Hay una pregunta que vuelve a cobrar vigencia por estos días en los que algunos tropiezos deportivos generan tensiones en equipos como Atlético Tucumán. La duda es: ¿el fútbol es un reflejo de la sociedad o, por el contrario, ayuda a moldear los comportamientos y valores de la comunidad?
Los hechos demuestran que la tolerancia al fracaso es escasa cuando hablamos del deporte más popular en Argentina. Curioso: somos capaces de soportar derrotas mucho más dramáticas, como el incremento sostenido de la pobreza, la corrupción o la decadencia educativa, pero hay individuos que no logran admitir que un equipo pierda cinco partidos sobre un total de 11. Es lo que ocurre ahora con Atlético. De hecho, a menos de dos meses del arranque del campeonato, ya hubo cambios en la conducción técnica del equipo. Y no hay ningún elemento que permita descartar que se vayan a producir nuevas renuncias.
Con menos dramatismo, en River pasa algo parecido: Martín Demichelis ganó más del 70% de los partidos que disputó desde que asumió la conducción del equipo de Núñez. Inclusive, la semana pasada se alzó con la Supercopa, el tercer galardón que obtiene como técnico del “Millonario”. Así y todo, los silbidos llueven desde las tribunas cada vez que ingresa al campo de juego con el equipo.
La semana pasada se publicó en el diario “La Nación” una entrevista a Lucas Biglia, volante central que se lució en algunos de los equipos más grandes de Europa y en la Selección Argentina. De hecho, fue uno de los pilares del plantel nacional que resultó subcampeón en Brasil 2014. Durante la entrevista describió el impacto psicológico que le causó haber sufrido la debacle en Rusia 2018 con la albiceleste. Él y sus compañeros pasaron de ser ídolos máximos luego de Brasil al desprecio y al olvido tras las caídas en dos copas América y la desilusión del Mundial. Vale la pena repasar el texto, porque muestra el lado humano de un deportista de alto rendimiento y el impacto que produce en la salud mental la demanda permanente del éxito.
En general, los triunfos sorpresivos, instantáneos -en la disciplina que sea- dependen más del azar que de cualquier otra variable. El éxito sólido, duradero, el que se convierte en ejemplo y modelo a seguir suele estar relacionado con procesos más largos, en los que intervienen propósitos claros y valores que orientan el esfuerzo.
En este mundo regido por lo efímero, la dictadura del éxito puede ser una mala influencia en los niños y jóvenes que se están preparando para enfrentar la vida. Alcanzar metas y propósitos implica esfuerzo, compromiso, trabajo, aprendizajes (muchos de los cuales provienen de los fracasos) y, sobre todo, tiempo. Aunque luchar contra los mandatos exitistas parezca hoy una quimera, mucho más si al mercado del fútbol nos referimos, creemos que es importante que todos aquellos que tengan alguna responsabilidad sobre la formación de los chicos (padres, abuelos, tutores, docentes), sepan explicarles que el verdadero camino al éxito se construye día tras día, con tropiezos, tristezas y alegrías. Pero, sobre todo, con constancia y compromiso.