrevivir, a resistir (para usar términos políticos), pero sin producir material nuevo que no garantice una venta segura. Muy por el contrario, su primer volumen, Metapoesía: Antología poética sobre la poesía (2023), comprende un panorama extenso (un total de 40 escritores y escritoras de Argentina y Perú) y definido en tanto diseño, selección y estética del montaje con el cual cada voz se dice a sí misma no desde el pronunciamiento biográfico, sino desde la elucubración de lo que la poesía puede y no puede, logra y no logra, alcanza y no alcanza. Limitaciones humanas y naturales, también textuales. Por ello, cabe recordar cuáles son las líneas que interpelen a esta nueva editorial nacida en las provincias de Chaco y Santiago del Estero. “Es el resultado de la convergencia de dos mundos: la sustentabilidad y la literatura; en busca de voces que broten desde la diversidad y la pluralidad, con una perspectiva ambientalista, folclórica, disidente y federal”.

Hay quienes estarán alertados ante este manifiesto, casi como una declaración de principios: folclórico y disidente parece un oxímoron, pero es en esta contradicción aparente y conceptual en la cual se cimenta una suerte de curaduría entre los poemas de la antología Metapoesía que logra ahondar tanto en el proceso como en la lectura final.

Primero que nada, la edad. De los cuarenta autores incluidos en este libro, seis de ellos nacieron después del 2000 y dieciséis durante la década de 1990. Y no se trata de un capricho generacional el consignar -como es debido, para entender el trabajo de un autor de acuerdo a su época y su tiempo- los años de nacimiento. Sino que impele a la conformación de un ecosistema en el que hay voces que presumen de cierta autoridad -la autoridad que, al parecer, da la trayectoria- y, a la vez, dialoguen poéticamente con voces noveles o emergentes. Es en ese entrecruzamiento en donde se prepara el terreno de la lectura que, lejos de versar sobre cómo se escribe poesía o qué es la poesía para cada uno, opera sobre los riesgos y las problemáticas de convivir con una visión poética, su sensibilidad pero también su egoísmo, su alteridad pero también su confusión con el exterior. En el prólogo del libro, Yamil Dora, explica: “Para que la poesía germine debe haber una o un poeta absorbiendo al mundo y lo que el mundo provoca en él o en ella, por embeberse del mundo, de la tristeza, de la angustia, de la alegría y de lo que no sabemos cómo nombrar de nuestro mundo interior”. Es por ello que esta compilación permite una modulación de interacciones: el monte interactúa con la ciudad, el soliloquio con los gritos, lo amatorio con lo ritual.

“Escucho conversaciones ajenas / y no logro sintonizar algo que valga más / que el silencio. / Mi dial se rompe en los ojos / de quienes hablan. / Las oraciones se convierten en aire / y de pronto soy / la parte tonta de una persecusión de mariposas. / Cuando cruzo la avenida / desde un auto alguien grita ¡Caminá, pelotuda! / Descarto el insulto. / Se retuerce sin aire en mi red”. [Lucila Adela Guzmán]

En 2023, entrevistados por Leopoldo Silva para la Revista La Papa (Tucumán), los editores Brian Hock y Andrés Torres responden: “Siempre vende más lo que primero entra por los ojos, ¿no? Lejos de la superficialidad de pensar en que se ‘debe juzgar a un libro por su portada’, nosotros creemos que la calidad literaria también debe estar acompañada de una calidad estética, artística y gráfica que escolte la experiencia de una lectura a una obra o un autor”. Pausa para hablar sobre diagramación y diseño editorial (porque no todo tiene que ver con las redes sociales, en donde también se evidencia una gráfico pensada con cuidado): la meticulosa edición de Metapoesía (que con 124 páginas no deja ni un espacio al azar, además de incluir las fotografías verticales de sus autores participantes y las ilustraciones que separan cada una de las tres partes en que la antología está dividida) hace palpable un esfuerzo gigantesco -quizás obsesivo, algo que se reconoce entre quienes viven con placer el montaje de una maqueta- por darle a cada poema una soltura en la página: una suerte de respiración donde cada verso ocupa el espacio que merece. Hasta las tipografías están medidas y pactan una coherencia entre los otros títulos u otras colecciones del sello. No es frecuente hallar este detallismo en muchos sellos del norte argentino que, entregados a la permisividad punk del fanzine, suelen desmerecer una línea estética y gráfica pensada para que uno tenga la posibilidad de decir “Ah, este es un libro de…”.

Germinación (11 textos), Micelio (20 textos) y Setas (9 textos), son las tres secciones de este libro. Hay una propuesta por desentramar el texto según propuestas que, aunque conectadas con la naturaleza y el universo fúngico, no recaen en la repetición de lo bucólico ni en la chacarera random. El decir vivencial, el cuestionamiento por lo mortal y lo etéreo, hacen de los poemas una secuencia vívida: entender esta antología como una constelación, no como un rejunte de personas urgidas por publicar. De hecho, es tal la diversidad, que los ángulos de visión sobre lo natural, lo viral y lo vital, comprenden nexos entre distintas latitudes y longitudes, generaciones, formaciones (hasta los poetas nacidos en el siglo XXI ya figuran, según sus reseñas biográficas, como docentes, licenciados, magísteres, doctores, abogados o profesionales de distintas áreas, lo cual me hace sentir algo extraño) (has desperdiciado tu vida) sobre esta idea del decir la poesía desde su propio núcleo.

“Bajo los párpados, / nace la cacería más humana / la de encontrar palabras / y hacerlas peligro de extinción. / Es eso que / entre vos y yo / nos podemos decir / e inundarnos”. [Estefanía Krapp].

“La poesía / la palabra / es una bestia que acecha dormida / que sólo despierta si alguien más / entra al cuarto donde reposa / una puede amansarla / por un rato volverla blanda / pero jamás se la domestica”. [Florencia Méndez].

Estos dos ejemplos ratifican lo que mencionamos acerca de la no repetición, la no apelación la lugar común, la no esclavitud a las musas preestablecidas, sino al riesgo de prestarse a ser voz de los bestial, incluso del salvajismo que también opera en el amor, en la infancia, en lo ancestral y lo urbano, pero sin impostaciones o monólogos. Allí es donde reside el acierto de este experimento: hacer una antología poética sobre la poesía, pero sin menoscabar en la presunción de definirla desde lo catedrático o lo puramente personal. Es imposible definir la poesía, a lo sumo podemos llegar a reconocerla, y es en ese ejercicio de lectura y reconocimiento que Metapoesía (el meta como paráfrasis del después, el conjurar un futuro no desde el imaginario televisivo sino desde la problematización del presente) conjuga nexos, mezcla pensamientos disímiles y los une.

“Si no quieres que te escriba, / tan sólo tienes que decírmelo. / Pero no vuelvas más tarde / -tormenta sin anuncio- / a perturbar mi eterno fuego. / No te atrevas a caer, / rayo sobre mis chañares, / iguana sonriente que me invita / a perderme otra vez en su monte”. [Estefanía Páez Jiménez].